De origen sureño, sí, pero de las antípodas. Esta cantautora ha demostrado que no hay que ser de Texas, de Nashville, de Kentucky ni de cualquier otro lugar norteamericano para dedicarse al country. No solo eso, sino que además ha conseguido el elogio de los yanquis. Celebramos su cumpleaños con el repaso a dos de sus mejores discos.
Kasey Chambers nació el 4 de junio de 1976 en Mount Gambier, al sur de Australia, en un entorno familiar musical: con sus padres –Diane (bajista) y Bill Chambers (guitarrista)– y su hermano mayor, el productor Nash Chambers, formaban el grupo de country Dead Ringer Band, en activo entre 1992 y 1998.
Kasey debutó en solitario con The Captain (1999), todo un éxito de críticas y ventas cuya repercusión llegó también a los Estados Unidos: dos de sus canciones fueron incluidas en las series Los Soprano y Perdidos. Elogiada por Steve Earle y Dwight Yoakam, demostró que en Australia también se hace buen country.
En Barricades & Brickwalls (2001), su segundo álbum, la joven cantante de imagen moderna (piercing incluido) y voz angelical de niña traviesa nos deleitó con sedosas baladas (Not Pretty Enough, “una oda a las emisoras que programan a Britney Spears y no a mí”, según sus palabras) y enérgico roots rock (la canción que daba título al álbum, el Runaway Train con Buddy Miller y el rotundo Crossfire, con el trío australiano The Living End).
No faltaban los acercamientos al bluegrass (el brillante On A Bad Day, con las armonías de Lucinda Williams); hillbilly retro a lo Hank Williams (el magnífico A Little Bit Lonesome) y delicias folk (This Mountain, la nostálgica Nullarbor Song y la emotiva Falling Into You, solo con su voz y su guitarra).
Y también encontramos estampas atmosféricas al estilo de una Emmylou Harris producida por Daniel Lanois (I Still Pray, con su compatriota Paul Kelly, y Million Tears). Por si fuera poco, se atrevía con una excelsa versión del Still Feeling Blue de Gram Parsons en clave hillbilly.
Respaldada por su hermano Nash (productor del álbum) y su padre Bill (dobro, voz, guitarras, lap steel y slide), Kasey se reveló, tal como afirmaba la revista Rolling Stone, como “la voz joven más refrescante en la música americana con raíces”, todo un piropo si tenemos en cuenta su origen sureño, aunque eso sí, de las antípodas.
Wayward Angel (2004), su tercer álbum, no hizo más que confirmarla como una de las voces más interesantes y personales de la americana. Se mantuvo fiel a sus raíces y grabó el disco en Australia con sus músicos habituales y rodeada de familiares (su hermano Nash como productor y su padre Bill a la guitarra).
Por encima de estilos, en esta colección de canciones delicadas para celebrar la inocencia y la maravilla de amar y ser amada, destacaba su tremenda voz de timbre casi infantil. Su versatilidad le permitía cantar desde la perspectiva de una niña precoz, una mujer lujuriosa o un anciano.
Si bien en algunos momentos se acercaba al terreno de las cantautoras contemporáneas de roots rock (Hollywood, Like A River, Guilty As Sin, Saturated), sacaba lo mejor de sí misma en las baladas de sonido más acústico (Bluebird, For Sale) y en las canciones de raíz más americana.
En este último lote estaban Wayward Angel (con estructura de cántico tradicional y conducida por banjo y percusiones, muy al estilo de Emmylou Harris), Follow You Home (acelerado bluegrass con banjo y mandolina), Mother (balada country-folk con espíritu de nana) y Lost And Found (solo con guitarra acústica, dobro y coros). Una mención especial merecía la canción que abría el álbum, Pony, un excelente medio tiempo sugerente y evocador, con ecos de Chris Isaak.
Tras Wayward Angel publicaria Carnival (2006), Rattlin’ Bones (2008) –con su marido, Shane Nicholson–, Kasey Chambers, Poppa Bill And The Little Hillbillies (2009), Little Bird (2010), Storybook (2011), Wreck & Ruin (2012) –de nuevo con Nicholson–, Bittersweet (2014) y Dragonfly (2017). Su último álbum hasta el momento es Campfire (2018), grabado con The Fireside Disciples.