
Cuando murió Johnny Adams el 14 de septiembre de 1998, ningún periódico español se hizo eco de la triste noticia. Una prueba más de que en este país la música negra en general, y la de Nueva Orleans en particular, ha interesado más bien poco a las grandes audiencias.
Hace bastantes años, cuando todavía no se había popularizado el uso de internet, tenía una afición que, hoy en día, a muchos les puede parecer prehistórica: escribía cartas a la sección de opinión de los periódicos sobre cualquier tema. Y cuando digo cualquiera me refiero precisamente a eso: no solo a lo obvio (todo lo relacionado con la música), sino también a política, deportes, urbanismo… Muchas de ellas se publicaban; otras, no (curiosamente eso siempre solía ocurrir en el mismo diario, La Vanguardia).
Recuerdo perfectamente una de esas cartas, la que escribí con motivo de la muerte de Johnny Adams. Decía así:
«El pasado 14 de septiembre, a los 66 años de edad, murió víctima del cáncer el cantante Johnny Adams, reconocido por los fans, los críticos y los músicos de todo el mundo como uno de los mejores vocalistas de jazz y rhythm’n’blues de Nueva Orleans. A pesar de su innegable valor como artista (en los últimos años había colaborado con Aaron Neville, Harry Connick Jr y Dr. John, amén de haber ganado numerosos premios por sus trabajos), y de haber actuado en diversas ocasiones en nuestro país (la más reciente, si no recuerdo mal, en el Festival de Blues de Cerdanyola), en ningún periódico español ha aparecido ni una triste reseña, ni tan solo una necrológica. Sirvan estas líneas de modesto homenaje a Johnny Adams y, al mismo tiempo, de reprimenda a unos medios de comunicación que a veces parecen no enterarse de lo que ocurre a su alrededor».
Sinceramente, no recuerdo si esta carta se llegó a publicar, pero lo dudo, dado el «rapapolvo» que dedicaba a los medios. Paréntesis: no hace falta decir que, pese a la globalización y capacidad de información inmediata que proporciona internet, algunos medios siguen en la inopia respecto a algunos temas musicales, pero eso ya es objeto de otro debate.

Así que volvamos a lo importante, Johnny Adams. En 1995, en las notas interiores de su disco The Verdict, afirmaba lo siguiente: «Muchos artistas siguen hasta que no pueden más, pero preferiría que la gente me recordara por la época cuando cantaba con sentimiento y espíritu».
El problema es precisamente ese, que lo recordaran. Porque Adams es otro de esos numerosos casos de artistas de talento indiscutible que, por el hecho de no haber conseguido un éxito masivo o por grabar en un sello pequeño, son ignorados por los medios de comunicación (al menos en España, como ya se ha demostrado).
Nacido en Nueva Orleans en 1932 y conocido como «The Tan Canary» (el canario bronceado o bruno) por sus manierismos vocales, Adams empezó su carrera como integrante de varios grupos gospel. La primera etapa de su carrera está indiscutiblemente ligada a un joven Mac Rebennack (Dr. John): él produjo su single de debut I Won’t Cry en 1959 para el sello Ric Records, y le escribió A Losing Battle, un éxito a nivel nacional en 1962.
Más tarde fichó para el sello de Nashville SSS International y consiguió éxitos relativos con Release Me en 1968, Reconsider Me y I Can’t Be All Bad en 1969 y I Won’t Cry en 1970. A partir de los setenta, recaló en varias discográficas, hasta que terminó en el sello Rounder, donde grabaría sus mejores discos a partir de los ochenta, como la trilogía formada por From The Heart (1984), After Dark (1986) y Room With A View Of The Blues (1988), así como sus álbumes de tributo a Percy Mayfield (Walking On A Tightrope. The Songs Of Percy Mayfield, 1989) y Doc Pomus (Johnny Adams Sings Doc Pomus. The Real Me, 1991).

Considerado uno de los mejores cantantes de rhythm’n’blues de Nueva Orleans, dotado de una voz cálida, poderosa, elástica y llena de soul, evocadora de clásicos como Solomon Burke y Jerry Butler, Adams siempre se caracterizó por la elegancia de sus grabaciones. Capaz de alcanzar los falsetes más desgarradores, con un arrebato apasionado que emanaba directamente del gospel, conseguía rozar lo sublime en las baladas cercanas al melodrama, esos lamentos de «llanto y desgarro» que ponían la piel de gallina.
En su última época, había dejado el rhythm’n’blues a un lado y cumplió su deseo de convertirse en un excelente crooner jazzístico. Pero en plena lucha contra el cáncer decidió volver al estilo que le hizo famoso, el rhythm’n’blues y el soul sureño. A los 66 años, y junto con músicos de su ciudad (el guitarrista Walter Wolfman Washington, el pianista David Torkanowsky y el bajista George Porter Jr) y de Memphis (el guitarrista Michael Toles), grabó el álbum Man Of My Word (1998), su trabajo póstumo.
Más vale tarde que nunca, así que es el mejor momento para recordar a ese «canario bruno» que cantó a las pasiones amorosas mejor que nadie. Y para terminar, nada mejor que verlo en directo, con la canción Lost Mind, en un concierto de 1990 con una banda que incluía a Jon Cleary (piano), George Porter Jr (bajo), Danny Caron (guitarra) y Kenneth Blevins (batería). Atención al solo de mouth trombone.