El 13 de febrero se celebra el Día Mundial de la Radio. Es una buena ocasión para recordar mis experiencias –a veces– frustradas en este medio, con una serie de propuestas que se avanzaron a su tiempo, cuando casi nadie hablaba de americana y música con raíces.
Mi relación con la radio siempre ha sido de amor-odio. De amor, porque cuando he trabajado en el medio radiofónico me lo he pasado muy bien; y de odio, porque nunca me ha dado lo que me esperaba.
Como muchos, empecé de forma amateur, durante los años de Facultad. Allí tenía un círculo íntimo de amigos con el que compartía gustos comunes por la música, el cine, la literatura, el cómic y la cultura en general.
Este grupo estaba integrado por Carles Santamaria, un experto en cómics que dirigió durante muchos años el Saló del Còmic de Barcelona; Javier Palacio, crítico literario y de música clásica y contemporánea en La Vanguardia y traductor, y Lluís Barrios, una verdadera rata de filmoteca, en el buen sentido de la expresión.
Nuestra primera experiencia radiofónica conjunta fue con un magazine cultural titulado pretenciosamente La luna azotando esquinas, que hicimos en una emisora pirata del Poblenou, situada en una especie de local industrial, propiedad del dueño de una tienda… de electrodomésticos.
Mi relación con la radio siempre ha sido de amor-odio
Después nos pasamos a Ràdio Sant Adrià (un invento pagado por el dueño de una tienda… de animales), donde presentamos otra revista cultural, La mala hora (sí, como la novela de García Márquez). El paso por la emisora fue tempestuoso: acabamos a hostias con un “compañero” y arrancamos su buzón a patadas.
Y aquí terminó la aventura radiofónica de los cuatro. Nos lo pasamos bien, nos reímos mucho, pero debo reconocer que nuestros magazines eran un coñazo, con guiones demasiado farragosos, donde cada uno de nosotros vomitaba los rollos que nos gustaban. Lo mejor eran nuestros ataques de risa en directo.
Ya en solitario, en 1993 volví a las ondas durante algunos meses, como presentador y director del programa musical Letanía de los santos –un título sacado de un tema de Dr. John que también era su sintonía– en Cerdanyola Ràdio. En aquellos momentos me sirvió como terapia para superar una depresión por motivos amorosos.
Pero la época que más me marcó fue mucho más larga. Entre 1994 y 2002, sin interrupción, fui el presentador y director en Ràdio Ciutat de Badalona de Rústicos y Renegados, un espacio musical de raíces norteamericanas (lo que hoy llamamos americana, aunque en principio solo pretendía dedicarse al country puro y duro).
Como oyente de la radio, educado por los míticos programas de Radio 3 de los ochenta –cuando esta emisora era un referente, no la bazofia en la que se ha convertido– y por locutores como Diego A. Manrique, Rafael Abitbol y Jesús Ordovás, aprendí algo: es preferible saber de qué se habla que tener una voz perfecta.
Por eso odio a los loros repetitivos de Los 40, Flaix FM y fórmulas similares, porque, por muy bien que vocalicen, por mucho que pongan la voz gutural y profunda, no tienen ni idea de lo que pinchan y se limitan a ser recaderos de los objetivos de las discográficas, sin ningún criterio.
De la escuela de Radio 3 también aprendí otra cosa muy importante, aunque no lo parezca a priori: es mejor hablar poco, proporcionar una mínima –pero esencial– información y dejar sonar las canciones, sin interrumpirlas. El oyente siempre lo agradece.
Así que en Rústicos y Renegados me apliqué la lección: consciente de no poseer una voz perfecta según los cánones de Luis del Olmo, mi fuerte era dar buena información de la música que sonaba que, atención, nunca procedía de discos promocionales, sino de descubrimientos que hacía un servidor.
A lo largo de los ocho años y las más de doscientas cincuenta entregas que duró la aventura tuve alguna sorpresa. No es que contara con muchos oyentes (al menos, nunca me lo dijeron), pero como el público del country y sus estilos afines es reducido y fiel, sí me llegaron algunas propuestas.
Es mejor hablar poco y dejar sonar las canciones sin interrumpirlas
Por ejemplo, la de una chica que quería montar una fiesta country con el patrocinio del programa, o la de un grupo de bluegrass que actuó en directo en el estudio (lo siento, he olvidado su nombre). Incluso conseguí que se hablara del espacio en publicaciones tan “elitistas” y “modernas” como El País de las Tentaciones (en 1996).
¿Y por qué dejé de hacerlo? Muy sencillo: durante estos ocho años no cobré ni un duro (bueno, solo al final unas testimoniales cinco mil pesetas al mes, creo recordar), y me sentí como cuando llevas muchos años con una pareja y vuestra relación no va a ninguna parte.
Yo ya tenía una edad, y el tiempo que invertía en la preparación y la grabación me impedía hacer otras actividades por las cuales sí me pagaban. Fue una despedida amistosa, pero sentía que ya había completado un ciclo. Si me hubieran hecho una oferta económica importante tal vez la cosa habría cambiado.
Durante la época de Rústicos y Renegados, en 1999, también tuve el proyecto de lanzar un portal web basado en sus contenidos, llamado Yi-haa!! Me dediqué intensamente durante unos meses, pero después lo abandoné. Una lástima, porque me avancé a toda la moda de la americana. Aquí podéis ver el aspecto que tenía:
En septiembre de 2002 grabé una maqueta en castellano y otra en catalán del programa, y la envié junto con una descripción y mi currículum a todas las emisoras de Barcelona (bueno, a Radio Taxi no). Todavía espero alguna respuesta.
Mi siguiente experiencia llegó precisamente con Ciudad Criolla, el podcast y blog dedicado en un inicio solo a la música de Nueva Orleans y Luisiana, desarrollado entre enero de 2014 y enero de 2016 en Radio Gladys Palmera, y que posteriormente dio lugar a esta web en la que te encuentras. Pero eso ya es otra historia.
¿Y ahora? Cuando tuve la mala suerte de quedarme sin empleo en 2020, decidí enviar nada más y nada menos que cinco propuestas a iCat, dedicadas a la americana, a la música de Nueva Orleans, a la escena catalana de blues, al rap old school y a Prince. Su respuesta: “Gracias, tomamos nota”. Y eso fue todo.
Sí, ya sé que hoy en día no te hace falta la plataforma de una emisora de radio cuando te puedes montar tu propio podcast. Durante el confinamiento incluso perdí varios días comparando micrófonos en Amazon hasta que encontré uno que parecía cumplir todas mis expectativas… pero aún no lo he utilizado.
Y es que siempre surge la duda que en más de una ocasión ha hecho peligrar la continuidad de Ciudad Criolla: ¿qué sentido tiene invertir trabajo, esfuerzo y tiempo –e incluso dinero– en un proyecto que solo alcanzará a diez personas? Si no me preguntara esto constantemente, hace mucho tiempo que tendría mi podcast.