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La oscura melancolía de Françoise Hardy

La parisina, en una imagen promocional de 2012

La cantautora, modelo y actriz francesa fue una de las musas del movimiento yeyé de los sesenta. Con motivo de su reciente desaparición, la recordamos con el álbum que supuso su regreso en los noventa tras ocho años de silencio.

Lo cuentan los mayores: hace más de seis décadas, en los guateques las parejas bailaban al son del tema Tous les garçons et les filles (1962) de Françoise Hardy (nacida en París el 17 de enero de 1944). 

En su triple condición de cantante, modelo y actriz, fue una musa adolescente para Paco Rabanne, Roger Vadim y hasta Bob Dylan. Con una experiencia eurovisiva en su haber (L’amour s’en va en 1963), se retiró momentáneamente en 1988 con Décalages.

Ocho años después, y pasada la cincuentena, Françoise se convirtió en un referente para bandas británicas con ínfulas –de Blur (con quienes grabó la canción La comédie en 1995) a Stereolab–, y volvió con un nuevo álbum.

Portada de su disco de regreso

Lejos de las baladas melancólicas facilonas –pero muy resultonas– con las que triunfó en los sesenta –entre ellas, Comment te dire adieu (1968)–, Le danger (1996) se movía por el terreno del pop-rock de guitarras afiladas, con canciones ásperas. 

Las letras –casi poemas, jugando en ocasiones con las palabras (la similitud entre Madeleine y las madalenas en Les madeleines, por ejemplo)–, reflejaban oscuros sentimientos, ideas sobre la muerte y el peligro de la pasión.

No faltaban las citas a personajes admirados por Hardy, como Buñuel y Claude Sautet (L’obscur objet), Marguerite Duras (Dix heures en été), e incluso una velada referencia al suicidio de Kurt Cobain (La beauté du diable).

Si, en vez de recurrir a músicos franceses (como Rodolphe Burger, de Kat Onoma), hubiera contado con Blur o con Portishead, el resultado tal vez habría sido menos convencional en su sonido, para arropar la voz de la Hardy como se merecía.

Françoise Hardy falleció ayer, 11 de junio, a los 80 años, a consecuencia de un cáncer de laringe.

Thomas Dutronc: de tal palo…

El talentoso hijo de Françoise Hardy

Es hijo de dos leyendas de la música popular francesa, Jacques Dutronc y Françoise Hardy. Y, sin embargo, el artista de cabecera de Thomas Dutronc es Django Reinhardt, el difusor del jazz manouche o gipsy jazz junto al violinista Stéphane Grapelli.

En su currículum hay trabajos con jazzmen como Biréli Lagrène, pero también con sus padres y Henri Salvador. Por eso, su brillante debut Comme un manouche sans guitare (2007) tenía algo de ambos mundos.

Thomas mezclaba el sonido pop con la cadencia del jazz manouche en Jeune, je ne savais rien o J’aime plus Paris. Pero lo mejor llegaba cuando se dejaba de excusas y se sumergía de lleno en el gipsy jazz. 

A veces incorporaba sutiles programaciones a la formación clásica de guitarra, violín, contrabajo, acordeón y clarinete, como en el klezmer Veish A No Drom o en el September Song de Kurt Weill, con efectos de olas de mar.

En otras ocasiones, sonaba totalmente retro, como en J’suis pas d’ici, China Boy, Comme un manouche sans guitare (¡con un solo de gárgaras!) o la bossa nova de manual N.A.S.D.A.Q., digna de una película de Jacques Demy.

El disco incluía otras sorpresas: el recitado Les frites bordel (una improvisación culinaria), el sensual dueto Solitaires con Marie Modiano, la balada jazz-soul Je les veux toutes y el corte final, Canzone per Maria, con Antoine Tatich, entre la canción napolitana y el tango.

Virtuoso guitarrista, compositor irónico y apañado cantante, Dutronc demostró ser una rara y muy interesante excepción en el panorama francés y, atención, consiguió vender más de cuatrocientas mil copias con este debut.

Para su segundo disco, Silence on tourne, on tourne en rond (2011), quiso potenciar su faceta de cantante y escritor de letras; por eso, relegó su pericia como guitarrista de jazz manouche a cuatro instrumentales: los revoltosos Gypsy Rainbow, Vinyle 73 y Ninine, y el más ortodoxo Valse en exil.

En el resto del álbum, se decantaba hacia el pop francés de factura impecable, vital y enérgico, como en Turlututu, en Demain y en ese fantástico On ne sait plus s’ennuyer con un giro funk final. 

Unas veces se acercaba a Benjamin Biolay –Clint (Silence on tourne), con guitarra wéstern y referencias a Clint Eastwood– y otras exhibía un carácter más juguetón –el irresistible swing de Oiseau fâché y la cadencia reggae de Alerte à la blonde–. 

También se aproximaba a la bossa nova (À la vanille), a las baladas deliciosas (Sésame, Louanges amères) y a las extravagancias (el malus track de aires marciales Relançons la consommation, con sonidos de batalla). 

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