Es una anomalía en el mercado del country. A pesar de haber tenido éxitos rompedores como I Feel Lucky (utilizado incluso en las clases de line dance), siempre ha estado más cerca del folk y del pop de cantautora con personalidad que del edulcorado country femenino de Nashville. Recordamos su carrera para celebrar su próximo cumpleaños.
Las cifras cantan: desde su debut Hometown Girl (1987), Mary Chapin Carpenter (nacida el 21 de febrero de 1958 en Princeton, Nueva Jersey) ha vendido más de quince millones de álbumes, ha conseguido cuatro números 1 en la lista de singles y ha ganado cinco Grammys y dos premios de la Country Music Association.
En su haber encontramos canciones maravillosas como Quittin’ Time, de State Of The Heart (1989); el magnífico Down At The Twist And Shout de raíces cajun y con los músicos de Beausoleil, de Shooting Straight In The Dark (1990); el honky tonk I Feel Lucky, The Hard Way, He Thinks He’ll Keep Her y Passionate Kisses (compuesta por Lucinda Williams), de su álbum más exitoso, Come On Come On (1992), y el arrollador Shut Up And Kiss Me, de Stones In The Road (1994).
A pesar de tales triunfos, no puede decirse que sea precisamente una artista integrada en el establishment de Nashville. Aunque su productor John Jennings la convirtió en estrella al proporcionarle hits comerciales, en sus discos brillan las canciones más introspectivas y literarias, con letras honestas y un estilo que desafía las etiquetas. Al contrario de otras estrellas femeninas del género con tendencia al AOR, ella siempre se ha acercado más al folk y al rock con raíces, con producciones robustas que envuelven su voz segura.
Todo esto podría aplicarse a su sexto trabajo, A Place In The World (1996), un álbum donde daba tanta importancia a la melodía y al ritmo como a las letras. En su faceta más extrovertida, Carpenter recurría a las guitarras stonianas en Keeping The Faith, un himno de esperanza y afirmación. Sin dejar la potencia del rock, describía las frustraciones de una generación en Hero In Your Own Hometown.
También utilizaba perfectas estructuras pop para encarnar a una versión femenina de los Mavericks en I Want To Be Your Girlfriend y para cantar sobre el poder redentor del amor en The Better To Dream Of You; evocaba las cadencias springsteenianas en Naked To The Eye, y reproducía el exuberante sonido soul de Stax en Let Me Into Your Heart.
En el otro lado del espejo, se resignaba a aceptar la cruda realidad en I Can See It Now; exploraba la conexión entre imaginación y naturaleza en Ideas Are Like Stars; emanaba placidez en la sinfónica A Place In The World; suspiraba por una relación madura en la turbulenta That’s Real, y nos transportaba a una Italia de postal en What If We Went To Italy, una deliciosa balada con mandolina y acordeón.
En su siguiente álbum, Time* Sex* Love* (2001) –cuyo título entero era «Time is the great gift, Sex is the great equalizer, Love is the great mystery»–, Carpenter exploró nuevos paisajes musicales y consiguió una de sus obras más íntimas, con letras que reflejaban su preocupación por estos tres temas: el tiempo (y la incerteza de la vida), el sexo y el amor (o la obsesión romántica y sexual). «Sentía que ya no podía hacer un disco con un ojo puesto en el mercado comercial y el otro en mi corazón; debía dedicarme por entero al corazón».
Tal vez lo más llamativo de este trabajo de Mary Chapin fuera la riqueza de sus arreglos. Esto podía deberse en parte a que la cantante grabó el disco en Londres, en los estudios Air de Sir George Martin (el famoso productor de los Beatles).
En Time* Sex* Love* predominaba el folk-rock con raíces, con buenas armonías vocales y estribillos perfectos, como en Whenever You’re Ready y Slave To The Beauty. A veces Carpenter acentuaba el elemento rock (el enérgico The Long Way Home, This Is Me Leaving You y ese In The Name Of Love, embellecido con un sitar).
La cantante también nos deleitaba con su susurrante voz en baladas y medios tiempos como el dulce Swept Away (coescrito con Kim Richey), el austero Someone Else’s Prayer, el delicado Alone But Not Lonely y ese efectivo King Of Love donde convivían sonidos acústicos, suaves ritmos programados y el sinfonismo de un chelo.
Como era de esperar, la influencia de los Beatles se apreciaba en Simple Life y, sobre todo, en Maybe World (con ese inicio con coros tarareando y sección de cuerdas). Al final del disco también había un tema no acreditado, Going Home, un country-folk acústico que, en cierto modo, suponía un regreso a los orígenes.
Tres años después volvió con Betweeen Here And Gone (2004). Grabado en Nashville, aunque incluía más steel guitar y violín que en sus anteriores grabaciones, estaba lejos de ser country. Al contrario, incluso fue publicitado como un buen ejemplo de pop para adultos.
Al cambiar de productor y pasar de su habitual John Jennings al pianista Matt Rollings, Carpenter amplió ligeramente su sofisticado sonido americana, y aunque en conjunto era menos rítmico, en su esencia Betweeen Here And Gone conservaba su toque acústico roots.
Con la excepción de dos temazos de algo parecido al country contemporáneo (What Would You Say To Me y Luna’s Gone), en el álbum predominaban las baladas: algunas cercanas al folk (My Heaven, Goodnight America y, sobre todo, Girls Like Me, solo con guitarra acústica, viola, violín y chelo); otras más country-rock (One Small Heart), y unas terceras, más cerca del mainstream (Betweeen Here And Gone, The Shelter Of Storms).
Desde un punto de vista temático, este fue uno de los trabajos más introspectivos de la artista, con canciones sobre el viaje y la transición, la fragilidad de la vida y la naturaleza efímera de la felicidad. En alguna ocasión, declaró que, para ella, componer es como «intentar encontrar mi lugar en el mundo, mirar lo que he hecho mal y lo que he hecho bien”.
El disco estaba marcado por dos acontecimientos importantes para la cantautora: el amor (se casó en 2002), en canciones como Elysium y River, y la tragedia del 11-S, reflejada en la impresionante Grand Central Station, donde un obrero de Nueva York en la Zona Cero escuchaba las voces de los muertos desesperados por encontrar el camino a casa.
Mary Chapin se rodeó de viejos amigos como Rollings y Jennings, pero también de nuevas caras, la mayoría procedentes del bluegrass, como Stuart Duncan (violín), Viktor Krauss (bajo), Rob Ickes (dobro) y Tim O’Brien (mandolina). El acompañamiento idóneo para una paleta musical más amplia que nunca, en un disco lleno de texturas.
Después de Betweeen Here And Gone, ha publicado los álbumes The Calling (2007), el navideño Come Darkness, Come Light. Twelve Songs Of Christmas (2008), The Age Of Miracles (2010), Ashes And Roses (2012), el orquestral Songs From The Movie (2014), The Things That We Are Made Of (2016), Sometimes Just The Sky (2018) –una recreación de canciones de sus discos anteriores con otros músicos y nuevos arreglos– y The Dirt And The Stars (2020).