El genio de la guitarra llega a la sala 2 de L’Auditori con su proyecto Harmony, en el marco del Barcelona Jazz Festival. Una buena ocasión para descubrir a un brillante instrumentista caracterizado por la continua investigación en las raíces de la música norteamericana.
¿Qué se puede decir de un guitarrista que empezó a interesarse por la música a través del blues de Otis Rush, B.B. King y Buddy Guy, que en sus grupos escolares tocaba versiones de James Brown, y que cita entre sus influencias a personajes como Jimi Hendrix y a los jazzmen Wes Montgomery, Thelonius Monk y Sonny Rollins?
¿Cómo calificar a un músico que ha colaborado con artistas tan dispares como los inclasificables John Zorn y Don Byron, Vernon Reid (el fundador del grupo de black rock Living Colour), Elvis Costello, Marianne Faithfull y Caetano Veloso, y que está considerado un genio de la guitarra eléctrica y uno de los instrumentistas más inventivos?
Todo se reduce a una palabra: versatilidad. Bill Frisell, a lo largo de toda su extensa discografía, ha conseguido construir una de las reflexiones más fructíferas sobre la música norteamericana, al conectar, bajo la bandera de la improvisación, estilos como el rock y el country con el jazz y el blues.
Paradójicamente, el guitarrista de Baltimore ha reconocido en alguna ocasión que nunca le gustó el country; pero, poco a poco, el lamento de la steel guitar y el ritmo swing de este género fueron empapando algunas de sus composiciones, hasta llegar al decisivo Nashville (1997).
Grabado en la ciudad que le daba título junto a algunos de los mejores músicos del género –Viktor Krauss, bajista de Lyle Lovett; el legendario instrumentista de dobro Jerry Douglas; los componentes de Union Station Ron Block (banjo) y Adam Steffey (mandolina); el guitarrista y armonicista Pat Bergeson, y la cantante Robin Holcomb)–, Nashville supuso un acercamiento respetuoso al country.
En lugar de irse por las ramas con fatuas demostraciones masturbatorias de virtuosismo mal entendido, Frisell evidenció su versatilidad al renunciar al protagonismo para integrarse en un equipo donde todos los jugadores eran importantes, y nos deleitó con líricas y bellas composiciones instrumentales que sorprendían por su sencillez y por su sonido dulce y lánguido.
La placidez de Gimme A Holler, el desenfreno bluegrass de Go Jake, la tensión contenida de Pipe Down, el tratamiento bluesero de We’re Not From Around Here, la atmósfera cinematográfica de Brother (donde se acercaba más al terreno de Ry Cooder), la cadencia de nana de Family o el agradable aroma fronterizo de Keep Your Eyes Open eran buenas muestras de su maestría.
Incluso en las versiones, el “Clark Kent de la guitarra eléctrica” destilaba elegancia, para respaldar la deliciosa voz de Robin Holcomb en el One Of These Days de Neil Young, en el bluegrass Will Jesus Wash The Bloodstains From Your Hands de Hazel Dickens, y en el dramático The End Of The World de Skeeter Davis, más ortodoxo imposible.
Nashville se erigió en uno de los mejores álbumes instrumentales de la temporada. Y eso que a Bill Frisell no le atraía el country. Si le llega a gustar…
A partir de Nashville, Frisell se dedicó a explorar la música norteamericana con raíces, en discos posteriores como Gone, Just Like A Train (1997) –con Krauss y Jim Keltner–, Good Dog, Happy Man (1999) –con los anteriores, además de Greg Leisz y Ry Cooder–, Blues Dream (2001) y The Willies (2002).
En The Intercontinentals (2003), el guitarrista amplió su horizonte para ofrecer, como indicaba el título, una visión intercontinental: la languidez del wéstern, la sensualidad brasileña, la rítmica africana y la emoción mediterránea se mezclaban con la improvisación del jazz.
Y no lo hacía solo con composiciones propias, sino que se atrevía con versiones de Gilberto Gil y Boubacar Traore. El nuevo grupo de Frisell era tan internacional como su música, con el cantante brasileño Vinicius Cantuária, el intérprete griego de bouzouki Christos Govetas, el percusionista de Malí Sidiki Camara, la violinista Jenny Scheinman y el pedal steel Greg Leisz.
La investigación continuó en su primer álbum con Petra Haden, Petra Haden And Bill Frisell (2004). En esta ocasión, se montó un dúo con la aclamada violinista y cantante (That Dog, The Haden Triplets, además de hija del contrabajista de jazz Charlie Haden).
Y, para ser sinceros, el protagonismo se lo llevó la chica con su dulce voz y su violín sinfónico, mientras que Frisell se limitaba a aportar etéreos paisajes con sus guitarras acústicas y eléctricas y loops.
En su línea habitual de interpretar versiones, Bill se mostró más ambicioso que nunca al recurrir a material de artistas tan diversos como Elliot Smith (Satellite), Foo Fighters (Floaty), Coldplay (Yellow), Tom Waits (I Don’t Want To Grow Up) y Stevie Wonder (I Believe).
Con un sonido en el que predominaban las suaves baladas acústicas, destacaban de manera especial las románticas relecturas del Moon River de Henry Mancini, el When You Wish Upon A Star del filme Pinocho, el I’Ve Got A Crush On You de los hermanos Gershwin, y el country-folk tradicional John Hardy Was A Little Desperate Man. Delicadeza y buen gusto para escuchar en buena compañía.
Precisamente con Petra Haden, Frisell actúa hoy en Barcelona, en el marco del Barcelona Jazz Festival, con su proyecto Harmony, que también incluye a Hank Roberts (violonchelo y voz) y Luke Bergman (guitarra barítono y voz).