El director neoyorquino vuelve a Barcelona por enésima vez, acompañado por su banda de dixieland, para abrir el Voll-Damm Festival de Jazz con dos conciertos, el 18 y 19 de septiembre (Teatre Tívoli). Una buena ocasión para recordar su primer show en la Ciudad Condal en 1996.
Desde hace décadas, Woody Allen ha tocado el clarinete con su New Orleans Jazz Band todos los lunes en un hotel de Manhattan. En 1996 decidió llevar este proyecto personal a Europa, en una gira que fue retratada en el documental Wild Man Blues (Barbara Kopple, 1997).
Este primer tour por escenarios europeos aterrizó el 26 de febrero de 1996 en el Palau de la Música de Barcelona, una ciudad en la que ha actuado en diversas ocasiones. Aprovechando que esta semana regresa, recordamos aquel primer bolo.
Un concierto que reunió bajo el mismo techo al alcalde Pasqual Maragall, a Jordi Tardà (¿qué debió aguantar, cinco minutos?), a Loquillo y al fotógrafo Flowers, entre otros, no era un concierto: era un acontecimiento social donde la gente iba a exhibirse.
Por eso, Woody Allen y su New Orleans Jazz Band congregaron a un 5 % de amantes del jazz, a un 25 % de exhibicionistas, y a un 70 % de fans de sus películas, que hubieran disfrutado igual si el gafudo se hubiera limitado a pasear su maletín por el escenario y hacer mutis por el foro.
Junto al neoyorquino, la banda estaba integrada por Eddy Davis (banjo y director hasta su muerte en 2020), Simon Wettenhall (trompeta), Dan Barrett (trombón), John Gill (batería), Greg Cohen (contrabajo) y Cynthia Sayer (piano). Con estos músicos participó en el álbum The Bunk Project (1993).
En la propuesta de Woody había, de entrada, un error de concepto: el dixieland es un estilo un poco decadente, y como tal no puede sacarse de los garitos para llevarse a los grandes auditorios burgueses, sino que merece ser disfrutado en antros llenos de humo, tomando copas.
Eso sí, era muy loable la intención del famoso cineasta de ofrecer un repertorio centrado en los distintos sonidos de la música de Nueva Orleans, lo que incluía blues, ragtime, dixieland, espirituales y parade.
Pero cuando habías oído un par de temas, en su interpretación todos te sonaban iguales: ya podía ser St. Louis Blues (W.C. Handy), el tradicional Down By The Riverside, Alexander’s Ragtime Band (Irving Berlin) o un sorprendente Corrine Corrina (Bo Chatman).
Nadie podía negarle su condición de música festiva, y eso se notaba en el carácter despreocupado del grupo, lo más parecido a una reunión de amigos tocando en su casa, donde todos (menos Cohen) se atrevían a cantar, y lo hacían horriblemente mal (con la honrosa excepción de Sayer).
Aunque no es un virtuoso, Woody tocaba el clarinete mejor de lo que podría esperarse. Incluso se atrevía a ejecutar un set a dúo con Eddy Davis. No era una maravilla, pero su excentricidad quedaba disculpada por el tono intrascendente del estilo.
Evidentemente, el acercamiento de la New Orleans Jazz Band a los sonidos de la ciudad de Luisiana difería radicalmente de lo que podría hacer un Dr. John, una Dirty Dozen Brass Band o, si me apuras y sin movernos del terreno audiovisual, un Hugh Laurie.


