El poderoso grupo de blues, en formato de dúo, cerrará la próxima edición del festival Blues & Ritmes de Badalona con su concierto del 1 de abril. Recordamos algunos de los momentos más destacados de su carrera con varios de sus discos.
¿Un nombre pretencioso para lo que empezó como un trío? Depende. Los North Mississippi Allstars pueden ser pocos, pero su sonido mezcla lo mejor del blues del Delta y del rock sureño para crear un sello propio, crudo y potente.
Sus creadores son los hermanos Dickinson, Luther (guitarra, mandolina y voz) y Cody (batería, sampler, guitarra, washboard y voz) –hijos del legendario productor y músico de Memphis Jim Dickinson–, a los que se añadiría Chris Chew (bajo).
El grupo se fundó en 1996 en Hernando (Mississippi) y pronto compartió escenario con Otha Turner y R. L. Burnside, sus dos influencias principales, además de Mississippi Fred McDowell. En su estilo también está la huella de ZZ Top y The Allman Brothers Band.
La mezcla resultante es poderosa: tiene la contundencia rítmica del rock, utiliza los hallazgos del hip hop, exhibe un brillante juego de voces, y se basa sobre todo en la prodigiosa guitarra de Luther, con el evidente influjo de Duane Allman.
En su ópera prima, Shake Hands With Shorty (2000), solo había versiones, ¡pero qué versiones! Predominaban temas de Fred McDowell: Drop Down Mama (entre el rhythm’n’blues y el rock sureño, con Alvin Youngblood Hart) y Someday Baby.
También pertenecían a McDowell Drinking Muddy Water (con ímpetu funk) y, el mejor de todos, el demoledor Shake ‘Em On Down (con una batería hip hop milimétrica y contundente, una slide desquiciada, voces manipuladas y sample).
De R. L. Burnside sonaban Po Black Maddie, Skinny Woman (la evolución del tema anterior hacia el terreno de los Allman Brothers) y Goin’ Down South (con el hijo y el nieto de Burnside, Garry y Cedric, en la sección rítmica).
Y adaptaban a Furry Lewis (el country-blues K.C. Jones, con guitarra acústica, mandolina y piano), Mississippi Sheiks (Sitting On Top Of The World, irreconocible al principio) y Junior Kimbrough (All Night Long, nueve minutos de impro).
En el segundo LP, 51 Phantom (2001), los hermanos repitieron la fórmula de su debut: blues ruidoso y repetitivo, al gusto de R. L. Burnside o Junior Kimbrough, y rock sureño aliñado a lo ZZ Top, con paradas en el virtuosismo de Duane Allman.
Aunque también se acercaban al grunge melódico, rendían tributo a los Staple Singers en el soulero Freedom Highway, se emocionaban con el góspel más contagioso y recreaban la guturalidad del thrash mezclada con el rap.
Tras Polaris (2003), en el que se incorporó el guitarrista Duwayne Burnside (hijo de R. L.), llegaría su primer trabajo en directo, Hill Country Revue (2004), registrado en el festival por excelencia de las jam bands.
En 2004, los NMA fueron invitados a actuar en el Bonnaroo. Y en lugar de presentarse solo con su formación habitual, trajeron consigo a un puñado de amigos y familiares y se transformaron en la North Mississippi Hill Country Revue.
La reunión fue impresionante: tres generaciones de los Burnside con el patriarca R. L., sus hijos Duwayne y Garry y su nieto Cody, Chris Robinson (The Black Crowes), JoJo Hermann (Widespread Panic) y la banda del fallecido Otha Turner liderada por sus nietos.
El resultado de tan tremenda mezcla solo podía calificarse de histórico, al combinar de forma tan efectiva todos los elementos raciales, geográficos y culturales del blues con una musicalidad amante de los riesgos.
La presencia de Burnside era más espiritual que práctica, pero sus hijos mantenían su tradición y la acercaban a las fronteras del hip hop y la psicodelia. Aunque el verdadero protagonista de la función era Luther, al ser poseído por los fantasmas de Duane Allman y Jimi Hendrix y llevar el blues hacia nuevos terrenos.
Sin duda, un festival como el Bonnaroo resultaba el lugar más adecuado para este experimento familiar, que le permitía al grupo pasar del blues del Delta más obsesivo en Snake Drive y Jumper On The Line (ambos de R. L. Burnside) a sonar como The Band en el country-rock de Ry Cooder Boomer’s Story.
También se sumergían en el pasado con clásicos (Shimmy She Wobble/Station Blues de Otha Turner), estallaban con contundente blues-funk (Shake ‘Em On Down y Friend Of Mine), enloquecían con Psychedelic Sex Machine y la atmosférica Be So Glad, y recorrían la senda de los Allman Brothers (Po Black Maddie/Skinny Woman).
Las colaboraciones siguieron en el siguiente álbum en estudio, Electric Blue Watermelon (2005), donde fueron más Allstars que nunca con las aportaciones de Lucinda Williams, Robert Randolph, Dirty Dozen Brass Band y Jimbo Mathus.
Y llegó Hernando (2008), donde volvían al formato de trío. Pero ese no era el único cambio. Si anteriormente los Dickinson abanderaban un retorno al rock sureño de Duane Allman, ahora su referente era el blues-rock de los sesenta de Jimi Hendrix.
Así lo demostraban en Keep the Devil Down, Rooster’s Blues y Eaglebird. Pero, a pesar de la contundencia y densidad del sonido blues-rock y de la tendencia a la pirotecnia guitarrera que tanto gusta a los amantes de las jam bands, conservaban las raíces en la estructura de muchas canciones, como Shake y Take Yo Time, Rodney.
Por eso los hermanos sorprendían más cuando bajaban el volumen de las guitarras y nos regalaban canciones como el festivo Mizzip, el rockabilly Blow Out (con homenaje a Chuck Berry), el country-blues Come Go with Me (con Jimbo Mathus) y la ortodoxa y elegante versión del I’d Love to Be a Hippie de Champion Jack Dupree.
Los siguientes discos fueron Keys to the Kingdom (2011) –con Mavis Staples, Ry Cooder y Spooner Oldham– y World Boogie Is Coming (2013). Por suerte, en este último dejaban atrás el tufillo de temas interminables y solos onanistas propios de las jam bands para volver a sus influencias.
Así, Luther y Cody, acompañados por Lightnin’ Malcolm, Duwayne y Garry Burnside, Kenny Brown, Alvin Youngblood Hart, Sharde Thomas (nieta de Otha Turner) y el mismísimo Robert Plant a la armónica, revisitaban a su manera clásicos de sus referentes.
Entre sus relecturas (de Kimbrough, Burnside y Turner, y también de Willie Dixon, Bukka White y Sleepy John Estes), destacaban el atmosférico JR, el catártico Rollin ‘N Tumblin (con guitarras broncas y voces filtradas) y el country-blues Boogie (como una antigua grabación de campo manipulada, con una torrencial percusión).
También brillaban el blues-funk con rítmica casi hip hop Snake Drive (con guitarras que parecían turntables… ¿o lo eran?) y el instrumental Shimmy fundido con My Babe (con un poderoso ritmo second line y el sonido del pífano).
En cambio, I’m Leaving pecaba de pirotecnia guitarrera y Jumper On The Line agotaba con sus diez minutos. Una mención especial merecía un tema propio, Turn Up Satan, más cerca de The Black Keys y con vocación de hit.
Para algunos, World Boogie Is Coming fue la obra maestra de los NMA. Opiniones aparte, no hay duda de que constituía un equilibrio perfecto entre el blues tradicional y la experimentación bien entendida.
Después, publicarían Freedom & Dreams (2015), con Anders Osborne; Prayer for Peace (2017); Up and Rolling (2019) –con Mavis Staples, Jason Isbell y Duane Betts–, y su trabajo más reciente, Set Sail (2022), con Lamar Williams Jr., William Bell y John Medeski.
North Mississippi Allstars Duo o, lo que es lo mismo, Cody Dickinson (voz y batería) y Luther Dickinson (voz y guitarra), clausurarán la edición de 2023 del festival Blues & Ritmes, con un concierto en el Teatre Margarida Xirgu de Badalona el 1 de abril.
Un maestro con ganas de gresca
“El blues no es otra cosa que dance music. La gente ha estado bailando blues durante un puñado de años: Adán y Eva lo bailaban.” El autor de esta sentencia fue el veterano cantante y guitarrista R. L. Burnside (1926-2005).
Paradigma del hill country blues, pasó largas temporadas en Chicago y Memphis hasta que volvió a su Mississippi natal. Allí abrió un pequeño bar donde tocaba. Su banda estaba integrada por músicos locales, hasta que sus numerosos hijos fueron lo suficientemente mayores para formar una orquesta familiar.
Esos jóvenes introdujeron las influencias más modernas en su música. Redescubierto en 1979, Burnside no publicó su primer LP hasta 1981, Sound Machine Groove.
Pero su popularidad no llegó hasta que fichó por el sello Fat Possum en 1991. Una gira con The Jon Spencer Blues Explosion –y un disco juntos, A Ass Pocket of Whiskey (1996)– le dio a conocer a las nuevas generaciones.
Come On In (1998) supuso un paso más en este acercamiento a los jóvenes. El productor de Beck, Tom Rothrock, transformó el crudo blues del Delta, rítmico y repetitivo, en loops hipnóticos cercanos a la música trance marroquí. Como dijo Rothrock, “es una profunda exploración de su estilo, una extensión de su trabajo”.
Rothrock se limitó a aprovechar el austero estilo de R. L., expresado de forma rítmica y con un solo acorde, y agregarle ritmos programados (hip hop, drum’n’bass y dub) y samples de su voz. El resultado podía disgustar a los puristas, pero también entusiasmar a los que veían en el blues un estilo anclado en el pasado.
La curiosa mezcla resultaba eficaz y efectiva: en Let My Baby Ride, It’s Bad You Know, Rollin’ Tumblin’, Please Don’t Stay, el enigmático Shuck Dub y Don’t Stop Honey, con un teclado funk galáctico, voz manipulada, guitarra distorsionada y un desarrollo instrumental electrónico, para crear un blues cibernético.
En el disco también había ocasiones para sonidos más tradicionales, como Come On In (Live), solo con voz y guitarra, o el crudo Just Like A Woman, y momentos más chocantes, como Heat, donde la voz de Burnside quedaba sepultada bajo el ritmo demoledor e incansable de la batería.
Sorprendente para un veterano que en ese momento tenía 72 años (“al final lo he conseguido, el mundo puede escuchar por fin mi sonido”), Come On In era un disco que muchos artistas más jóvenes nunca osarían grabar.
Y para los más atrevidos…
Seymour, el coleccionista de acetatos interpretado por Steve Buscemi en Ghost World (Terry Zwigoff, 2001), está a punto de sufrir un colapso tras escuchar el “verdadero blues del Delta” en la versión de un ruidoso grupo llamado Blueshammer. Esa es la típica actitud de algunos puristas, poco amantes de las innovaciones.
Y a priori, un álbum como Blues Beat Sessions (2002) podría parecer un sacrilegio a más de uno: ¿a quién se le ocurriría mezclar las voces de los bluesmen del Delta con ritmos electrónicos?
El “culpable” fue Alex Van Loy, un DJ belga cuya intención era hacer “una propuesta contemporánea sobre el género más influyente de la música popular americana, el blues”.
En realidad, Van Loy se limitaba a seleccionar una serie de temas donde se mezclaban sin problemas las guitarras acústicas con las cajas de ritmos, y las armónicas con los samples.
La mayoría de artistas eran europeos: los daneses Wass (con una irresistible relectura house de Summertime) y Banzai Republic (con un Gambling Man donde la voz entre crujidos de vinilo de Bukka White descansaba sobre una cadencia dub) y los austríacos MUM (con el excelente Boychild) y The Private Lightnin’ Six.
Y no faltaban los franceses (o residentes en ese país) como Jumbo Layer (con un Misty que combinaba sonidos acústicos con ritmos mutantes), Kid Loco, Gare Du Nord (con el Come On My Kitchen de Robert Johnson convertido en Pablo’s Blues), y el brasileño Amon Tobin, alias Cujo (con el lisérgico Curfew).
Pero Van Loy también incluyó a viejas glorias recuperadas, la mayoría artistas de Fat Possum (R. L. Burnside, T-Model Ford y Paul Jones), y a pioneros (del blues en estado puro de Ligthnin’ Hopkins a la desnudez de Bessie Jones). Más discutible era la inclusión de Dr. John con Gris-Gris Gumbo Ya Ya.
La inusual propuesta se completaba con la presencia de cantantes contemporáneos con visiones personales sobre el blues: Joseph Malik, con el sensual Take It All And Check It All About de Bill Withers; Olu Dara, con el africano-neorleano Herbman, y Little Axe (o Skip McDonald), con un Midnight Dream que casaba blues y dub.
En el fondo, y a pesar del pedante texto incluido en el disco, Blues Beat Sessions –que, por cierto, fue una compilación ideada por el sello español independiente Dro– llegaría a convencer al entrañable Seymour.