Es bastante habitual que un artista de pop, de rock o de cualquier otro género mainstream se acerque a los estilos con raíces y publique un disco de blues, de country o de soul. El ejemplo más reciente, Bruce Springsteen con Only The Strong Survive (2022). ¿Falta de ideas, esnobismo? Cada caso es un mundo, y para eso nace esta nueva sección.
¿Alguien se imaginaría a Prince grabando un álbum de blues? Yo sí. ¿Y a Cyndi Lauper? Pues, de entrada, sinceramente, no. Y, sin embargo, la estrella de pop ochentero se atrevió en Memphis Blues (2010), y dijo lo normal en estos casos: “Este es el disco que he querido hacer durante años. Todas estas bellas canciones y todos los grandes intérpretes se escogieron cuidadosamente porque los he admirado toda mi vida”.
Parece un tópico, y en cierta forma lo es. Pero por qué la neoyorquina, tras casi treinta años de carrera, realizó esta curiosa reconversión, eso ya es un misterio. O tal vez no tanto. No era la primera vez que experimentaba con los géneros alejados de su sonido pop: ya se había acercado al jazz con At Last (2003), una colección de estándares que incluía un dúo con Tony Bennett.
Memphis Blues tenía un problema: Cyndi posee una voz perfecta para los hits pop, pero interpretar blues ya son palabras mayores, y le faltaba desgarro, picardía y credibilidad. Y, por mucho que grabara en Memphis y se rodeara de grandes estrellas del género –el armonicista Charlie Musselwhite, el pianista Allen Toussaint y los guitarristas B.B. King y Jonny Lang–, el resultado no dejaba de ser un lujoso ejercicio de karaoke.
Si a eso le sumamos una selección de versiones bastante obvias –¡el Crossroads de Robert Johnson a estas alturas!–, popularizadas por intérpretes como Little Walter, Lowell Fulsom, Louis Jordan, Albert King, Bobby Bland, Muddy Waters y Memphis Slim, entre otros, poco más se puede decir. Y su cover del Wild Women Don’t Have The Blues de Ida Cox era de lo más inofensivo… si lo comparamos con el apabullante de Francine Reed, por ejemplo.
De acuerdo, el disco tenía algún buen momento, como las aportaciones con sabor a Nueva Orleans de Toussaint –solo en Mother Earth o enfrentado a B.B. King en Early In The Mornin’–, el sonido más rural de Rollin’ And Tumblin’ –a dúo con Ann Peebles–, el slow How Blue Can You Get? con Lang –grande a la voz y a la guitarra– y el blues-soul bailable de Don’t Cry No More.
Pero, considerado de forma global, Memphis Blues no era ninguna maravilla: Lauper no es Bonnie Raitt. Aun así, fue número 1 en la lista de blues de Billboard, y para presentarlo hizo una gira mundial, The Memphis Blues Tour –recogida en el CD/DVD To Memphis, With Love (2011)–, en la que contó con Musselwhite, Toussaint y Sharon Jones & The Dap-Kings como teloneros. En otoño de 2011, se convirtió en From Memphis To Mardi Gras Tour, emparejada con Dr. John.
Por si aún quedaba alguna duda, se confirmó que era un capricho pasajero de Cyndi cuando en su siguiente trabajo –y último hasta la fecha–, Detour (2016), centró su atención en el country con otra panoplia de versiones y colaboradores como Emmylou Harris, Willie Nelson, Alison Krauss y Vince Gill, entre otros.
En resumen…
No niego el interés genuino de Cyndi Lauper por el jazz, el blues y el country, y su acercamiento a ellos no deja de ser honesto y resultón, pero el hecho de que no haya profundizado más en esos sonidos evidencia que lo suyo era un puro divertimento, una feliz ocurrencia sin más trascendencia. Ahora bien, si con su éxito de ventas Memphis Blues logró que nuevos oyentes se acercaran al género y buscaran las fuentes, bienvenido sea.