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Lynden David Hall, esperanza truncada

La black music actual vive horas bajas: si consideramos al mediocre The Weeknd como su máximo exponente, apañados estamos. La desaparición de Prince y la pereza creativa de D’Angelo nos obliga a rebuscar en artistas de un pasado cercano. En Inglaterra encontramos uno de los ejemplos más injustamente olvidados: con una entrevista de 1998, recordamos su prometedora figura cuando se cumplen quince años de su prematura muerte.

Definición de cantautor: dícese del músico que compone e interpreta sus canciones; en un sentido más amplio, se aplica también a quien, además, las arregla y las produce. Tranquilos: no vamos a glosar la nueva reencarnación de Prince, sino a hablar de Lynden David Hall (1974-2006).

Una jugarreta del destino hizo que este londinense también fuera multinstrumentista, compositor y productor, pero allí acababa toda coincidencia con el geniecillo de Minneapolis, como el mismo Lynden reconocía: “Puede que me comparen a él, pero solo intento ser yo mismo, ser real”. Eso no le impedía confesar, sin embargo, que “a los 14 o 15 años, cuando aprendí a tocar la guitarra, Prince era ‘el hombre’, el espejo en el que mirarse”.

La vieja colección de vinilos de su padre fue el primer contacto de Hall con la música, y las grabaciones de John Coltrane y Miles Davis se convirtieron en sus discos de cabecera. “Descubrí que, si llega a la gente, no importa lo antigua que sea la música”. Pero ese no fue el único aprendizaje. “Esos artistas me enseñaron la importancia del espacio para que tu sonido respire, para conseguir que los instrumentos tengan su propio lugar en una canción”.

Una vez asimilada la teoría, solo le quedaba ejercitarse con la práctica, y en una escuela de artes escénicas y tecnología aprendió a tocar la guitarra, la batería, el bajo y el teclado. “Siempre tuve las canciones en mi cabeza, y entonces conseguí la habilidad para plasmarlas”. Y lo hizo junto a un par de bandas, Sexual Suicide y Lynden Tree, hasta que decidió dar el salto en solitario.

Portada de la reedición de 1998 de su debut

El resultado, un espléndido debut, el álbum Medicine 4 My Pain (1997), que le valió diversos premios y nominaciones, un número de copias vendidas nada despreciable (más de cien mil en Inglaterra), la experiencia de telonear a Janet Jackson y M People y encendidos titulares, como el de la revista Touch, calificándolo como “el rey del soul británico”. Ante declaraciones de esta guisa, Lynden sonreía y se limitaba a puntualizar que “la gente puede decir lo que quiera; no intento ser el rey de nada, solo el rey de mí mismo”.

Su juventud y su aparente inexperiencia no impidieron que llevara las riendas de la producción de su primer disco. “He podido hacer lo que he querido”. Aun así, contó con la colaboración del productor Bob Power (conocido por sus trabajos con Erykah Badu, The Roots y D’Angelo) y con dos invitados de categoría, la bajista M’Shell Ndegéocello y el veterano teclista del sonido Filadelfia Leon Pendarvis.

Lejos del sonido swingbeat y de cualquier atisbo de hip hop, Medicine 4 My Pain gozaba de una brillante producción, al estilo de los clásicos de Marvin Gaye, plagada de guitarras wah-wah, Fender Rhodes arcaicos y cuerdas. “No fue algo intencionado, aunque toda la música que me gusta proviene de los primeros años setenta”, se justificaba.

Y es que en el disco era fácil reconocer la huella de Gaye (Sexy Cinderella, su mayor hit), Stevie Wonder y las referencias más cercanas de Omar y, cómo no, Prince (Crescent Moon). Sin embargo, Hall no negaba que también le gustaba el rap: “Creo que no es algo que sea obvio, pero es así. A los 8 años escuchaba los discos de electro y de la old school. Pero al hacer mi música pienso en guitarras wah wah, en sonidos que pueden parecer pasados de moda”.

Con su voz sedosa, parecía sentirse especialmente cómodo con las baladas y los medios tiempos. “De hecho, reflejan mi personalidad, los disfruto más que los ritmos acelerados”. Y, al igual que su admirado Marvin Gaye, no le hacía ascos a lo social, como demostraba en Livin’ The Lie. “No trato de ser político ni nada por el estilo, pero me interesan los temas humanos”.

Me gusta el blues de Muddy Waters y Robert Johnson, pero yo hago música para la época actual

Respecto a su inclusión en un nuevo movimiento soul al lado de artistas como D’Angelo, Maxwell y Erykah Badu, se declaraba escéptico: “Hay un regreso de la musicalidad, pero yo solo hago lo mío”. Su opinión estaba más clara cuando se trataba de escoger entre el soul británico y el norteamericano: “El primero es más interesante porque puedes escuchar álbumes enteros; en cambio, en los Estados Unidos hay más énfasis en tener un single de éxito”.

El cantante compaginaba las grabaciones con las giras, un hándicap para alguien que prefería trabajar en solitario. “En el estudio, cuando estoy creando mi música, en busca de la inspiración, me gusta estar solo. Es algo muy personal, y es más rápido. En directo, el sonido es muy distinto, porque la banda aporta su energía”.

En las fotos promocionales de su debut, Lynden aparecía posando junto a su guitarra acústica, como un pulcro bluesman urbano. Tras sonreír ante mi ocurrencia, reconoció admirar a Muddy Waters y a Robert Johnson: “Me gusta el blues, pero yo hago música para la época actual”.

Tras Medicine 4 My Pain, Hall solo publicó dos álbumes más: el espléndido The Other Side (2000) e In Between Jobs (2005). En 2003 le diagnosticaron linfoma de Hodgkin. Murió el 14 de febrero de 2006, a los 31 años.

Su prematura desaparición truncó la promesa de un joven artista de soul que plantaba cara a sus homólogos norteamericanos, con una imagen elegante e incluso poética, alejada del estereotipo de macho alfa característico del género. Fue, posiblemente, la pérdida más grande del soul británico después de la de Amy Winehouse.

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