
Fue al country lo que Billie Holiday al jazz: una figura irrepetible que rebasó las fronteras de los estilos sin perder un ápice de su personalidad. Y, a pesar del paso de los años, no ha conseguido ser superada. En el día de su nacimiento explicamos su leyenda.
La corona de «Reina del country» sigue vacante tras la desaparición de Patsy Cline. La malograda cantante abrió el camino a las artistas femeninas en un Nashville de talante machista.
Aunque no estaba sola –Kitty Wells, Brenda Lee y Skeeter Davis se avanzaron con el crossover de pop y country–, se convirtió en una leyenda, posiblemente debido a su temprana muerte a los 30 años el 5 de marzo de 1963 en un accidente aéreo, en pleno éxito.
A pesar de algunas experiencias como cantante en clubs locales cuando era adolescente, el gran momento de Patsy –nacida Virginia Patterson Hensley el 8 de septiembre de 1932 en Winchester, Virginia– no llegó hasta 1957, cuando ganó un concurso de talentos televisivos con Walking After Midnight. El single entró directamente en las listas de pop y de country.
Tras unos comienzos irregulares y unas ciertas limitaciones (no habría podido triunfar como cantante rockabilly, al faltarle la convicción de una Wanda Jackson), su carrera experimentó un cambio radical a partir de 1960.

Junto con Owen Bradley, estableció el prototipo del mejor country comercial de Nashville: el productor la rodeó de arreglos orquestales, cuerdas llorosas, ecos y los coros de The Jordanaires, además de contar con los mejores músicos de sesión de la ciudad. Arropada por este lujoso colchón, la voz de Patsy sonaba más rica, más confidente y más madura, aunque siempre con una sensación de vulnerabilidad.
Más allá de un simple cambio de estilo en el vestir (de los horteras trajes de cowgirl a los vestidos elegantes), su evolución se notó en su acercamiento a otros campos, como el blues, el jazz y las torch songs, e incluso el rock’n’roll.
Y, aunque solo fue una gran estrella durante poco más de dos años, su inimitable estilo vocal, con esas pausas cargadas de emoción y desgarro, marcó a cantantes como su gran amiga Loretta Lynn, Reba McEntire y k.d. lang, aunque ninguna de ellas logró heredar su corona.
Entre sus numerosas grabaciones, destacaremos dos de 1961 por lo que supusieron. Ese fue un año que Patsy nunca olvidaría: por una parte, un accidente automovilístico el 14 de junio le provocó graves heridas; por otra, conseguiría su consagración de la mano de Owen Bradley.
En 1961, Cline había editado el single I Fall To Pieces, un punto de inflexión en su carrera, número 1 en las listas de country y 12 en las de pop. El éxito de esta canción, compuesta por Hank Cochran y Harlan Howard, fue tal que Decca exigió a la cantante que grabara un álbum: en menos de una semana, tuvo listas las canciones que integrarían su segundo LP, Showcase (1961).

Recién recuperada de su accidente, volvió a reunirse en el estudio con Bradley. El productor lo tenía muy claro: en Showcase envolvió la voz de Patsy con un eco y la acompañó de una lujosa orquestación y coros.
Sin embargo, el elemento campestre no estaba del todo erradicado: la presencia de excelentes músicos de sesión (el pianista Floyd Cramer, el guitarrista Hank Garland y el batería Buddy Harmon) aseguraba las raíces del honky tonk.
El repertorio de Showcase reflejaba también la evolución de Patsy hacia otros territorios, e incluía hits pop de los cincuenta (True Love de Cole Porter), estándares del pop y del country –I Love You So Much It Hurts, South Of The Border (Down Mexico Way)–, nuevas y más estilizadas versiones de temas grabados antes –A Poor Man’s Roses (Or A Rich Man’s Gold), Walkin’ After Midnight– y canciones de nuevos compositores de Nashville (Foolin’ Round de Buck Owens, la memorable Crazy de Willie Nelson y I Fall To Pieces).
Pero si la materia prima sobre la que trabajaba Bradley no hubiera sido excelente, de poco habría servido su cuidada producción. Aún no se había inventado el Auto-Tune para arreglar la voz de cantantes sin talento como los actuales. La mejor prueba para demostrar el valor de un artista es el directo, y Patsy la superó con creces.

Live At The Cimarron Ballroom (publicado en 1997) recogía un concierto celebrado el 29 de julio de 1961 en una sala de baile de Tulsa, y fue especialmente significativo por varios motivos. Nunca tuvo la intención de editarse comercialmente: solo se trataba de una colaboración especial con la banda de western swing de Leon McAuliffe, y era su primera aparición pública tras el accidente que casi le costó la vida.
Sin la brillantez del toque Bradley, sin estar acompañada por músicos de estudio, y a pesar de las deficiencias del sonido (micros que se acoplaban, ruido de fondo de copas y murmullos), su voz conseguía brillar por encima de las dificultades. El resultado fue un soberbio concierto, donde la cantante, entre explicaciones sobre su accidente, desgranaba lo mejor de su repertorio.
Respaldada por una excelente banda de sonido jazzístico que incluía metales, Patsy demostraba su talento con western swing contagioso y bailable (Come On In; Bill Bailey, Won’t You Please Come Home; el San Antonio Rose de Bob Wills), honky tonk (el Lovesick Blues de Hank Williams, con yodel incluido; su clásico Walking After Midnight o Foolin’ Round) y, especialmente, preciosas y sobrecogedoras baladas que le permitían exhibir los matices de su expresiva garganta (There He Goes y una tremenda I Fall To Pieces).
El concierto incluía además tres canciones inéditas que no había grabado nunca, y que son un ejemplo de su versatilidad: el arrollador rock’n’roll Shake, Rattle And Roll de Big Joe Tuner, el trepidante twist Stupid Cupid de Connie Francis y el When My Dreamboat Comes Home de Fats Domino.