Cuando pensamos en el compositor, recientemente fallecido, evocamos las atmósferas malsanas que imaginó para David Lynch. Pero para este director también concibió The Straight Story (1999), su colaboración más atípica con el autor de Twin Peaks. Recordamos esta banda sonora, así como una de sus incursiones en el pop.
Creador de turbadores mundos donde conviven el surrealismo y el crimen, la locura y la cotidianeidad, David Lynch sorprendió a todos cuando estrenó The Straight Story (aquí Una historia verdadera), una road movie por la América rural y profunda protagonizada por un anciano.
Basada en un hecho real, contado en el New York Times en 1994, el filme explicaba el periplo de Alvin Straight, un septuagenario de salud precaria que viajó de Iowa a Wisconsin montado en un tractor cortacésped para visitar a su hermano, convaleciente tras sufrir un derrame.
Protagonizada por Richard Farnsworth (quien se suicidó poco tiempo después, en 2000), el también desaparecido Harry Dean Stanton (1926-2017) y Sissy Spacek, la película relataba así una historia simple y emotiva (era una producción de Disney, además).
Si Angelo Badalamenti (1937-2022) creó un clima turbulento y de pesadilla en sus anteriores colaboraciones con Lynch –Terciopelo azul (1986), Corazón salvaje (1990), Twin Peaks (1990), Twin Peaks. Fuego camina conmigo (1992) y Carretera perdida (1997)–, aquí consiguió expresar calma y paz. El resultado fue un score íntimo y elegante, que evocaba las composiciones de Aaron Copland.
Otra de las diferencias respecto a sus anteriores trabajos estribaba en el cambio de género musical: si el compositor neoyorquino recurría antes a mutaciones del jazz y el blues, ahora la fuente de inspiración era el country y el folk. Esto se traducía en el protagonismo de la guitarra acústica y el violín (por cierto, ambos sin acreditar).
El recuerdo del estilo turbulento característico de Badalamenti solo aparecía en tres cortes: Laurens, Iowa y Farmland Tour, con un piano solista sobre fondo sintetizado, remitían al tema central de Twin Peaks, y Nostalgia, abierto con un sonido de vinilo picado, utilizaba un fondo más fantasmal. El resto, sin llegar a catalogarse de luminoso, se alejaba bastante del estilo que lo hizo triunfar junto a Lynch.
La emoción y los sentimientos más íntimos aparecían en Rose’s Theme, Sprinkler y la lánguida Country Theme, donde la guitarra acústica llevaba el protagonismo. En algunos temas se añadía un violín, como en Laurens Walking (con un toque de country rural) y en el triste Country Waltz.
En otros, el violín se convertía en el elemento principal, como en Alvin’s Theme, heredero de la épica del wéstern, y donde ese instrumento gemía como el silbato de un tren. La sensación de movimiento y espacios abiertos daba paso a momentos más trágicos en Final Miles y Rose’s Theme (Variation).
Austero y sin florituras, el score de The Straight Story resultaba tan emotivo como la historia que ilustraba. “La ternura puede ser tan abstracta como la locura”, escribía Lynch en la contraportada.
De Angelo a Bad Angel
Bien y mal. Ángeles y demonios. Tim Booth y Angelo Badalamenti. Un pacto que empezó a forjarse cuando el líder de James quedó prendado de Floating Into The Night (1989) de Julee Cruise. Años de teléfono y fax hasta que el cantante coincidió con el creador de la banda sonora de Twin Peaks.
El resultado, el homónimo Booth And The Bad Angel (1996), se sumergía en ese mundo infernal que el compositor de Lynch describía como “trágicamente bello”, escenario de una lucha constante entre la razón y el corazón, donde reina una perenne sensación de caída al vacío.
Dance Of The Bad Angels congregaba los espíritus de David Bowie, Leonard Cohen y Pet Shop Boys bajo la batuta de Tim Simenon; el gótico Hit Parade nacía del matrimonio improbable entre Chris Isaak y Marc Almond, y la turbia Fall In Love With Me desplegaba sus líneas enigmáticas de sintetizador a lo Twin Peaks.
Por su parte, Old Ways sonaba como una producción de Phil Spector; Butterfly’s Dream (con la colaboración vocal de Brian Eno) alcanzaba el crescendo entre gritos de socorro, y la enfermiza Stranger describía el amor como una experiencia angustiosa.
Con la participación especial del exguitarrista de Suede, Bernard Butler, Booth And The Bad Angel bailaban esa “danza de los ángeles malos que desearían volar más alto”, conscientes de su próxima caída en un mundo donde la belleza es sinónimo de decadencia.