Después de sumergirse en la gastronomía sureña, en su nuevo libro Héctor Martínez González centra su investigación en la época colonial española en Luisiana y su relación con el hoodoo. Hablamos con él para que nos cuente algunos detalles y curiosidades de esta interesante obra que incluye, además, dos CD con canciones.
Tras Comer y cantar. Soul food & blues (Lenoir, 2019), su recetario-cancionero dedicado a la cocina del sur de los Estados Unidos, el historiador, ingeniero y músico madrileño Héctor Martínez González (Fuenlabrada, 1980) cambia radicalmente de registro en su nuevo libro, aunque sin moverse de escenario.
Porque en Al compás del vudú. Religión, represión y música (Allanamiento de Mirada, 2022) aborda el período colonial español en Luisiana entre 1763 y 1801 y la influencia que tuvo en la génesis del hoodoo, y lo hace en formato de “librisco”, con dos CD recopilatorios de canciones relacionadas con la temática tratada.
El volumen se divide en tres partes: la primera está centrada en el contexto histórico de cómo Luisiana llegó a manos de España y los problemas que allí se encontró; la segunda, en los orígenes del vudú y su relación con la religión católica, y la tercera incluye comentarios de las cuarenta y ocho canciones que acompañan la obra.
Ya lo explicas al principio del libro, pero ¿has tenido una especial dificultad a la hora de buscar fuentes de información y bibliografía? Sí. Hay un vacío: prácticamente no hay nada escrito de la época colonial, en especial del período español, de esos últimos cuarenta años. Los pocos libros publicados están centrados en la etapa poscolonial, después de la compra de Luisiana por parte de Estados Unidos, o en la inicial, la francesa. En nuestro país se han hecho muy poquitos trabajos, y no por falta de material, porque el imperio español lo dejaba todo por escrito. Uno de los aspectos buenos de nuestra burocracia es que los historiadores podemos buscar documentos antiguos. Todo está en Nueva Orleans, digitalizado, además, y se puede acceder online a actas del Cabildo, a cartas de los párrocos de Luisiana… Existe mucha documentación, tanto civil como militar y religiosa, que se puede consultar. Hay que tener ganas y tiempo, porque esos documentos suelen ser muy tediosos de leer; tienen unos prefacios larguísimos, para luego sacarle dos líneas. Es una labor ingrata porque no ha habido un trabajo previo para poner en orden ese fondo documental.
Era un regalo envenenado, nadie quería hacerse cargo de Luisiana
Por lo que cuentas en la primera parte, Luisiana era una “patata caliente” de la que ningún país quería responsabilizarse… Claro, era un territorio muy poco poblado, muy extenso, difícil de defender. Era poco fértil, una zona pantanosa, y también estabas expuesto al ataque de los nativos. Lo que hicieron, por ejemplo, los franceses en cuanto tomaron posesión de Luisiana en 1718 fue cedérsela a una compañía comercial, la Compañía de las Indias Occidentales, que vendió títulos de propiedad a colonos para que fueran allí engañados, diciéndoles que el lugar era maravilloso y muy fértil. Y se generó, incluso, una burbuja especulativa. Aquello fue un desastre. Francia recuperó el control porque la gente estaba literalmente muriéndose de hambre, y cuando vio la posibilidad de pasárselo a los españoles, lo hizo. Era un regalo envenenado, nadie quería hacerse cargo de Luisiana. Los franceses se la dieron a España para que no cayera en manos de los ingleses. El primer gobernador español tardó tres años en ir allí a tomar posesión de su cargo. Un desastre de gestión para no querer enfocar el problema existente de salubridad, de seguridad, de comercio… Era un pozo adonde iba la gente y no sabía muy bien qué podía hacer.
Reproduces parte de un documento según el cual los habitantes de Luisiana eran “perezosos y libertinos” y “se entregaban con facilidad a la embriaguez”. ¿Es el origen de esa filosofía del “laissez les bon temps rouler”? Ese escrito es de la época colonial francesa y viene a explicar la síntesis de la ciudad de Nueva Orleans. Era un pequeño destacamento militar al cual llegaban esos colonos que habían sido engañados para ir allí. Pero, aparte de eso, como faltaban trabajadores y, sobre todo, mujeres, lo que hicieron en Francia fue acudir a las prisiones y a centros de caridad. Fichar, por así decirlo, a mujeres para enviarlas allí, principalmente prostitutas, enfermas de tuberculosis, ladronas, etcétera. La primera remesa que llegó a Nueva Orleans tenía esa procedencia. Algún gobernador se quejaba amargamente y decía que, con el material humano que le habían enviado, este territorio tampoco podía prosperar mucho. Nueva Orleans se puebla bien y se nutre de una cantidad suficiente de residentes para poder desarrollar una cultura propia cuando llegan los españoles, que reafricanizan la colonia, llevando a miles de esclavos, y también aportan colonos malagueños, canarios y de otros lugares para intentar alcanzar una masa crítica de habitantes.
Me han llamado la atención algunos personajes de los que hablas que, por sí solos, merecerían novelas, peliculas o canciones. En primer lugar, las casket girls. Las chicas del ataúd eran estas primeras mujeres que enviaban allí, engañadas y forzadas para que sirviesen de esposas a soldados o personal de la administración. Después de un viaje terrible en barco, las pobres llegaban pálidas, con unos cajones de madera donde se supone transportaban sus pertenencias y, cuando bajaban, la gente decía que eran las esposas de vampiros que llevaban dentro de los ataúdes y que eran esclavas o siervas del mal. No tenían un papel fácil.
Luego estaba el tema de los cimarrones, es decir, los esclavos huidos, y su convivencia con los nativos. La relación entre africanos y europeos siempre ha estado muy presente en la literatura, el cine y la música, pero nadie se ha parado realmente a pensar cuál es la aportación de los nativos a la cultura afroamericana. Los nativos estaban ya allí, conocían las hierbas, los animales, los ríos y el paisaje de Estados Unidos, y fueron los que enseñaron a los africanos a protegerse de las enfermedades, a utilizar antídotos y plantas mágicas para sus rituales. Esa mezcla de indios y cimarrones es muy interesante.
Y después, el desmadre de los capuchinos y su vida licenciosa. Fray Antonio de Sedella, uno de los principales párrocos, merece una serie o una película: era comisario de la Inquisición, negociante con los piratas –los hermanos Jean y Pierre Lafitte–, espía para la corona española para intentar evitar que México se independizase, instigador de rebeliones, amigo de la reina del vudú Marie Laveau… Un personaje tremendo, un claro reflejo de cómo era allí la religión, cómo eran los curas y los frailes que llegaban allí. Más que dedicarse a sobrevivir intentaban enriquecerse, como en cualquier sitio, pero además contaban con la ventaja de no tener un control de ningún tipo. En la época francesa ningún obispo hizo visita pastoral a Luisiana, con lo cual estuvieron treinta o cuarenta años sin que nadie vigilase lo que estaban haciendo. Y el primer obispo español que fue dijo que aquello no tenía remedio y que no volvería nunca más. Esa falta de control pervertía hasta a los hombres más santos de la iglesia.
En la segunda parte del libro, hablas de vudú y de hoodoo. ¿Cuál es la diferencia? El vudú es una religión ancestral de origen africano, de la zona de Benín, lo que era el antiguo Reino de Dahomey. Los esclavos procedentes de allí lo llevaron consigo, y por eso existe en Haití, en Martinica, en Luisiana… En otras zonas de América, donde los esclavos eran yorubas, encontramos el candomblé en Brasil o la regla de palo en Cuba. El hoodoo solo existe en Estados Unidos, no tiene un símil en Haití o Martinica. Son las prácticas mágicas relacionadas con el vudú. Pero se superponen otros planos: por ejemplo, los franceses llevaron muchos esclavos de Dahomey y los españoles de Senegambia, de donde proceden amuletos como el gris-gris. Podemos decir que cualquier aplicación mágica del vudú es hoodoo, pero no todos los practicantes del hoodoo son creyentes en el vudú.
La religión católica no veía con malos ojos que los africanos tuvieran sus propios rituales
¿Podría afirmarse que España y su religión fueron en parte responsables de esa fusión con las tradiciones africanas y haitianas que daría lugar al vudú específico de la zona? Sí, principalmente porque el catolicismo tiene una diferencia muy grande con el protestantismo en cuanto al tratamiento de los esclavos. Los imperios colonialistas con origen católico los maltrataban igual y tenían un pensamiento utilitarista y monetarista de las colonias, pero a los esclavos se les daba la condición de personas, de seres humanos. Se les bautizaba, pasaban a formar parte de la comunidad de fieles y tenían derechos como, por ejemplo, el matrimonio o el reconocimiento de los hijos, algo que en el protestantismo no se daba, ya que no dejaban de ser objetos. Así, en los territorios católicos se respetaba la religión ancestral africana. Además, Luisiana era un territorio con poca población, con poco control de la autoridad, tanto civil como militar, con lo cual había mucha “libertad” para que los esclavos pudiesen desarrollar sus propias creencias y tradiciones. De esta forma teníamos, por un lado, la religión católica que no veía con malos ojos que los africanos tuvieran sus propios rituales, y por otro, tampoco existía una norma en cuanto a qué hacer con quienes practicaban vudú. El único mandato que había por parte de los españoles era que la religión oficial de la colonia era el catolicismo. Pero, dentro de su casa, cada uno podía hacer lo que le diese la gana: protestantes, judíos, vudú o lo que fuese.
Cuando entrevisté a Fermin Muguruza con motivo de su disco Irun Meets New Orleans (2015) me comentó las similitudes entre Euskadi y Nueva Orleans. Por ejemplo, establecía una comparación entre el vudú y los aquelarres de Zugarramurdi… Hay paralelismos a ambos lados del Atlántico que son casi universales, muy interesantes, y que reflejan que lo que creemos como propio del vudú se da en otros sitios y en otro tipo de culturas. Por ejemplo, lo de los muñecos. En el libro recojo actas de juicios de la Inquisición, tanto en México como incluso en Toledo, de practicantes de esta magia simpática: le hago daño a un muñeco, y como representa a una persona, le causo ese mismo daño. Otro ejemplo: el número 7 es muy importante en el hoodoo y en la tradición mágica de Luisiana –en la canción “Hoochie Coochie Man”, la letra dice: “En la séptima hora, en el séptimo día, en el séptimo mes, el séptimo doctor le dijo a mi madre que este niño tenía poder”–. Y en Murcia, por ejemplo, de donde procede la familia de mi padre, pasa algo similar: mi bisabuelo era un “saludador”, una persona que tenía la gracia o ciertos poderes para curar a la gente, y decían que uno de los motivos para decidir si un niño tenía ese don mágico era que fuese el séptimo hijo. Es curioso, esa información de ida y vuelta existe a ambos lados del Atlántico, tanto en la magia como en la música. El hecho de que, por ejemplo, llegaran vascos a Luisiana y se juntaran con los cajun en esa región, aislados durante siglos, habrá provocado que se mantengan ciertas costumbres.
Lo que creemos como propio del vudú se da en otros sitios y en otras culturas
En los dos CD que acompañan el librisco incluyes una selección de casi cincuenta canciones, de un amplio período temporal entre 1926 y 2009. ¿Cómo las escogiste? ¿Hubo alguna en la que pensaste que finalmente no se pudo incluir por cuestiones de derechos o similares? El libro tiene tres partes: la histórica, la del hoodoo y la de los comentarios de las canciones. Los dos CD están bastante diferenciados en cuanto a su temática. En el primero intentaba buscar canciones que ejemplarizaran algunos de los aspectos recogidos en la parte histórica. Y en el segundo, otras que hablasen sobre hechizos y sobre magia. Ese trabajo ya lo tenía más desarrollado porque había investigado en las canciones de blues que hablaban sobre el hoodoo, los amuletos… Por lo que se refiere a los derechos, lo hemos gestionado todo a través de la SGAE, para no tener ningún problema. Y, si falta alguna canción, ha sido más porque yo no la conocía en el momento de hacer la selección o porque había otra que pensamos que podía encajar mejor. Por ejemplo, inicialmente estaba contemplada “I Put A Spell On You” de Screamin’ Jay Hawkins, y finalmente decidimos incluir “Voodoo”, por no poner la de siempre y, además, su título iba muy bien con el del libro. Podríamos haber incluido también “Louisiana Medicine Man” de Coco Robicheaux, que trata muy bien el tema, o alguna canción adicional, pero creo que están las que queríamos que estuviesen.
Me comentaste que habían sido remasterizadas y que sonaban mejor que nunca. Sí, han sido restauradas. Se nota en especial en las canciones del CD 2, algunas muy antiguas que se escuchaban fatal en anteriores ediciones. El editor, Paco Espínola, pone mucho foco en “Black Dust Blues” de Ma Rainey: en la versión original hay una capa de ruido uniforme y, debajo, una voz distorsionada y un piano irreconocible. Estuvo semanas trabajando en ella para restaurarla y se oye bastante bien. Hay otra en el primer CD, “Anita” de Ti Frere, del estilo séga característico de las islas Mauricio, que escogí por su semejanza con el zydeco: está grabada con un magnetófono de los años cincuenta y la única versión que existía tiene un corte que también se ha intentado corregir. El trabajo de restauración ha sido muy importante.
En el caso de Dr. John, ¿por qué Danse Kalinda Ba Doom y no, por ejemplo, Litanie des saints, basada en una obra de Louis Moreau Gottschalk, o Marie Laveau? La elección de esa canción fue casi amor a primera vista por el título y por ese coro que lo repite varias veces. La calinda es el baile que se hace en los rituales vudú, y esa frase, “Danse Kalinda Ba Doom”, se recoge en un diario de viajes del siglo XVIII. Era el único vestigio que he sido capaz de encontrar de música que intente rememorar lo que era un ritual vudú. Por eso la elegí. Pero, en efecto, Dr. John, partiendo de que se llama así en homenaje a uno de los reyes del vudú de Nueva Orleans (John Montenee), es el personaje que yo creo que más ha hecho por mantener viva esa llama. Fuera de esa ciudad es el embajador de la cultura vudú.
Aparte de nutrir las letras de las canciones ¿crees que el vudú ha influido en la música de Nueva Orleans? Los rituales y la música vudú se basan principalmente en el ritmo. Es decir, los instrumentos que se usan son tambores y otros elementos de percusión, con lo cual es puro ritmo. No es una aportación tanto musical como conceptual. Por ejemplo, Gottschalk, cuando compone “Bamboula. Danse des nègres”, inspirado por lo que él había visto interpretar en Congo Square, no está trasladándolo a una partitura, sino que intenta convertirlo a esa idea romántica de las músicas exóticas que en el siglo XIX ios viajeros o intelectuales europeos querían dar a conocer. En Nueva Orleans surgieron movimientos culturales y artísticos que cogían esa esencia de la negritud pura y dura de los esclavos africanos y la intentaban transmitir con un elemento más popular, para llevarla a los salones de baile blancos. No hay un germen único en la música de Nueva Orleans: es el vudú, pero también son las marchas militares, la aportación de los compositores caribeños, la música eclesiástica que se escuchaba los domingos en la catedral…
Muchos músicos se han calificado como familiares de alguno de los grandes brujos de Luisiana
He echado en falta un capítulo donde se hablara más extensamente de casos concretos de músicos relacionados con el vudú: por ejemplo, Dr. John –que me contó que una tía lejana, Pauline Rebennack, había sido detenida junto con el Dr. John Montanee, y que en sus primeros conciertos introducía rituales– o Coco Robicheaux. Efectivamente, tiene que haber una larga lista de músicos de Nueva Orleans que practiquen el vudú, porque es más habitual pero menos conocido de lo que pensamos. Es una práctica privada, de puertas hacia adentro. La gente no se va vanagloriando de eso, no es algo para hacerlo público, a menos que tengas cierto interés comercial o para fijar una estética. Dr. John se rodeó de una parafernalia y una estética porque él creía en ello; quizá algo exagerada para llamar la atención, pero no con intención de vender más discos. No le hacía falta tener una calavera sobre el piano para vender más, pero sí quería exportar esa cultura para que la conociera el resto del mundo. Muchos músicos de Nueva Orleans se han calificado como familiares de alguno de los grandes brujos o brujas de Luisiana, y habría que ver cuánto hay de cierto y cuánto de mentira en todo eso.
Si ahora surgiera un o una cantante y dijera que es descendiente de Marie Laveau, podría ser un bombazo… Seguramente lo apreciaríamos cuatro desgraciados, porque hoy en día lo que vende son otras cosas. Jelly Roll Morton decía que él era muy creyente en el vudú; de hecho, el cómic que le dedicó Robert Crumb se titulaba “Voodoo Curse”, la maldición vudú. Él decía que su madrina era sacerdotisa; creo que era su tía abuela, descendiente de haitianos. Y no se le conoce por haber escrito canciones sobre el vudú, pero sí tenía esa creencia. Como los artistas que son muy supersticiosos y se acaban rodeando de todo tipo de amuletos, y lo llevarán a rajatabla como un torero cuando reza a toda su parafernalia antes de salir a la plaza de toros. Pensamos que es una cosa de viejas y muy antigua que solo se practica en cuatro pueblos perdidos, pero no.
Con los asuntos que tratas en Al compás del vudú, ¿esperas que te llame Iker Jiménez para entrevistarte en Cuarto milenio? No es una cosa que descartemos el editor y yo porque, efectivamente, la temática del libro creo que atrae a mucha gente, aunque no está buscado intencionadamente. Además, me han dicho que la novela ganadora del premio Planeta de este año –Héctor se refiere a Lejos de Luisiana, de Luz Gabás– está ambientada en Nueva Orleans en la época colonial española. Esperamos que el libro guste, que genere cierto interés y curiosidad. Creo que es una buena puerta de entrada para la cultura de Nueva Orleans, que puede funcionar para gente que todavía no esté enamorada de esa ciudad como nosotros.
El libro es una buena puerta de entrada para la cultura de Nueva Orleans
Creo que uno de los problemas que existen a la hora de escribir sobre Nueva Orleans es que, por una parte, existe una documentación auténtica, pero por otra hay muchas historias que no sabes si son leyenda o realidad. Por ejemplo, el bar Lafitte’s, cuando te dicen que era la casa del famoso pirata Jean Lafitte. No, estuve investigando un poco sobre eso y las actas de propiedad no cuadran. Es un bar antiguo, de la época colonial, pero los propietarios eran una familia criolla que no tenía relación con los Lafitte. ¿Que pasaran por allí y se tomaran algo? Podría ser. ¿Que fueran los propietarios, como se decía? No, eso está descartado. Al final es una ciudad en la que han pasado tantas cosas y tantas personas que casi hay más leyendas que historia real. Y te puedes ir a los alrededores, a los pantanos, y esa línea entre la realidad y la ficción es incluso más exagerada, porque en los bosques hay hombres lobo, el loup garou. También cuentan la historia de carniceros vascos caníbales que vivían en esa zona y que, durante la guerra de Secesión, con la escasez de alimentos, acabaron por asaltar a caminantes que pasaban por allí, para matarlos y comérselos. Un poquito más al norte, en St. Francisville, pegado a lo que era Pointe Coupee, hay una plantación, The Myrtles Plantation, que es una de las casas con más fantasmas de los Estados Unidos. Uno de ellos es de una esclava, Chloe, que dicen que mató a los niños de la familia y luego la colgaron, la quemaron, y se aparece por ahí.
Y para más información…
En Ciudad Criolla hemos tratado muchos de los temas que aparecen en Al compás del vudú, tanto en artículos como en playlists. Aquí tenéis una recopilación:
Del Museo del Vudú a Marie Laveau
Brujas, hechizos y vudú (playist)
De Bourbon Street a Congo Square
Callejeando (playlist)
Brass bands: bodas, fiestas y funerales
Brass bands, vientos hipohuracanados (playlist)
Mardi Gras: laissez les bons temps rouler!
Mardi Gras, la fiesta sin fin (1) (playlist)
Mardi Gras, la fiesta sin fin (2) (playlist)
Indios de Nueva Orleans: ¿quién cose mejor?
¡Que vienen los indios! (playlist)