La Jam de bloggers, la mesa redonda de blogueros de blues celebrada esta semana en Barcelona, terminó con una visión bastante pesimista –realista, diríamos algunos– sobre el presente y el futuro de este género en Cataluña y, por extensión, en el estado español.
El encuentro inauguró la segunda edición de BCN Blues Meetings, un ciclo organizado por la Societat de Blues de Barcelona y la Fundació SGAE, que tiene como escenario la sala Mompou de la sede de esta entidad en Cataluña.
Moderada por el periodista y escritor Manolo López Poy, la Jam de bloggers se abrió con las presentaciones de los siete participantes, quienes a continuación explicaron el origen, los objetivos y las características de cada uno de sus proyectos.
Por orden alfabético, participaron los creadores de Bad Music (José Luís Martín), Ciudad Criolla (un servidor), Crossroads Blues (Salva PotablavaBlues Martínez), La Hora del Blues (Roser I. Valls), Litres de Blues (Lluís Souto), Red Hot Blues (Josep Palmada) y Sentir el Blues (Jordi Monguillot).
En esta primera parte ya se evidenció la diversidad de las propuestas: algunas, orientadas al servicio al ofrecer detalladas agendas de conciertos; otras, más atentas a la inmediatez con estimables crónicas de conciertos; unas terceras, abarcando más géneros además del blues, y las últimas, con un enfoque pretendidamente periodístico. En cualquier caso, quedó claro que eran iniciativas complementarias.
Una vez hechas las presentaciones, López Poy lanzó la primera cuestión a debatir por la mesa: ¿qué atención prestan los medios de comunicación al blues? Todos coincidieron en que esa atención era prácticamente inexistente, desde las revistas especializadas en música hasta los canales de televisión (con TV3 en el punto de mira como ejemplo nefasto).
Otra de las conclusiones a la que llegaron los ponentes es que es muy difícil que se produzca un relevo generacional en la audiencia del blues, lo que, unido a la falta de locales y a la precariedad de los músicos, dificulta la supervivencia del género.
El encuentro terminó con las intervenciones del público. En este sentido, destacó la aportación de uno de los asistentes al sugerir que la existencia de una diva que incorporara elementos de blues en su propuesta tal vez lo acercaría a los jóvenes.
El debate daría para una segunda entrega de la Jam de bloggers, y lo cierto es que se hizo corto y quedaron muchos temas abiertos en el aire, como la reflexión lanzada por el moderador: “¿Realmente queremos que el blues llene grandes estadios?”.
Reflexiones calenturientas tras el debate
No se citó explícitamente su nombre, pero todos sabíamos que esa mención por parte de un espectador a una “diva” se refería a lo que Rosalía ha hecho por el flamenco, al incluir pinceladas de ese género en su propuesta.
Aunque eso es discutible: en primer lugar, ¿los seguidores de la superestrella han profundizado en los verdaderos artistas de flamenco, como antaño hacían los fans de The Rolling Stones cuando buscaban los originales de blues versionados por la banda británica? Lo dudo mucho.
Ligado a esta incertidumbre, uno se pregunta si Rosalía ha beneficiado realmente al flamenco o solo se ha quedado en una simple apropiación cultural para su propio provecho –y no lo digo yo, es una opinión compartida por muchos músicos–, un truco tiktokero más para llamar la atención.
Retomando el título de este artículo, ¿y si a Rosalía le hubiera dado por el blues? ¿Sería esa la GRAN solución para que, a partir de ahora, los jóvenes empezaran a escuchar como locos a Muddy Waters, Robert Johnson y compañía? De nuevo, lo dudo mucho.
Los problemas que sufre ahora el blues tienen difícil explicación. No lo olvidemos: a diferencia de otros estilos con raíces como el country –cuyos conciertos no se han prodigado en este país–, en España hubo un tiempo en que el blues atraía al público y, aún más importante, a los promotores de conciertos y a la prensa de todo tipo.
¿Por qué la mayoría de festivales de jazz de este país ya no incluyen a bluesmen como antes?
Se editaban colecciones de fascículos –la mítica Sentir el blues de Altaya–, se usaban canciones en anuncios–Mannish Boy (Muddy Waters), Heart Attack and Vine (Screamin’ Jay Hawkins), I Just Wanna Make Love to You (Etta James)–, y bluesmen como B.B. King llenaban palacios de deportes y salas medianamente grandes.
¿Qué ha ocurrido? ¿Fue un simple espejismo, una moda espoleada por el éxito de la película Granujas a todo ritmo (John Landis, 1980) o el resultado de una alineación de los astros inédita? ¿Cómo se ha pasado del (casi) todo a la nada?
Muchos dirán que ya no existen estrellas como el citado B.B. King, Albert Collins, Johnny Winter, Johnny Copeland o cualquiera de los artistas que conseguían atraer a un número considerable de espectadores. Ese argumento es falso, porque sí existen –y muchos–, y no perderé el tiempo citándolos.
Tampoco es cierto que fuera una moda. En contraste con otros estilos que nacieron y murieron en una época determinada (el grunge, por ejemplo), el blues –al igual que el jazz, pero también el country– ha sobrevivido con creces a su fecha de creación y ha ido evolucionando, incluso fusionándose con el hip hop.
¿Cuál ha sido el problema? ¿Por qué la mayoría de festivales de jazz de este país ya no incluyen a bluesmen como antes? ¿Y por qué los organizados por la administración pública –tipo Grec o la Mercè en Barcelona– prefieren a artistas digamos exóticos de países tercermundistas?
Puede parecer una exageración, pero hoy en día es más fácil que programen a una mujer islámica trans que a un bluesman del Misisipi, en aras de la inclusión, la diversidad, la corrección política y un supuesto multiculturalismo que no es más que un colonialismo hipster. Eso, a nivel de artistas foráneos.
Pero lo más escandaloso ocurre con los músicos locales. Hoy en día –en Cataluña, pero también en el resto del estado– la escena de blues –perdón, la cantera– es impresionante: la variedad, cantidad y, sobre todo, calidad de cantantes e instrumentistas de este género supera con creces la existente en esa época dorada que antes citaba.
Y, a pesar de que muchos de ellos suelen actuar con frecuencia fuera de nuestras fronteras –algo que ni los penosos grupos indie españoles imaginarían ni hartos de vino– por su elevado nivel, tampoco son contratados en festivales, públicos o privados, más interesados en grupos verbeneros, aberrantes desechos de Manu Chao.
Repito: ¿cómo hemos llegado a esta situación? Porque si alguien todavía piensa que el blues es un negro con una guitarra cantando sus penas con melodías lentas y tristes, que se lo haga mirar. Hablaba antes de los anuncios: la última vez que vi uno en el que se usaba un fraseo instrumental de blues era de un producto… contra el estreñimiento.
Y luego está el peliagudo tema de la renovación del público: se renueva, sí, pero no rejuvenece. Es decir, gana nuevos adeptos entre los mayores de 40 años, digamos, pero no entre los de 20 y los de 30.
Es más fácil que programen a una mujer islámica trans que a un bluesman del Misisipi
Aunque también eso es discutible: de la mano de la afición por el swing ha llegado también un interés similar por el baile blues –sí, también se baila–, y la gran mayoría de sus practicantes son jóvenes. ¿Es eso una esperanza? Quién sabe.
En resumen, la dificultad de encontrar una salida al interés precario que suscita el blues actualmente estriba en que no queda muy claro –al menos, a mi entender– cómo y por qué hemos llegado hasta aquí. Y si no identificamos las causas, será complicado establecer las soluciones.
¿Podemos hacer algo los altruistas y heroicos entusiastas que desde nuestras webs, blogs, podcasts o programas de radio intentamos difundir la palabra del blues, como si de una misión divina se tratara?
¿Conseguiríamos más resultados si uniéramos nuestros esfuerzos en una única plataforma en lugar de disparar desde nuestras respectivas atalayas como francotiradores? ¿Deberíamos utilizar nuevas herramientas como el Tik Tok o similares?
Demasiadas preguntas abiertas que merecerían reflexiones profundas, y no artículos como este que, en el fondo, no deja de ser una simple paja mental.
Despues de tus reflexiones Miquel, lo que me viene a la cabeza es ……. seguiremos debatiendo y debatiendo …… esperando que llegue _» la gran estrella » con un tema de Blues más o menos » tuneado » usándolo como anzuelo para que la juventud pudiera llegar a interesarse por el género ………..
no sé, no sé…
Beyonce cantó blues en la película Cadillac Records, no sirvió de nada. El único revival del blues que conozco, aparte del que has nombrado de los Blues Brothers, lo realizó Gary Moore con su transformación musical y sí que trajo sabia nueva al blues, pero procedente del heavy y tampoco es que fueran muy jóvenes. Un ejemplo a estudiar, el heavy, es minoritario, pero se renueva y cada vez que parece que está en crisis se produce un relevo generacional, posiblemente porque conlleva una adopción de colectivo que otros géneros como el blues no conocen. Es sólo un pensamiento al aire.
Otra posibilidad es que vivamos en bucle, y tal como ocurrió a finales de los 80, después a finales de los 90, se retorne a una actividad decente, pero tal y como lo expresé en la jam de bloggers, mientras que no haya una escena, estamos en peligro de extinción y para que una escena crezca se necesitan músicos – que tenemos de enorme calidad -, medios de comunicacion – inexistentes e ignorantes -, circuito de locales – esquilmado en la Barcelona de la gentrificación y escaparate turístico -, pero sobre todo público, que cada día es de mayor edad y menor cantidad.
Estupenda reflexión Miquel.
gracias, también muy interesante tu comentario.