memorias

Alguna noche pinchar me alegró al día

La mesa de mezclas, todo un mundo. Foto: Stephen Niemeier (Pexels)

Es muy probable que muchos lo ignoren, pero una de las facetas en el periodismo musical que he desarrollado varias veces en el pasado y que no me importaría retomar es la de DJ o, como yo prefiero denominarlo, selector. Y alguno se preguntará: ¿qué tiene que ver escribir con poner discos? Léelo y lo descubrirás.

La mayoría no lo recordará o no habrá oído hablar de él, pero, sin duda, uno de los mejores bares musicales de Barcelona de los ochenta y los noventa fue El Otro, en la calle València 166. ¿Y qué tenía de especial este lugar que ahora algunos consideramos mítico e irrepetible?

En primer lugar, el personal, un plantel de camareras y camareros amables y dialogantes, que siempre tenían un momento para charlar contigo cuando ibas a beber en soledad.

En segundo lugar, una clientela por encima de la media: gente que trabajaba en televisión (no solo periodistas; también realizadores y técnicos), músicos, actores, artistas plásticos…

Pero, a pesar de este nivel, no era en absoluto pedante ni en ningún momento parecía una reunión de hipsters que van a lucir sus modelitos y a presumir de sus éxitos. Todo fluía con naturalidad, sin estridencias.

Y, en tercer lugar, su vocación cultural. Cuando no organizaba una exposición de fotografías o pinturas en las paredes, albergaba una performance o un concierto. Llegué a contemplar un improvisado estriptís ante el cristal situado donde estaban los lavabos, una atalaya desde la que se contemplaba el local.

Postal de una edición de Oído al Otro: atención al plantel (sí, con un servidor)

Es en este capítulo de las actividades donde entro yo. Cada año se celebraba un ciclo titulado Oído al Otro. ¿En qué consistía? A lo largo de unos diez jueves consecutivos se programaban sesiones con DJ invitados, básicamente personajes vinculados a la prensa musical, asiduos del bar.

Por ejemplo, la lista podía incluir a Nando Cruz, Xavi Cervantes, Jordi Beltran, Luis Hidalgo, Miqui Puig, Alfredo de Jesús, Ricard Robles, Cosmos, Quim Casas y un servidor (aka Miquel B, según la ocasión).

Tuve el honor de participar en varias ediciones de este ciclo, y la experiencia siempre fue magnífica. Además, aprendí varias cosas sobre el trabajo de DJ que, al menos a mí, me sirvieron:

1 Nunca lleves un guion preparado. He visto a tipos que pinchaban con una lista de las canciones, incluso con la indicación del minuto y el segundo exactos en que debían fundir una con otra. Creo que esto es espantoso. Si quieres llevar un guion, haz un programa de radio. La gracia consiste en improvisar. Eso sí, esto no significa que no orientes tu selección hacia un terreno determinado.

Por ejemplo, en El Otro yo era conocido por mis sesiones de música afroamericana, pero este concepto es muy amplio. Así que empezaba con blues y rhythm’n’blues trepidante, con especial atención a los artistas de Nueva Orleans, y poco a poco incrementaba la intensidad con soul, funk y hip hop old school, para terminar con slow blues.

Eso sí, esta orientación era inflexible: es decir, que no concebía meter en medio un tema brasileño o salsero, por ejemplo, porque no encajaba en mi concepto. Era la única limitación. Por otro lado, me permitía evadirme de las escasas peticiones del borracho de turno que te suplicaba “algo de salsa”. Con un “lo siento, no tengo de eso”, la cuestión quedaba zanjada.

2 Nunca te rindas al público: la gente no está para pedir discos solicitados ni para escuchar las canciones que puede oír en la radio o en YouTube; está para descubrir cosas nuevas y para aprender. En todas mis sesiones en El Otro, casi cada noche venía alguien y me preguntaba: “¿Qué es esto que suena? ¿Cómo puedo conseguirlo?”.

Esta era, para mí, la prueba de que lo había hecho bien. Conseguir que la gente baile con canciones que no ha escuchado en su vida y con artistas que desconoce tiene mucho mérito. Es muy fácil que el público haga el animal con el Sex Machine de James Brown –bueno, hoy en día sería con cualquier hit de Rosalía o Bad Bunny–, pero eso lo logra cualquiera.

3 No pongas éxitos… al menos en su estado original. Ligado al punto anterior, no renuncio a las canciones populares, pero nunca como la gente está acostumbrada a escucharlas. Por ejemplo, sé que el Kiss de Prince es una gran canción, aunque nunca la pondría porque hasta las verbenas de pueblo la conocen.

Por eso, mi labor consiste en encontrar una alternativa, una versión ignota de ese tema, como la de Jimi Tunnell. El efecto que produce a la gente comenzar a oír una canción que reconoce, pero que de golpe se transforma, es demoledor. Y ahí es donde entra el oficio de periodista, con su labor de buscar y divulgar esas joyas.

Me encantan las buenas versiones, como el On & On de Proper Dos (el Rapper’s Delight en spanglish), o el Fight The Power de Public Enemy reinterpretado con guitarras acústicas por Barenaked Ladies. Este concepto de la selección musical de una sesión es algo que no todo el mundo es capaz de hacer (o entender).

4 La técnica nunca superará a la pasión. Soy el primero en reconocer que, técnicamente, no soy muy buen DJ. Por eso prefiero calificarme como un selector. Creo que el dominio de la técnica solo conduce a un exhibicionismo vacío, un onanismo ante el público. Lo importante es la música que pinchas, no tú. (Dicho esto, me gustaría ser un maestro en el arte del turntablism).

Flyer de mi último bolo (hasta el momento) en el Automático de Córdoba en febrero de 2012

La conclusión es clara: echo de menos El Otro, porque desde entonces no he encontrado un lugar donde suene buena música –con la excepción del también desaparecido Honky Tonk, aunque esa es otra historia–, y echo de menos mis pinitos allí como DJ, donde también participé en fiestas de aniversario del local y sustituyendo a los pinchadiscos titulares en más de una ocasión.

Mi último bolo fue el 3 de febrero de 2012 en el bar Automático de Córdoba, invitado por Fernando Vacas. Había ido a la capital andaluza para ver el concierto de Howe Gelb & A Band Of Gypsies. Por desgracia, en el flyer me identificaron con Rockdelux, y mucha gente alucinó porque no pinché NADA relacionado con los contenidos de la fenecida revista (y digo fenecida, porque lo actual es un Frankenstein).

Con esto de las sesiones de DJ pasa un poco como con escoger canciones para una película, una producción televisiva o un anuncio. El supervisor musical de la genial serie Treme, Blake Leyh, es mejor que cualquiera de los DJ superfamosos que ganan fortunas.

Es la diferencia entre un selector y un exhibicionista: el mérito del primero consiste en elegir las canciones adecuadas para el momento adecuado (aunque sean totalmente desconocidas), mientras que lo único que tiene el segundo es una habilidad en el manejo de los bpms, en fundir ritmos sin ton ni son y en pinchar las canciones más populares y trilladas para que la gente se vuelva loca.

El primero es un estilista; el segundo, un bufón. Cualquiera puede poner el My Girl de Otis Redding y quedarse tan ancho, porque es una de esas canciones archiconocidas, pero no todos tienen la habilidad de escoger el From The Heart de Doc Pomus en la versión de Johnny Adams: eso ya es jugar en otra división… superior, por cierto.

El cine, la televisión, la publicidad, las pistas de baile están llenas de tipos de la categoría del bufón, que buscan el éxito fácil y reconocible con su selección de canciones. Por suerte, hay excepciones, como el citado Blake Leyh o el director Quentin Tarantino, el mejor DJ audiovisual (con permiso de David Lynch, otro maestro).

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