De protegido de Norah Jones a ser considerado por la Academia de los Grammy como uno de los “cinco artistas que demuestran de forma brillante que el Great American Songbook está vivo”. El cantautor de Filadelfia, a caballo entre el soul y la americana, se atreve con Chet Baker en su último disco.
Era ese ingrato momento, cuando te toca hacer de telonero y la gente aún no se ha sentado: ahí estaba, a pelo con su guitarra en el escenario. Pese a la incomodidad de la situación y de la poca atención que le prestaban, Amos Lee demostró tener madera, con su voz impresionante y su mezcla de folk y soul.
Abriendo para Norah Jones en su gira española de 2004, el artista nacido como Ryan Anthony Massaro presentaba en Barcelona su segundo EP homónimo (2004), que él mismo te vendía y te firmaba en el puesto de merchandising, mientras charlaba amablemente contigo y te agradecía tus elogios.
El cantautor de Filadelfia tenía dos cosas que podían predisponer a algunos en su contra: su vinculación con Norah (con quien compartía sello y músicos) y su tremenda capacidad para escribir canciones bonitas (algo que, desde algunos púlpitos, solo se permitía a sensibles como Antony o Rufus Wainwright).
Si se apartaban estos prejuicios, nos encontrábamos con que Lee era un excelente autor e intérprete, creador de clásicos intemporales, como demostró en su debut homónimo en largo, publicado en 2005 por el prestigioso sello de jazz Blue Note y producido por Lee Alexander, el bajista de la Jones.
En su ópera prima dejó claro que en su estilo se entremezclan muchas influencias: Seen It All Before arrancaba como el Knockin’ On Heaven’s Door de Bob Dylan, y Arms Of A Woman (la mejor balada soul en décadas) remitía al I’ve Got Dreams To Remember de Otis Redding,
Por su parte, Give It Up poseía la rítmica funk de Bill Whiters, y Black River, el sonido de un espiritual tradicional. Aunque Amos parecía sentirse más a gusto con el soul, no desdeñaba las inflexiones blues (Dreamin’) ni country (Bottom Of The Barrel).
Amos Lee (el álbum) alardeaba de una simplicidad aplastante, con unos arreglos desnudos que favorecían a su voz, a diferencia del EP que vendía en sus conciertos, con cinco de esas mismas canciones más ornamentadas con metales. En su debut largo el cantautor optó por la sencillez, y eso lo honraba.
Pasó el tiempo –y los discos Supply and Demand (2006), Last Days at the Lodge (2008) y Mission Bell (2011) y las giras con Dylan, Elvis Costello, Merle Haggard, John Prine y otros– y llegó Mountains Of Sorrow, Rivers Of Song (2013), su último LP en Blue Note.
A pesar de estar grabado en Nashville, quienes esperaran un disco de country podían olvidarlo: de entrada, no era la primera vez que Lee abordaba el género –ya lo hizo en el anterior Mission Bell, con Willie Nelson, Sam Beam, Calexico y Lucinda Williams–.
Era innegable el aroma campestre en los trotones Tricksters, Hucksters, And Scamps (conducido por banjo, dobro y mandolina) y Plain View (como una vieja grabación de campo de Alan Lomax) y en las espléndidas baladas Burden (a lo cántico irlandés), Dresser Drawer y Charles St. (con pedal steel impecable).
Pero cuando se rodeaba de grandes estrellas como Alison Krauss (en Chill In The Air) y Patty Griffin (en Mountains Of Sorrow) rozaba peligrosamente el country mainstream, a pesar de contar con el virtuoso dobro de Jerry Douglas en ambos cortes.
Resultaba más interesante el Lee que se sumergía en los sonidos más negros, en la trilogía formada por High Water, Loretta (con inflexiones en la voz dignas de los grandes soulmen) y, sobre todo, The Man Who Wants You, un hit de funk-soul con ecos de Stevie Wonder, y en los dos cortes de blues pantanoso con Tony Joe White, Scared Money y Lowdown Life.
Tras un par de álbumes –Spirit (2016) y My New Moon (2018)– y cambios de sello, en 2022 Amos hizo doblete con dos lanzamientos en Dualtone: en febrero, el más convencional Dreamland, y en noviembre, My Ideal, su trabajo más ambicioso, en el que se atrevía a reinterpretar las canciones del mítico y añorado trompetista y vocalista de jazz Chet Baker (1929-1988).
Acompañado por un trío de jazz –David Stream (piano, trompeta y producción), Madison Rast (contrabajo) y Anwar Marshall (batería)–, se enfrentó con el repertorio del clásico Chet Baker Sings –no el original de 1954 con ocho temas, sino su reedición ampliada de 1956 con seis canciones más, grabadas ese año– en un álbum incomprensiblemente ausente de las pomposas listas de lo mejor de 2022.
La deliciosa colección incluía joyas como My Funny Valentine, I Fall in Love Too Easy, But Not For Me, There Will Never Be Another You y The Thrill Is Gone, entre otras, abordadas con delicadeza, sensibilidad y gusto exquisito. La versión digital y en CD añadía dos cortes no incluidos en el vinilo: Everything Happens To Me y I’m Old Fashioned.
En 2023, su actual sello Dualtone reeditará el antes citado Mission Bell, su cuarto álbum en estudio, descatalogado desde hace más de una década, en una edición superlimitada en vinilo de color mandarina.