
El trío Three Time Losers, uno de los actuales proyectos de Blas Picón, presenta su primer álbum homónimo. El cantante, armonicista, percusionista y compositor barcelonés ha conseguido reproducir con éxito en este debut la fiereza de los conciertos del grupo que forma junto con sus inseparables Xavi Cortés y Óscar Rabadán.
Antes de entrar en materia, los antecedentes. Blas Picón (voz, armónica, batería y washboard) lleva años en la escena barcelonesa del rhythm’n’blues, el rock’n’roll y el rockabilly, y ha sido integrante de bandas como The Nu Niles y The Lazy Jumpers (ambas junto con el guitarrista Mario Cobo y el contrabajista Ivan Kovacevic, entre otros). También ha colaborado a dúo –y lo sigue haciendo– en directo y en estudio con el pianista de boogie woogie Lluís Coloma (The Honky Tonk Blues Sessions, 2010) y con el cantante y guitarrista Iker Piris (Heartbreakin’ Men, 2016), además de liderar The Junk Express, con el guitarrista Óscar Rabadán y el batería Reginald Vilardell.
Desde hace varios meses, Picón se encuentra centrado en su proyecto Three Time Losers (¡qué gran nombre!), otro trío en el que se acompaña de Rabadán y del contrabajista Xavi Cortés –cofundador de Carajillo Records con Mario Cobo–, con quien coincidió por primera vez en el grupo de western swing Los Locos del Oeste. Así que, como el propio armonicista explica, «The Junk Express está muerto pero latente, como un zombi. Mientras tenga a Óscar a mi lado se puede resucitar; solo es cuestión de coger un batería. En todo caso, ahora estamos focalizando las energías en Three Time Losers».

¿Y a qué suenan los Three Time Losers? Como (afortunadamente) suele pasar, reducir su sonido al término «blues» no les hace justicia. Ese es solo uno de los ingredientes de un gumbo en el que caben country, rockabilly, ragtime, roots… vamos, todo ese guiso que, junto y bien revuelto, se ha denominado Americana. Y he aquí la paradoja: a pesar de basarse en una instrumentación acústica –contrabajo, armónica, washboard y, bueno, sí, la guitarra eléctrica– de origen digamos «rural», para nada resultan retro y, en cambio, sí tremendamente actuales y urbanos… dignos de actuar en un garito de una pequeña ciudad industrial de la Norteamérica profunda o en otro de los pantanos de Louisiana.
Si hay que destacar algo sobre todo lo demás en el álbum Blas Picón’s Three Time Losers (2019) es que, por fin, la voz del susodicho aparece en toda su inmensidad, acercándose a la experiencia de sus explosivos conciertos –eso sí, sin sus jugosos y sarcásticos comentarios–; algo que en anteriores trabajos (con The Junk Express, por ejemplo) no ocurría y que un servidor incluso había osado comentar con el propio Picón. Así nos encontramos, sin duda, con su mejor CD hasta la fecha, con una excelente producción a cargo del propio trío (y las mezclas de Xavi y Blas, la grabación de Néstor Oñatibia y la masterización de Mario Cobo) que permite escuchar con nitidez cada instrumento… sin perder la crudeza marca de la casa.
La mayoría de las canciones incluidas en el disco hemos tenido la suerte de oírlas anteriormente en directo, y algunos afortunados hemos visto cómo crecían y evolucionaban hasta encontrar su punto perfecto de cocción. Solo un par de ellas, House Of Dead Dreams y Love To Share, habían aparecido en álbumes previos de The Junk Express en versiones muy distintas: la primera, en I’d Rather Be Dead (2015), más en la onda de blues de Texas de unos The Fabulous Thunderbirds, y la segunda, en el debut Blas Picón & The Junk Express (2011) –y también publicada como single–, al estilo del rock’n’roll desenfrenado de Little Richard (con Tutti Frutti en el recuerdo); ahora han sido adaptadas al nuevo formato. El resto son nuevas, todas ellas compuestas por Blas (excepto Mirror Confessions, coescrita con Óscar).

Desde el tema que abre el disco, About Feelings, ya quedan establecidos los tres pilares perfectamente engrasados sobre los que se alza el sonido de Three Time Losers: la atronadora voz de Blas (y su explosiva armónica como un tren de mercancías), la poderosa digitación rockabilly del contrabajo de Xavi como motor impulsor y las filigranas de la guitarra de Óscar, más cerca, para entendernos, del asilvestramiento de un Ry Cooder o un Sonny Landreth que de la pulcritud de un B.B. King, con muchas más triquiñuelas de las que suele ofrecer un guitarrista de blues al uso.
Curiosamente, son las tres canciones en las que el líder cambia la armónica por la washboard y se aleja de la ortodoxia del blues las más efectivas del lote: House Of Dead Dreams es un country-blues profundo, un cántico de obrero puteado, un himno redneck aplicable tanto para un minero de Kentucky como para un extrabajador de la SEAT (de hecho, Blas confiesa que está inspirada en sus años currando en esa fábrica), con una slide guitar brillante a cargo de Óscar; Love To Share, más de lo mismo, con el trote del contrabajo de Xavi y una slide repetitiva e hipnótica a modo de loop hasta que estalla en un solo espectacular; y Mirror Confessions, con una guitarra que lanza guiños al Hey Bo Diddley de Bo Diddley.

Otro de los cortes destacados del disco, en este caso por razones que van más allá de lo simplemente musical –que también– es Color Blind. Es uno de esos casos en los que se echa de menos la inclusión de las letras o de los comentarios de Blas. ¿Por qué? Porque es perfecta para combatir los nacionalismos extremos de cualquier signo y la insensatez de la guerra de banderas: «La mía es más grande / La mía es más alta / La mía es más vieja / La mía es más brillante», a lo que Picón responde con un elocuente «I don’t mind, I’m color blind» que lo dice todo. Y lo mejor es que este mensaje está envuelto, cómo no, en un excelente trabajo instrumental, con un contrabajo que recuerda al Larry Taylor de su época con Tom Waits.
En otros casos, el trío recurre a un sonido digamos más «retro» y aparentemente «amable» y luminoso, con miradas al ragtime –en Downfall Party (a pesar de la frase «gonna drink until I fall, gonna have myself a bomb»)– y a la herencia folk europea –Time To Move On–, o más cercano a lo que conocemos como blues, en los excelentes slow con protagonismo absoluto de armónica Gonna Take No Advice (y sus armonías vocales) y, sobre todo, el swingueante What’s The Point, una exaltación del escepticismo que le viene que ni pintada a un guasón irónico –pero, en el fondo, tremendamente serio– como Picón: «What’s the point of being friendly when I got no friends».
Lo dicho: el debut homónimo de Three Time Losers es, hasta el momento, la demostración –en disco– más lograda del talento de un culo inquieto como Blas Picón, siempre activo a la búsqueda de nuevos proyectos, siempre rodeándose de los mejores músicos (y amigos), siempre inconformista e irreverente en su lucha contra el mundo.