Sin tiempo para morir, la nueva película de James Bond, debía haberse estrenado esta semana tras suspenderse la primera fecha prevista para el pasado mes de abril. Pero de nuevo la pandemia lo ha postergado hasta el próximo 2021. Por si fuera poco, es el último filme protagonizado por Daniel Craig.
La verdad es que nunca he sido un gran seguidor del agente 007. Las primeras películas de la saga que vi fueron las de la época de Roger Moore (entre 1973 y 1985), y era bastante patético contemplar a un carcamal como él en escenas de acción o, peor aún, de sexo.
Además, tenía la impresión de que veía el mismo filme una y otra vez: chicas espectaculares, escenarios cosmopolitas, gadgets sofisticados, enemigos carismáticos… siempre la misma fórmula, con un marcado carácter paródico.
Y, por encima de todo, y a pesar de ser superproducciones internacionales, tenían un tufillo inglés que no me gustaba (no sé si lo he dicho en otras ocasiones, pero la cultura popular británica no es precisamente de mis preferidas).
Los Bond posteriores a Moore tampoco arreglaron las cosas: Timothy Dalton pasó desapercibido, y Pierce Brosnan quizá elevó un poco el listón, pero la ecuación era siempre la misma, una y otra vez.
Por si fuera poco, quisieron introducir elementos políticamente correctos, como el hecho de que M, el jefe del agente, fuera una mujer o de que las chicas que interactuaban con 007 no fueran meros objetos sexuales.
Mi interés cambió al anunciarse que Daniel Craig sería el nuevo Bond. Me divirtió mucho la polémica suscitada por los fanáticos fundamentalistas de la serie: que si era demasiado rubio, que si era demasiado bajo, que si parecía un boxeador…
Y como ya sabéis que me gusta ir siempre a la contra, le di una oportunidad y vi Casino Royale (Martin Campbell, 2006), la primera que protagonizó en el rol del agente. A partir de ese momento, mi percepción sobre James Bond cambió.
Primero, porque pienso que Craig es el mejor 007 (sin contar a Sean Connery): por su aspecto de asesino de la mafia rusa (con un cierto parecido con Putin), por su eterna cara de mala leche, por su impresionante forma física (¡por fin un Bond creíble en las escenas de acción!), por su frialdad a la hora de matar y, sobre todo, por su ambigüedad moral, en plena contradicción con la corrección política imperante.
Muchos críticos argumentaron que este cambio en el personaje se debía a películas como las de Jason Bourne. Pero yo diría que la cosa viene de antes, de la televisión, y de la serie Alias (2001-2006) en concreto.
Esta brillante producción del genio J.J. Abrams redefinió el género del espionaje tal como lo conocíamos. Se puede afirmar sin exagerar que los 42 minutos de cualquier capítulo de Alias eran mucho mejores que las últimas películas de Bond (previas a Craig): por la acción, por la complejidad de las tramas y por la ambigüedad moral de los personajes.
No se puede negar: la saga Bond a partir de Casino Royale se reinventó, se hizo adulta, aparcó el exceso de gadgets y las escenas de cama superfluas y volvió a la violencia, a la acción adrenalítica y a la inmoralidad y humanidad de un personaje con licencia para matar por la cara, solo por motivaciones personales.



Después de Casino Royale, Craig protagonizó Quantum Of Solace (Marc Forster, 2008), Skyfall (Sam Mendes, 2012) y Spectre (Sam Mendes, 2015). Sin tiempo para morir (Cary Fukunaga, 2021), la película número 25 de la serie, es su despedida del personaje.
Muchos seguramente preferirán las aventuras para todos los públicos de Moore, Dalton y Brosnan; yo me quedo con el tono oscuro de Craig.
Ahora solo queda saber quién será su sucesor y si estará a la altura. Son varios los nombres que suenan: Henry Cavill, Idris Elba, Richard Madden, Tom Hardy… El más reciente que ha expresado su interés ha sido Charlie Hunnam. Si estuviera en mis manos, escogería a este último o a Idris Elba.
Y la polémica ha surgido al anunciarse que 007 será interpretado por Lashana Lynch. Las redes han estallado, pero no han entendido el matiz: la actriz solo «hereda» la nomenclatura de 007, no encarna a James Bond.
En cualquier caso, solo pido una cosa: que no pongan a un veinteañero para intentar atraer al público joven. Para eso, ya tenemos la –por otra parte– estupenda franquicia de Kingsman, un brillante update de los tics bondianos con un sentido del humor gamberro y acción espectacular.
Por cierto, habréis notado que he evitado hacer comparaciones con la etapa de Sean Connery porque esa es otra liga. Aun así, recuerdo las palabras del actor recientemente fallecido cuando, en 2005, calificó de “excelente” la elección de Craig para el papel y añadió: «Creo que están volviendo a un tipo de película de Bond más realista».