El virtuoso pianista catalán, lejos de estancarse en el sonido del boogie woogie por el que es internacionalmente conocido, ha decidido salir de su zona de confort. El resultado: Trip To Everywhere (2022), un álbum que tal vez desconcertará a sus fans, pero que, en el fondo, conserva su esencia.
Pocas veces he hecho una entrevista tan espontánea. Normalmente hay que fijar la cita días antes. Pero con Lluís Coloma todo ha sido fluido. Tras un par de mensajes, le pregunto si le va bien esa misma tarde, en ese preciso momento, y a los cinco minutos ya nos vemos las caras vía Zoom. Antes de que empiece con mi interrogatorio, me lanza un “¿te ha gustado?”. Le contesto que sí, aunque añado que es “diferente”.
Y replica: “La idea era esa. Salir del mismo disco de siempre. Me gustan muchos estilos, no solo el blues y el boogie woogie al que me asocia la gente: la música clásica, el rock, el country… Esta vez me dije: ‘Voy a hacer lo que me sale del corazón’. Las canciones iban pidiendo una cosa u otra, y es lo que he ido añadiendo, sin pensar si era algo que estilísticamente iba hacia un lado o hacia otro. Tampoco he puesto en el título ni ‘boogie’ ni ‘blues’. Aunque la esencia de todo eso está, la puedes notar”.
Desde que debutaste con Remember (2002), ¿cómo ha evolucionado tu sonido? Es muy diferente, en particular a nivel conceptual: el detalle con el que trabajo los temas no tiene nada que ver con los inicios. Al principio era algo mucho más energético: me sentaba, tocaba y me dejaba llevar. Creo que mi sonido ahora es más maduro, más elaborado, más variado, y tiene un sello más personal. Sobre todo, no quiero quedarme estático haciendo solo una única cosa. Me encanta tocar con Bob Seeley y publicar discos a dos pianos de boogie woogie: es energía pura y aprendo mucho de los maestros y de la esencia real del género. Pero esa esencia también la quiero llevar a otro lugar. Esa energía, si después la puedo pasar por mi filtro y sale algo que me conmueve, intento que quede reflejada en las grabaciones y que las personas, cuando las escuchen, sientan este viaje.
Coloma reconoce que, a lo largo de su discografía, ha publicado álbumes “muy cambiantes”. Pero confiesa que, si tuviera que relacionar discos que comparten algo, escogería Boogieology (2005), Lonely Avenue (2006), el directo 7 Nights At Central (2009), Racanrol (2014) con Sax Gordon, Piano Solo (2020) y Trip To Everywhere “como obras más personales en las que, de alguna manera, me permito el lujo de grabar temas que no tienen por qué ser de una forma u otra, sino que toco lo que me sale”.
Llegamos a tu proyecto actual, Lluís Coloma & His Musical Troupe. ¿Cómo lo definirías? Es un reto, otra manera de plantear las cosas. Siempre se me ha conocido por el trío, o en solitario. Es un concepto genérico de troupe: podemos ser desde cinco hasta trece. También me permite incorporar los violines, que es como tener una pequeña orquesta. Me gusta la flexibilidad que me da esta formación. Si un día quiero poner dos guitarras, las pondré, o un Hammond, o percusión. La troupe me posibilita esta apertura y no me limita; deja el campo abierto para que, musicalmente, si tengo una inquietud hacia un lado u otro, el mismo proyecto me ayude.
¿El título Trip To Everywhere es una metáfora del concepto del disco? Sí, son todas las influencias que yo tengo y cómo han ido saliendo. Cada tema te lleva a un lugar distinto. No es lo de siempre, eso está claro. Pero simplemente escúchalo y vive la experiencia. Y si te gusta y lo puedes disfrutar, adelante, y si no conectas, no pasa nada. De hecho, dentro del blues y el boogie woogie siempre he hecho cosas un poco al margen y al límite, no soy el tío más ortodoxo del mundo tocando boogie woogie puro y duro. Puedo hacerlo, pero no es mi línea personal. Entiendo la música como algo abierto, sin límites. La parte artística también debe tener un elemento de salida de tu zona de confort.
¿El álbum supone un punto de llegada (después de probar diferentes formatos) o un punto de partida (hacia un nuevo horizonte)? Es una foto del momento actual. Tenía la necesidad vital de hacerlo… Ahora estoy aquí, intento ver cómo funciona, cómo me siento. Es un cambio, pero a lo mejor en el próximo vuelvo a lo de antes; no quiero que sea exactamente igual que este. Lo que sí quería es que fuera diferente. Incluso mis discos de boogie woogie, el de Bob Seeley y el de Carl Sonny Leyland –International Boogie Woogie Explosion (2012) y Telling Our Stories (2018), respectivamente–, a pesar de ser ambos a dos pianos, son muy distintos. Ahora tengo caminos: se trata de ir buscando, de ir viendo no solo lo que uno quiere, sino también lo que uno puede hacer. No quiero crearme expectativas muy grandes, porque después tengo sensación de frustración.
Dentro del blues y el boogie woogie siempre he hecho cosas un poco al margen y al límite, no soy el tío más ortodoxo del mundo
Has reconocido que no eras muy purista en el boogie woogie. Aunque intentes innovar, ¿piensas que este tipo de estilos son demasiado “cerrados”, enmarcados en unos parámetros en los que te acabas sintiendo atrapado? Creo que el boogie woogie no ha evolucionado lo suficiente. No sé por qué… El concepto es tocar con la mano izquierda mientras la derecha improvisa. Esta misma idea es la que enlaza lo que hago: en todas mis composiciones siempre toco una línea repetitiva con la izquierda, característica de cada tema, mientras que con la derecha voy jugando. Esto para mí está conectado con el boogie woogie. El que conozca el estilo puede identificarlo fácilmente. En cuanto al boogie woogie tradicional, Carl Sonny Leyland hace cosas muy nuevas, muy originales, sin salir tanto del género. En mi caso, quizá llega un momento en que digo: “El estilo me da igual”. Y me salgo. Sonny aún está en esa sonoridad de los años treinta y cuarenta, pero ejecuta unas ideas novedosas, que son solo suyas. Creo que tanto él como yo hacemos una evolución del boogie woogie, algo que puede enriquecerlo. También es verdad que el estándar que tenemos en el oído son fórmulas rítmicas que funcionaron antes, ahora y en el futuro. Al final son como palabras o frases hechas del lenguaje que utilizamos. Esta reflexión sobre la evolución es básica: es importante que la gente lo vea porque, si no, limita mucho. En el blues quizá se nota más claramente que ha experimentado un progreso, por la entrada de la guitarra eléctrica, porque se mezcla con funk y con otros estilos… Prince, por ejemplo, en el fondo está tocando blues.
¿Crees que Trip To Everywhere desconcertará a tus fans habituales que te conocen por tu faceta boogie woogie? No lo sé, eso lo han de decir ellos. Que lo escuchen y se pronuncien. Es diferente, sobre todo por la producción de Jaime Stinus. Hay elementos que a lo mejor están fuera del estándar, pero creo que la gente que me conoce también me identificará aquí. Espero que no decepcione. Lo único que me gustaría es que lo escuchen con una mente abierta, y no solo una vez, sino dos o tres. Le he dedicado mucho tiempo, mucho amor… Que se queden con la experiencia de escucharlo, con la sensación que les crea. No se trata tanto de intelectualizarlo, sino más bien de sentirlo. En general, la respuesta está siendo muy positiva. La gente se sorprende, pero a la vez les gusta. El “riesgo” de hacer algo distinto con este disco es relativo, porque llevo muchos años, y ya se me conoce. Quería apostar por algo más divergente, que se separara un poco de lo que hacía, aunque para mí no se aleja tanto. Sobre todo, estoy contento porque lo he hecho de todo corazón, lo mejor posible, y esto para mí es lo más importante. Es el único lujo que tenemos los artistas, que podemos hacer lo que nos dé la gana.
Creo que el boogie woogie no ha evolucionado lo suficiente. El estándar que tenemos son fórmulas rítmicas que funcionaron antes, ahora y en el futuro
Y al revés, ¿crees que puede alcanzar un público más amplio al que antes no llegabas? Esto también, sí. Aunque no era la idea el buscar algo más comercial. Pero tiene una sonoridad más “actual”, digamos. El sonido es conceptualmente “moderno” y sale un poco de lo que yo hacía. Al final lo que quiero cuando voy a un estudio es que todo suene bien, como en directo. Con Jaime ha habido este proceso de buscar en cada tema lo que puede funcionar, cómo lo grabamos…
Bueno, no me refería a si era más comercial o no, sino al hecho de llegar a público seguidor de otros estilos. Sí que es cierto que quizá alcance a personas que no solo son fans del blues y del boogie woogie, porque tiene elementos de latin, de clásica, de varias cosas. A veces es una buena manera de que la gente, a través de un disco como este, pueda profundizar en el blues y el boogie woogie. Puede ser un punto de conexión entre una cosa y la otra.
Como solista, aparte de ti, sin duda destaca Balta Bordoy. ¿El protagonismo de su guitarra era intencionado? No, salió sobre la marcha. Creo que a veces soy un poco un guitarrista frustrado, en el sentido de que hay cosas que intento hacer que se tocan con la guitarra. Mi padre también tocaba mucho la guitarra y estoy muy influido por ese instrumento, que para mí es muy importante. Algo que me gusta mucho de Balta, que tiene la pureza del blues, es que, aunque yo pueda hacer cosas fuera de la línea, cuando él toca, aquello te conecta y al final te recuerda que esto es blues. Aparte de que personalmente es una bellísima persona, es un guitarrista que admiro desde siempre, un músico extraordinario.
¿Por qué escogiste como productor a Jaime Stinus, más conocido por sus trabajos con grupos de rock? Bueno, él ha producido a artistas como Rebeldes o Loquillo, pero también a músicos cubanos. Le llevé los temas e íbamos planteando qué encajaba mejor, qué no… A veces, cuando estás componiendo, solo ves lo que te interesa, y una mirada externa te ayuda, te inspira. Él buscaba el sonido de cada canción, porque cada tema lo queríamos tratar de una manera diferente para darle un carácter propio, lo que la proporciona más colores y texturas al disco. Además, tengo la tendencia a tocar muy rápido, y esto también lo hemos controlado, para que tuviera esta sensación más calmada. Y, sobre todo, necesitaba a alguien que me dijera: “Lluís, ya está. Basta”. Porque soy un poco obsesivo, y cuando entras en el estudio quieres hacer esto y lo otro, y con él pudimos organizarlo todo muy bien.
Mi sonido ahora es más maduro, más elaborado, más variado, y tiene un sello más personal
Pienso que, en general, hay un espíritu muy cinematográfico en todo el disco. ¿Estás de acuerdo? Totalmente. No sé por qué, pero muchos de los temas que compongo de alguna manera tienen esta imagen cinematográfica, esta especie de ideario, de viaje mental que te lleva a diferentes situaciones, de cine, sobre todo.
¿Y te has planteado alguna vez componer bandas sonoras? Sí, aunque no sé muy bien cómo funciona. Es una forma de trabajar diferente: normalmente se hace a través de la imagen, necesitas todo un montaje. Soy un músico muy artesano, en el sentido de que toco el piano y después hago los arreglos en mi ordenador… Es algo que implicaría aprender, estudiar algún curso de film scoring, y no sé si me acabaría perdiendo en toda la parte técnica. Alguna vez he hecho algo para obras de teatro porque me lo habían pedido… Bueno, lo de las bandas sonoras es algo que me gustaría; lo que pasa es que no conozco muy bien cuál es la metodología. Además, debes tener contactos, experiencia… A mí me gusta mucho tocar, soy muy “músico”, en el sentido de hacer conciertos. La producción, los arreglos, también son fantásticos, pero a mí lo que realmente me agrada es ponerme a tocar el piano.
El viaje a todas partes
Cuando estás acostumbrado a ver (y a escuchar) a Lluís Coloma en directo, la imagen (y el sonido) que tienes de él es muy determinada: un pianista torrencial de boogie woogie, con una técnica perfecta y una digitación tan asombrosa y rápida que en ocasiones parece que toca más allá de lo que el ojo puede apreciar y el cerebro asimilar. “Demasiadas notas por minuto”, decía una vieja amiga.
Por eso, la primera reacción ante el flamante Trip To Everywhere se resume en una exclamación que no hace falta traducir: “What the fuck?!?!”. “¿Dónde está el boogie woogie?”, se preguntará más de uno. Pero justamente en ese virtuosismo por todos reconocido se encuentra la clave de este ambicioso y singular trabajo.
Porque el nuevo álbum del teclista catalán es el salto hacia delante (que no hacia el vacío) de un músico que acaso se encuentra “limitado” por las convenciones de un género que no permite demasiadas innovaciones, y que se toca igual en 1950, en 2020 o en 2050. De hecho, su anterior disco, Piano Solo, ya se abría hacia otras sonoridades, aunque de forma menos pronunciada.
Así que la sorpresa es relativa: incluso en sus conciertos de boogie woogie, Coloma siempre introduce elementos –guiños, diría yo– que indican que sus aspiraciones van mucho más allá de los postulados de Albert Ammons y Meade Lux Lewis. Y en Trip To Everywhere todas esas ideas se han materializado.
Para ello, cuenta con el acompañamiento de His Musical Troupe, con el guitarrista Balta Bordoy, la sección rítmica integrada por Manolo Germán (contrabajo) y Arnau Julià (batería), un cuarteto de metales –Leo Torres (trompeta), Jordi Prats (saxo alto), Marc Sort (saxo tenor y flauta) y Jaume Badrenas (saxo barítono)– y otro de cuerdas –Elena Rey (violín), Carlos Montfort (violín), Uixi Amargós (viola) y Marçal Ayats (chelo)–.
De entrada, todos los temas –compuestos y arreglados por Lluís–, comparten tres cosas: son muy visuales, descriptivos e incluso cinéticos, por lo que encajarían en una banda sonora; son “mutantes” y en constante evolución, por lo que es difícil encasillarlos en un solo estilo, y, por supuesto, evidencian la maestría de su creador.
Y sí, encontramos ejemplos de ortodoxia: ahí están Balearic Shuffle, un poderoso rhythm’n’blues con metales, con el elegante y preciso “shuffle balear” de Balta Bordoy –el gran coprotagonista del álbum– con un pie en otro shuffle (el de Albert King), y Libertyville Blues, un slow que ofrece el apasionado diálogo entre un piano barrelhouse y una guitarra virtuosa deudora de todas las leyendas de Chicago.
También pisamos terrenos reconocibles en Nuk Orleans, una colorista viñeta con la rítmica del rhythm’n’blues-funk de NOLA en la tradición del Dr. John más moderno, empujada por los metales y el sinuoso contrabajo de Manolo Germán, con otro efectivo solo de Balta, y en Mishuri, un arrollador boogie-rock’n’roll con la locomotora del batería Arnau Julià sin dar tregua y un piano desorbitado.
En algunas composiciones Coloma incorpora al cuarteto de cuerdas: en la cinematográfica French Raindrops, con una bella y simple melodía en la que se intercalan motivos blues, y en Nashville Suite, una especie de baile country de salón –que no de saloon, es importante el matiz–, a veces trotón, a veces más lírico.
Y siguen los contrastes: mientras la preciosa Medinaceli remite a la música clásica, con el piano secundado por la sutil batería de Julià, la imaginativa percusión de Albert Enkaminanko y el contrabajo acariciante de Germán, la galopante Tijuana Riders se mueve entre el latin jazz y el espagueti wéstern, con sus metales atronadores, sus percusiones desbocadas y esa guitarra de Stinus digna de score de Ennio Morricone.
¿Más referencias cinematográficas? Trip To Everywhere se abre en mil direcciones: a veces suena latina, otras más rhythm’n’blues, pero sobre todo a sintonía de serie detectivesca, con solo de saxo tenor de Sax Gordon y ese gran final que aún enfatiza más su potencial de acompañar unos títulos de crédito. Imposible no recordar el espíritu de Johnny Staccato (Elmer Bernstein) o Cowboy Bebop (Yoko Kanno).
Y qué decir del tenso e intenso Fabrice In New York y su sonido más soul y urbano –me resisto a utilizar el término funk–, aunque con piano blues y metales obsesivos en ocasiones, como un reflejo del trajín de la gran ciudad. Además, Coloma utiliza también el Hammond, lo que le da un toque a cine blaxploitation setentero.
Llegamos al final con Apocalyptic Boogie, y aquí la cabeza ya te estalla. Con sus falsas paradas y sus cambios de ritmo, entre metales, percusión y un espectacular –de nuevo– Bordoy a lo Albert Collins, te preguntas: ¿es rhythm’n’blues progresivo? En esta ocasión me ha recordado en intención (ojo, no en sonido) los experimentos del jazzman vanguardista John Zorn en discos como Spillane (1987, con… Albert Collins) y Naked City (1990), por supuesto sin llegar a su radicalidad punk.
Como el antes citado Johnny Staccato –no lo olvidemos, ese cool pianista de jazz y también detective privado interpretado por John Cassavetes–, en Trip To Everywhere Lluís Coloma se dedica a investigar, en este caso su propia música, y lo que (nos) descubre nos deja boquiabiertos.
Las canciones, comentadas por su creador
Los títulos de la mayoría de los cortes de Trip To Everywhere tienen relación con lugares geográficos. “Es para darle un poco de coherencia al álbum. Al ser tan ecléctico, le da un sentido. Cada tema transporta a mundos diferentes, que tienen sus propios olores, colores y comidas”, razona Lluís Coloma. Y pasa a comentarlos:
«Nuk Orleans» está dedicado a mi perro Nuk, y tiene este aire de Nueva Orleans. Es un pequeño juego de palabras.
«Mishuri» está dedicado a mi gato, que se llama Mishu, y es música americana.
«French Raindrops» tiene un aire afrancesado. Con una melodía muy sencilla, como unas gotas, pero está todo muy orquestado. La idea era buscar el color de Brian Wilson y de las producciones de The Beach Boys con muchos elementos.
«Trip To Everywhere» es el más indefinido. Te recuerda muchas cosas. El solo de Sax Gordon es fantástico, lo hace volar aún más.
«Balearic Shuffle» lo compuse con Balta y refleja la relación que hemos tenido a lo largo de los años que hace que nos conocemos. Al principio se titulaba “Friendship Shuffle”, y como todos los temas se refieren a un lugar, lo cambiamos porque él es de Mallorca.
«Medinaceli» no tenía título originalmente. Lo tocamos en el Festival de Jazz de Medinaceli, en una sala muy bonita, y allí sonó superbién. Ese espacio reflejaba perfectamente el espíritu de la canción, como de trance. Y por eso le pusimos «Medinaceli».
«Tijuana Riders» inspira todo lo que es el desierto, «Ghost Riders In The Sky», Ennio Morricone, “El bueno, el feo y el malo”…
«Nashville Suite» es la mezcla de la música clásica y el country. Esto viene de Floyd Cramer, que para mí ha sido un referente; siempre he utilizado cosas de él inspirado en «Last Date» (1960) y en ese tipo de sonoridad. De hecho, fue el tema por el cual decidí poner violines.
«Fabrice In New York» está dedicado a Fabrice Eulry, un pianista fantástico, que tiene un estilo muy concreto, y lo que toco con la mano izquierda está inspirado en una línea de bajo que hace él.
«Libertyville Blues» está dedicado a Barrelhouse Chuck. Libertyville es la ciudad donde vivía, que está a una hora o dos en coche al norte de Chicago.
Y «Apocalyptic Boogie» refleja simplemente la poca fe que tengo en la humanidad, esta sensación de que el mundo se está acabando. Es como muy extremista y dramático. Y, por eso, al final puse el sonido de una bomba.