La enigmática cantante norteamericana actúa estos días en escenarios españoles para presentar Entre eux deux, su trabajo más reciente. Por eso recordamos algunos de sus mejores discos y también su primer y revelador concierto en el Palau de la Música de Barcelona.
Su historia es digna de un telefilme de sobremesa “basado en hechos reales” y no sería extraño que algún día rodaran un biopic sobre ella. A los 19 años, cuando iba en bicicleta, Melody Gardot fue arrollada por un coche que se dio a la fuga, y sufrió múltiples heridas en la cabeza y fracturas pélvicas.
Su amor por la música fue su mejor terapia, y en la cama del hospital compuso las canciones que formarían parte de su debut, el EP autoeditado Some Lessons. The Bedroom Sessions (2005).
Aunque sobrevivió a un accidente casi fatal, las secuelas fueron inevitables: es hipersensible a la luz, lleva gafas oscuras, y durante años utilizó un bastón para caminar y un electroestimulador nervioso transcutáneo para aliviar su dolor muscular.
Dotada de una voz cálida e íntima, nada que ver con la frialdad técnica de Diana Krall, y diestra con la guitarra y el piano, con su estreno en largo, el LP Worrisome Heart (editado de forma independiente en 2006 y relanzado por Verve en 2008), fue comparada a Norah Jones y Madeleine Peyroux.
Con su segundo álbum, My One And Only Thrill (2009), producido por el veterano Larry Klein, Melody consiguió deshacerse de cualquier símil y se erigió en una artista con personalidad propia. La mejor prueba de ello fue que sus composiciones eran tan brillantes que sonaban a clásicos.
Era el caso de las excelentes baladas jazz Baby I’m A Fool (jugando con el contraste de la desnuda guitarra acústica que acompañaba a la voz y las cuerdas que la envolvían) y Lover Undercover, el sensual swing con metales Who Will Comfort Me, el blues Your Heart Is As Black As Night, la bilingüe Les étoiles y la que daba título al álbum, una dramática balada con arreglos de cuerdas espectaculares dignos de score cinematográfico.
La cantautora de Nueva Jersey interpretaba una única versión, el célebre Over The Rainbow de El mago de Oz, y lo hacía a ritmo de bossa nova. Con tan solo 24 años, y tras sobrevivir a un tremendo atropello, quedaba claro que podía conseguir lo que deseara.
Para la mayoría de los mortales, la experiencia de un largo y exótico viaje solo se traduce en hacer un álbum de fotos más o menos apañado, por mucho que te digan que su vida no será la misma a partir de ese momento. Solo algunos consiguen expresar las sensaciones vividas en una obra artística, llámalo libro, documental o disco.
Eso es lo que le ocurrió a Melody. Su tercer álbum surgió de la inspiración de un año de viajes: del desierto de Marrakech a las calles de Lisboa, de las milongas de Buenos Aires a las playas de Brasil. Eso no significaba que The Absence (2012) fuera un pastiche infumable; al contrario.
Con su voz aparentemente frágil pero dotada de una fuerza extraordinaria, la cantante adornaba sus composiciones de base jazzística (sí señor, no había ni una sola versión) con pinceladas de samba, tango, bossa nova, calipso e incluso sonidos africanos.
El álbum contaba con la producción del brasileño Heitor Pereira –compositor de bandas sonoras (es colaborador habitual de Hans Zimmer), guitarrista de sesión (Sergio Mendes, Ivan Lins, Caetano Veloso) y excomponente de Simply Red– y con la colaboración de músicos de prestigio como Paulinho da Costa, Peter Erskine y Jim Keltner.
Gardot recorría el mundo a ritmo de samba (la alegre y colorista Mira), calipso (Amalia), fado (Lisboa), cadencias de bossa nova (So Long y, sobre todo, la absolutamente preciosa Se você me ama, en portugués y a dúo con Pereira) y ecos africanos (Iemanja, con cánticos femeninos y percusiones; al final de este tema, incluía un hidden track instrumental de jazz desquiciado y sonidos de la calle).
La rubia también ofrecía su faceta más canalla en Impossible Love (con aires tangueros, frases en francés y un mayor dramatismo emocional), la sensual y quebrada If I Tell You I Love You y la arrabalera Goodbye (con metales dixie). Bueno, vale, a fin de cuentas no dejaba de ser otro álbum de fotos de viajes, pero con elegancia y delicadeza a raudales.
Tras The Absence, Melody publicaría Currency of Man (2015), Live in Europe (2018) y Sunset in the Blue (2020), hasta llegar al reciente Entre eux deux (2022), grabado a dúo con el pianista brasileño Philippe Powell, hijo del mítico guitarrista de jazz y bossa nova Baden Powell.
Este último disco es el que presenta en sus conciertos españoles, acompañada por Powell (piano y teclados), Christopher Thomas (bajo), Jorge Bezerra (percusión), Astghik Vardanyan (violín), Gohay Papoyan (violín), Artyom Manukyan (violonchelo), Astghik Gazhoyan (viola) e Irwin Hall (saxos).
Imborrable descubrimiento
Palau de la Música, Barcelona, 14 de abril de 2010 (Festival Mil·lenni)
Un escenario en penumbras. Tres músicos tocando intenso bebop, con uno de sus componentes soplando dos saxos a lo Rahsaan Roland Kirk. Y apareció ella, se sentó al piano y empezó a golpear las cuerdas, hasta dejarnos oír un sorprendente hilo de voz.
Una entrada tan melodramática como efectiva para un personaje que parecía sacado de una novela de Barry Gifford o de una película de David Lynch. Esto no era el club Misterio: aquí sí había banda (¡y menuda banda!), pero la presencia morbosa de Melody Gardot nos llevó a un cabaret donde, como en Mulholland Drive, nuestra vida daría un vuelco y no volvería a ser la misma.
Enfundada en un ceñido vestido negro, larga melena rubia y con las secuelas de su desafortunado accidente –gafas oscuras y bastón–, la figura de la cantante norteamericana irradiaba una extraña sensualidad, reforzada por su voz susurrante y sus movimientos gatunos.
Mucho más jazz que en sus algo edulcoradas grabaciones –repasó gran parte de My One And Only Thrill (2009)–, la veinteañera Melody hizo gala de unas tablas apabullantes. Sus propias canciones brillaban con una capacidad de seducción innegable –el Baby I’m A Fool solo con guitarra y percusión, o If The Stars Were Mine a ritmo de bossa nova–, y, a pesar de una cierta ortodoxia, insertaba fragmentos de You Really Got Me de The Kinks o de A Love Supreme de John Coltrane que encajaban con total naturalidad.
Una inventiva que la llevó a interpretar un Caravan (Duke Ellington) espectacular con scat incluido y un Summertime (George & Ira Gershwin) fundido con un tórrido Fever (Little Willie John), y a recordar las grabaciones de campo de Alan Lomax encarnando a una presa para cantar a capela acompañándose de golpes con el pie y un brazalete-cadena. Melody Gardot, un ángel oscuro que permanece imborrable en tu recuerdo.