Dos discos opuestos pero consecutivos: uno con riesgos (West) y el otro más enraizado (Little Honey). Ambos fueron vapuleados por la crítica. Y ambos merecen ser apreciados por lo que valen. ¿A cuál prefieres, a la Lucinda intimista o a la rockera?
Lucinda Williams lo dejaba muy claro al hablar de su octavo álbum en estudio, el primero con nuevo material desde World Without Tears (2003): “Las canciones tratan sobre un capítulo en mi vida y cuentan una historia. Probablemente, esta ha sido la época más prolífica como escritora en mi vida. He pasado por tantos cambios –la muerte de mi madre y una relación muy tumultuosa que acabó mal– que, obviamente, hay mucho dolor, pero acaba con una mirada hacia el futuro”.
Para la cantautora de Louisiana, West (2007) supuso un desnudo emocional en toda regla, donde más que nunca vivía (y sufría) lo que contaba. La desaparición de su madre aparecía en Are You Alright?, Mama You Sweet y Fancy Funeral, mientras que los ecos de su relación rota eran evidentes en Come On, Wrap My Head Around That y Where Is My Love? Las secuelas de ambas situaciones se reflejaban en Learning How To Live y Everything Has Changed.
Y si las confesiones de Williams eran más profundas que nunca, desde un punto de vista musical también se notaron algunos cambios. Aunque se nutría de su habitual mezcla de country, blues y folk, la esencia de lo que llamamos americana, West era un álbum más arriesgado.
El responsable no fue otro que el productor Hal Willner, conocido por sus trabajos con Marianne Faithful y Lou Reed, y sus discos de tributo a Kurt Weill y Nino Rota. Él reunió a sus propios colaboradores –el guitarrista Bill Frisell, el teclista Rob Burger (de Tin Hat Trio) y la violinista Jenny Scheinman–, con habituales de Lucinda como Jim Keltner, Tony Garnier y Doug Pettibone, y algún invitado especial como Gary Louris (The Jayhawks).
West era un paraíso de los medios tiempos y las baladas, el tipo de canciones en las que Williams se encuentra más a gusto. Entre lo acústico y lo eléctrico, la melancolía y el desgarro, la voz de la cantante se mecía entre cuerdas solemnes (Unsuffer Me), intensos diálogos entre órgano y guitarra (Come On), violines de sonido jazz (Where Is My Love?), musculosos contrabajos (What If) y retahílas de frases que parecían eludir los estribillos fáciles (Mama You Sweet).
Aunque el momento más sorprendente lo encontrábamos en Wrap My Head Around That, un extenso tema donde Lucinda rapeaba y utilizaba samples de su propia voz (onomatopeyas tipo «mm hmm» y “aha”) para construir un atractivo collage.
A pesar del trasfondo trágico que dio lugar a West, Williams cerraba el álbum con un canto de esperanza, la preciosa balada homónima que reflejaba tanto su cambio de residencia como todo lo que ha dejado atrás y todo lo bueno que le esperaba.
Tras este paréntesis autobiográfico, ha llegado Little Honey (2008), un disco que gran parte de la crítica (la de aquí y la de allí) se ha cargado, pero que para un servidor es lo mejor que ha grabado desde Car Wheels On A Gravel Road (1998).
Y la razón es sencilla: aquí hay más raíces y menos cantautorismo aséptico, más variedad de ritmos y menos letanías amargadas, más canciones a las que hincar el diente y menos experimentos.
Al grano: me apetecía oír de nuevo la expresiva y desgarrada voz de la cantante de Louisiana aplicada a country-rock enérgico y guitarrero de reminiscencias dwightyoakamescas (Real Love), a rock’n’roll bronco de alto octanaje (Honey Bee y el It’s A Long Way To The Top de AC/DC), a honky tonk con toques de rockabilly (Well Well Well) y a baladas country (Circles And X’s).
Pero también a blues (Tears Of Joy y el visceral Heaven Blues, con metálicos golpes de chain gang incluidos, una canción que puede estar dedicada al cielo, pero sale de las entrañas de la tierra) y hasta a preciosidades como Little Rock Star, con potencial spectoriano de haber tenido una producción ad hoc, y con un perfecto equilibrio entre la austeridad folk y las atmósferas malsanas de David Lynch.
Tampoco puede olvidarse el magnífico Jailhouse Tears –a dúo con Elvis Costello, uno de los invitados del disco, además de Matthew Sweet, Susanna Hoffs, Jim Lauderdale, Tim Easton y Charlie Louvin–, y que vuelve a aparecer al final del disco en una versión alternativa sin el gafudo y con un sonido mucho más country, con pedal steel incluida.
1 comentario en “Mordiendo las canciones de Lucinda”