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El aullido de Namina en el Jamboree

Namina con Pep Gol en el videoclip de Un udol

La catalanobrasileña, acompañada por toda su banda, presentará el 23 de agosto en la sala barcelonesa su álbum más reciente, Un udol (2022). Una ocasión perfecta para descubrir a esta artista multidisciplinaria que combina de forma muy efectiva las influencias jazzísticas y brasileñas con una mirada contemporánea.

“Madre, cantante, guitarrista, compositora”: así se describe en su Bandcamp Natàlia Miró do Nascimento, más conocida como Namina. Después de dos álbumes –Orlando (2014) e Ígnia (2017)– y un EP –Ens endurem el vent (2019)–, este año ha publicado Un udol (Un aullido), un trabajo por el que merecería un mayor reconocimiento.

Con la producción y arreglos de Pep Gol (también toca trompeta, melódica, teclados y otros instrumentos) y una banda completada por Xevi Matamala (batería, percusión, piano y trompeta), Pep Rius (contrabajo) y, en algunos temas, Josep Traver (guitarra y banjo), Namina se luce con canciones en catalán, inglés y portugués.

La mitad del álbum está integrada por versiones, todas excelentes. Empecemos con las anglosajonas: tanto el I’m Your Man de Leonard Cohen (1988) como el Chocolate Jesus de Tom Waits (1999) acentúan su sonido jazzístico. Pero mientras la primera es bastante fiel, la segunda se distancia: su espíritu cabaretero suena a Waits, aunque no a la grabación original de ese tema (mucho más austera), sino a otras épocas del cantante de Pomona.

En su tratamiento de las raíces brasileñas, Natàlia nos recuerda la labor de actualización –no exenta de revolución– llevada a cabo por las norteamericanas Leyla McCalla y Rhiannon Giddens con el folk, el country y el blues. Su aproximación a la bossa nova, visceral, contemporánea y con un punto salvaje, se aleja de los aires lounge con que se suavizó el género para venderlo a nivel masivo.

Namina, en la portada del álbum. Foto: Pep Gol

Es lo que ocurre en la elegante Canto de Ossanha, compuesta por Vinicius de Moraes y Baden Powell y grabada por ambos en 1966, y en O morro não tem vez, un tema de Antônio Carlos Jobim y Vinicius, interpretado por primera vez por Pedrinho Rodrigues en 1962, y después por el propio Jobim, convertido en el instrumental Favela.

En Nanã, versión del Coisa No. 5 de 1964 de Moacir Santos, al que Mário Telles puso letra y grabó ese mismo año en portugués, Namina canta la adaptación inglesa de Yanna Cotti. Y, fuera de la bossa nova, Asa branca es uno de los himnos del estilo conocido como baião, escrito por Luiz Gonzaga y Humberto Teixeira, y se diferencia bastante del original más festivo de Gonzaga de 1947.

Y si los covers son brillantes, las composiciones originales de Namina no desmerecen en absoluto. Por encima de todas, destaca la sensualidad extrema de Azul –con scat incluido– y la languidez de Un udol, que, a pesar de su marcado acento jazzístico, tiene algo de los lamentos dramáticos de Chris Isaak.

La sutil Arbres se basa en un poema de Clementina Arderiu, musicado por la cantante, mientras que Gol es el autor de la partitura en la más pop M’ho venc tot per un petó. Y Damunt del genoll, conducida por el piano de Matamala, es básicamente un ejercicio de spoken word.

Un udol conjuga perfectamente las dos influencias más marcadas de Namina: la jazzística (claramente potenciada por la trompeta de Gol), con ecos de Madeleine Peyroux y Melody Gardot, y la brasileña, con los matices de “perversión” ejemplificados por las citadas McCalla y Giddens.

El 23 de agosto en el Jamboree, dentro de la programación del Mas i Mas Festival, Natàlia y su banda –la misma con la que ha grabado el álbum, excepto Traver– presentarán Un udol. Y, atención, ofrecerán dos pases, a las 19h y a las 21h.

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