El chico gamberrete del pop británico, antiguo componente de Take That, nos ofreció una faceta distinta cuando decidió jugar a ser crooner. Es el protagonista de una nueva entrega de la sección dedicada a los artistas que se acercan a los sonidos con raíces americanas desde otros géneros.
En 2001, Robbie Williams sorprendió a sus seguidores con una vuelta de tuerca en su carrera al publicar Swing When You’re Winning, una colección de estándares en clave swing, con featurings de actores como Rupert Everett y Nicole Kidman, y la producción de su habitual Guy Chambers.
En este cuarto disco –cuyo título era un guiño a su anterior trabajo, Sing When You’re Winning (2000)–, descrito por él como “el álbum con big band que siempre soñé hacer”, se enfrentaba con desparpajo a canciones que popularizaron Frank Sinatra, Duke Ellington, Nat King Cole, Bobby Darin, Dean Martin y otros grandes.
Doce años después, repitió la jugada con Swings Both Ways (2013), de nuevo con Chambers a los mandos (con quien no trabajaba desde el Escapology de 2002), aunque con intenciones y resultados algo diferentes; eso sí, sin perder su irreverente sentido del humor.
Porque el décimo álbum en estudio del excomponente de la boy band Take That incluía versiones, la mayoría de ellas un pelín ortodoxas, aunque, eso sí, tremendamente efectivas, lo suficiente para salir de la simple mímesis de karaoke.
Ahí estaban los explosivos metales dixieland del I Wan’na Be Like You de Louis Prima (de El libro de la selva), la teatralidad del Puttin’ On The Ritz de Fred Astaire y el countrypolitan del Little Green Apples de Roger Miller (con Kelly Clarkson, muy a lo Something Stupid).
También destacaban el scat del Minnie The Moocher de Cab Calloway, la sensibilidad de If I Only Had A Brain (de El mago de Oz) y la belleza del estándar Dream A Little Dream (con Lily Allen).
Covers aparte, lo mejor eran las nuevas canciones que Williams coescribió: Shine My Shoes, un esplendoroso swing moderno a lo Jamie Cullum, pero “con el espíritu de una canción de Sammy Davis Jr.”, y Go Gentle, con elegantes arreglos de cuerdas y metales dignos del recientemente fallecido Burt Bacharach.
Igualmente espléndidos resultaban el espectacular Soda Pop con Michael Bublé, adecuado para la Brian Setzer Orchestra, y la recuperación de Supreme (de Sing When You’re Winning), reconvertido en Swing Supreme, con interpolación del I Will Survive incluida.
Y no faltaban las típicas canciones de chico gamberrete del pop británico, como No One Likes A Fat Pop Star (el título lo dice todo) y Where There’s Muck (con un estribillo donde repetía “bésame el culo”).
Aunque nada podía compararse a su colaboración con Rufus Wainwright en Swings Both Ways, un sensacional dúo con aires de musical, lleno de complicidad, que culminaba con un elocuente “Face it, Rufus, you’re a tad gay / Face it, Robbie, you’re a little bit gay”, para echar más leña al fuego sobre los rumores en torno a la sexualidad de Williams.
Dentro de poco, Robbie actuará en Barcelona (días 24 y 25 de marzo en el Palau Sant Jordi) en el transcurso de su gira XXV Tour, y en verano volverá a España para ofrecer conciertos en Fuengirola, Madrid y Santiago de Compostela.
En resumen…
Fan declarado de Frank Sinatra –aunque por talante le pega más el calavera de Dean Martin–, no resultó extraño que Robbie Williams se atreviera con el swing no solo en una, sino en dos ocasiones. Y, visto el éxito, quién sabe si en el futuro reincidirá con otros álbumes en esa línea.
Lo mejor de todo es que incluso llevó al directo ese repertorio de estándares: primero, con un concierto especial en 2001 en el Royal Albert Hall, inmortalizado en el DVD Live At The Albert (2001), y después, con otro show único, recogido en el DVD One Night At The Palladium (2013), y la gira Swings Both Ways Live en 2014.