
La artista catalanobrasileña, junto a su nuevo grupo The Barbarians, ha publicado a finales de noviembre La nuit, su quinto y, sin ninguna duda, mejor disco hasta el momento. El próximo 21 de diciembre lo presentará en Barcelona con un concierto en Paral·lel 62 (Sala B).
La nuit, el nuevo trabajo de la cantante, guitarrista, compositora e ilustradora Natàlia Miró do Nascimento, aka Namina, supone el estreno de su nueva formación The Barbarians, integrada por Pep Gol (trompeta, melódica), Pep Pascual (clarinete, saxo tenor), Pere Miró (clarinete bajo, saxo barítono), Pep Rius (contrabajo), Gerard Nieto (piano, Rhodes, Hammond) y Xevi Matamala (batería).
Este quinto disco –si contamos el EP Ens endurem el vent (2019)– ha visto la luz gracias a un crowdfunding, y se grabó en los estudios barceloneses Sol de Sants el 23 de septiembre de 2024. La producción ha ido a cargo de Namina y Gol (también autor de los arreglos, las mezclas, las fotografías y la música en varios temas).
Aunque a estas alturas ya no debería sorprendernos, Natàlia nos vuelve a dejar conmocionados y extasiados con la belleza de su voz, tremendamente expresiva y capaz de comunicar múltiples matices y sentimientos –incluso en una misma canción–, ya sea cantando en catalán, castellano, portugués o inglés.
En La nuit encontramos ocho brillantes canciones propias –con letras que trascienden los tópicos y juegan con la sonoridad de las palabras–, tres poemas musicados de forma sensacional y tres acertadas versiones procedentes de fuentes muy diversas. Pero vayamos por partes.

Mis seis composiciones preferidas están muy claras. En la primera, la jazzística Qualsevol arbre del jardí, con metales y solo de saxo barítono de Miró, Namina juega perfectamente con su privilegiada voz, con scat incluido al final. He leído que alguien la comparaba a Ella Fitzgerald o Billie Holiday, pero a mí me recuerda más a artistas contemporáneas como Madeleine Peyroux.
La segunda es La nuit, un sensual, cabaretero y nocturno –valga la redundancia– medio tempo con aires de Nueva Orleans, metales dixieland (clarinete, trompeta y saxo, a los que se añade el trombón de Pablo Martin) y el excelente piano solista de Nieto. Aquí la cantante nos deleita con una voz rugiente y poderosa (“he ballat lliure entre les feres”).
La tercera es Lentament, una balada jazzística íntima y sedosa a lo cine negro de los cuarenta, con las sutiles escobillas de Matamala y el piano acariciando la voz, y un evocador solo de trompeta de Gol. Desde el histórico Jim de Maria del Mar Bonet no se había oído un slow jazz en catalán tan excepcional como este.
La cuarta es Cap blues, un juguetón y pícaro rhythm’n’blues sobre el amor sensual –“vaig perdre el cap pel cos d’un home / o dos”–, que incluye un tórrido solo de saxo tenor de Pascual con guiños al que hizo Clifford Scott en el legendario tema Honky Tonk (1956) de Bill Doggett.
La quinta es Cadê, un minimalista cántico tradicional coco –un ritmo del forró brasilero– en portugués, solo con la voz de Natàlia, arropada por los coros de su madre Valmira Mª do Nascimento Cabral y de su hija Zoe AMdN, y por la percusión y berimbau de Aleix Tobias.

Y la sexta, I al bell mig un animal, el tema más reivindicativo al tratar asuntos como el racismo, la inmigración, la injusticia y la importancia de las raíces, con un sonido de influencias más brasileñas y de bandas británicas de neojazz de los ochenta como Working Week, con espectacular solo de saxo barítono de Miró y scat solapado con los metales.
Las otras dos canciones compuestas por Natàlia no desmerecen, pero quedan eclipsadas por las joyas anteriores: A les 5 es un spoken word donde juega con la sonoridad de las palabras y las alterna con un cántico a modo de estribillo, con destacada percusión de Pablo Cruz (bombo legüero), y Un braç, solo con voz y guitarra eléctrica, es una miniatura sobre el desamor.
Llegamos al apartado de los poemas, y lo decimos alto y claro: lo que hace la catalanobrasileña (con la evidente complicidad de los arreglos de Gol) al musicar textos escritos varias décadas atrás para convertirlos en canciones contemporáneas es algo MUY GRANDE (sí, en mayúsculas).
Policromi, perteneciente al poemario Llibre Blanc-Policromi-Tríptic (1905), de la ampurdanesa Caterina Albert (1869-1966), alias Víctor Català, se reviste de jazz con un deje de funk contenido, al estilo de las producciones de Creed Taylor de los setenta, potenciado por el solo de Rhodes de Nieto.
Aforismes une dos aforismos de Joan Fuster (1922-1992) –“L’amor ens permet de ser imbècils impunement” y “Tens un cos: aprofita’l!”–, e incorpora una base de rhythm’n’blues repetitivo dirigido por la guitarra eléctrica de Nieto y adornado por metales en un diálogo frenético. Del escritor valenciano también adapta Arrossar.
¿Y las versiones? Para mí, la evidente ganadora es La martiniana, un son indígena mexicano con letra del compositor y escritor oaxaqueño Andrés Henestrosa. Namina nos extasía con una magnífica interpretación, muy emotiva y cargada de alma, todo un alarde de facultades vocales.
Eso sí, hubiera preferido un acordeón en lugar de una melódica (lo siento, odio ese instrumento); menos mal que el ulular de la sierra de Pascual le da ese toque fantasmal a lo Theremin acústico. Con todo, está muy muy cerca de la adaptación que hizo Lila Downs en La línea / Border (2001).
Queen Bee es un tema recurrente en la carrera del bluesman norteamericano Taj Mahal: empezó como un instrumental fingerpicking inspirado por su mentor Mississippi John Hurt, antes de convertirse en la canción incluida primero en Evolution (The Most Recent) (1977) y después en Señor Blues (1997) –y, más recientemente, en Swingin’ Live at The Church in Tulsa (2024)–.
A diferencia de Taj Mahal, que potenciaba la cadencia reggae, Natàlia apuesta por un delicado folk-blues a medio tempo, conducido por la guitarra acústica y enriquecido con trompeta y saxo. En cambio, el Chove chuva de Jorge Ben Jor –de su debut Samba esquema novo (1963)–, se mantiene muy fiel a su espíritu original, el de la bossa nova cálida.
Llegados a este punto, solo queda por decir que La nuit es, sin ninguna duda, el mejor álbum hasta el momento grabado por Namina. Una feliz y rara conjunción de planetas –su voz, su banda, sus composiciones, sus adaptaciones– que esperemos vuelva a repetirse. Y si con esto no consigue el reconocimiento que se merece, apaga y vámonos…
