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Beastie Boys, los putos amos del rap blanco

Mike D, MCA y Ad-Rock en 1993. Foto: Apple TV

Neoyorquinos de pura cepa, ofrecieron el mejor retrato de la ciudad de los rascacielos, desde el hedonismo festivo de los ochenta hasta la depresión post 11-S. Y, de paso, demostraron que el rap interpretado por blancos era posible y que, además, podía tener una gran calidad. Con motivo del cumpleaños de uno de sus componentes, Adam Horovitz aka Ad-Rock, nacido el 31 de octubre de 1966, repasamos dos de sus mejores álbumes.

Seamos claros: el rap anglosajón blanco ha sido siempre un subgénero de chichinabo, a pesar del éxito de mediocridades como Vanilla Ice –quien llegó a pedir perdón públicamente por su música en un vídeo colgado en internet… aunque formara parte de una campaña publicitaria de una compañía de telefonía móvil– y como Eminem –una sobrevalorada mierda pinchada en un palo–.

En medio de esa caterva de imitadores de quiero-y-no-puedo de tez pálida solo consiguieron despuntar los Beastie Boys… curiosamente, nacidos en la old school, sin duda la época dorada del género, aunque muchos cegatos no lo vean así.

Vale, si nos ponemos quisquillosos, no todo es de color de rosa en el trío neoyorquino: Michael «Mike D» Diamond, Adam «MCA» Yauch (fallecido en 2012) y Adam «Ad-Rock» Horovitz poseían ese estilo de rapear característico de los blancos, gritón y crispado, sin matices en la modulación, fruto de esa (falsa) convicción de que para ser un buen rapero basta con estar cabreado y ser ingenioso con las rimas, sin tener en cuenta que si tienes una voz asquerosa y no transmites ninguna emoción es mejor que te dediques a otra cosa. Pero en su caso esto era un mal menor.

Para probarlo, las reediciones remasterizadas de dos de sus primeros trabajos, publicadas en 2009. Tras la bomba de su debut Licensed To Ill (1986), muchos creían que aquello era insuperable. Y llegó su segundo álbum, Paul’s Boutique (1989) –coproducido por The Dust Brothers– para desmentirlo, aunque cuando se editó fue recibido con indiferencia por la crítica y el público.

Pero su reedición con motivo de los veinte años de su lanzamiento –curiosamente, sin ningún material extra– nos mostró a un grupo pletórico, con himnos del calibre de Shake Your Rump, Hey Ladies, Car Thief, What Comes Around, Shadrach y ese collage de doce minutos titulado B-Boy Bouillabaisse (repartido en nueve fragmentos).

Aquí encontramos al trío en su salsa, con furiosos rapeados sobre bases superfunk, bajos y baterías contundentes, teclados gordos, scratch y samples variados –de Curtis Mayfield a Sly Stone, de Loggins & Messina a Ramones, e incluso bandas sonoras como la de Tiburón (Steven Spielberg, 1975)–, y antecedentes de fusiones futuras como el rap metal (Lookin’ Down The Barrel Of A Gun).

A diferencia de la “seriedad” con mensaje y el barroco diseño de producción de unos Public Enemy, los Beastie Boys retrocedían a la prehistoria de la old school, al rap entendido como divertimento de The Sugarhill Gang y de los primeros The Furious Five, jugando con las voces y reivindicando el aspecto lúdico y gamberro en que, sin embargo, los samples encajaban como piezas de un puzle tan elaborado como los trabajos de The Bomb Squad, pese a su apariencia jocosa.

Y si con Paul’s Boutique quedó claro que los Beastie Boys no eran los típicos niñatos blancos que se apuntaban al sonido de moda, su tercer álbum, Check Your Head (1992) abrió nuevas perspectivas. Con su reedición remasterizada –esta sí, con un bonus CD adicional con caras B extraídas de los maxis, entre los que destacan temas como The Skills To Pay The Bills– recuperó el valor que tal vez en su momento no se apreció.

Nos hallamos ante uno de los primeros discos de hip hop de la historia, si no el primero –eso se lo dejo a los eruditos– donde el sonido se construyó sobre una base instrumental real, aportada por los mismos MCA (bajo), Ad-Rock (guitarra) y Mike D (batería), junto con la estimable colaboración de Money Mark a los teclados y diversos percusionistas.

Eso no significa que el grupo dejara atrás el scratch y los samples –en este caso, con “contribuciones” de Bob Dylan, John Hammond, The Turtles, Freddie Hubbard y Ted Nugent, entre otros–, sino que mutó hasta convertirse en una efectiva banda de funk.

Junto a trallazos raperos como Funky Boss, So What’cha Want y Stand Together, el álbum brillaba con instrumentales como Lighten Up, POW y Groove Holmes, entre la potencia de los J.B.’s y el blaxploitation de Isaac Hayes, con rotundos órganos solistas, afiladas guitarras rítmicas con wah-wah y percusiones latinas.

Todo ello, un avance del desdoblamiento de los Beastie Boys en un eficaz combo de rare groove, como años después demostrarían en el álbum instrumental The In Sound From Way Out! (1996).

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