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Flowers, tónicas y calendarios

Es uno de los personajes más peculiares de la noche y del ambiente musical de Barcelona. Oficialmente, es fotógrafo de conciertos, pero cuando lo oyes hablar te das cuenta de que es muchas cosas más que no sabrías muy bien cómo definir: gurú, artista de performance, activista, vendedor de calendarios…

Existen muchas leyendas en torno a Flowers –de nombre real, Santi Vives; de edad indefinida como los bluesmen, puesto que, según las fuentes, no está claro si nació en 1950 o en 1951–. Una dice que era vendedor de enciclopedias a domicilio (incluso hay personas que juran haber recibido su visita cuando eran niños).

Historias tan disparatadas como las que le cuenta a un servidor desde que lo conoce (hace casi treinta años), siempre referidas a experiencias que nunca he vivido –encabezadas por un “escolta que m’han dit…”–, como haber presentado un programa de radio en Bosnia o haber escrito un artículo sobre Sopa de Cabra y el rock laietà para Enderrock.

Intentar mantener una entrevista “normal” con Flowers es una tarea imposible. Una cosa es que, cuando nos encontramos por las calles del barcelonés barrio de Gràcia (su hábitat, aunque nadie sabe con certeza dónde vive), nos tiremos una hora de reloj despotricando contra nuestros objetivos favoritos, a saber: el pop-rock (por llamarlo de alguna manera) catalán y el Primavera Sound.

Otra muy distinta es que se ciña a un cuestionario: en este caso, la respuesta a la primera pregunta se convirtió en un monólogo de veinte minutos. Por si fuera poco, sus declaraciones están llenas de imprecisiones, como cuando afirma que John Lennon fue asesinado en 1979 (en lugar de 1980) o atribuye a Bob Dylan una canción titulada Subterranean Kids (por Subterranean Homesick Blues)… por no hablar del controvertido origen de su nombre “artístico” (a eso ya llegaremos).

Lo que sí es cierto es que Flowers recorre el mundo desde los sesenta, cargado con sus bolsas en las que no se sabe muy bien qué lleva, sus calendarios y sus monólogos –debería inaugurar un nuevo género, el stand up comedy musical– sobre sus mitos particulares (Brian Jones, Jimi Hendrix, The Who y Dylan; perdón, Robert Zimmerman).

¡Flowers es Dios!, el cómic de Gallardo

A lo largo de más de cuarenta años, ha publicado sus fotos (y también artículos) en revistas como Disco Expres, Sal Común, Star, Popular 1 y Ruta 66, ha autoeditado varios libros (mezclando sus instantáneas con collages, delirantes manuscritos, letras de canciones y memorabilia variada), e incluso ha sido el protagonista de canciones –la épica Leyenda de Loquillo, la irónica Tòniques i calendaris de Els Surfing Sirles y la hagiográfica Flowers, el dandy de Gràcia de Els Trons– e incluso cómics (¡Flowers es Dios! de Gallardo). Eso, sin contar su estrambótico paso por la factoría Sputnik de TV3, encarnando al Cliptoavi, el abuelo de ese Max Headroom de baratillo que fue Cliptoman, una cabeza parlante sobre un fondo de croma azul que presentaba videoclips.

En los últimos tiempos, Flowers está (más que nunca) en todas partes. Primero, con una recomendable página oficial en Facebook (Flowers Pop Art). Después, con el CD Flowers Pop Art. Performances i entrevistes (2012), donde recopila entrevistas radiofónicas, speeches improvisados en conciertos y actuaciones musicales junto con el grupo Palo. Y, por último, con el documental de David Amills y Simón Borràs Flowers Pop Art (2012). “Yo no lo quería hacer. Pero al final acepté para mostrar todo lo que tengo: los discos, unos diez mil; los pases de prensa, los carnets internacionales, todos mis archivos. Estuvimos tres o cuatro años y el proyecto se ha hecho real”.

Sorprendentemente, el fotógrafo no quiere asumir el protagonismo del documental: “Más que para mí, lo hicimos como un tributo a muchas cosas: las bandas españolas de los sesenta que fueron muy poco reconocidas, muy maltratadas y que siempre he defendido. Y las discotecas de Gràcia y Barcelona, como el San Carlos Club, el Kikirikí, el Nostre Món, el Salón Lesseps, el Novedades… También hablo de mis influencias del rock británico: los Who, los Rolling Stones, los Small Faces, los Hollies… Y rindo un homenaje a tres grandes personajes que para mí fueron un pedestal muy importante: Albert Kiski, un promotor francés; Bill Graham, el padre espiritual de todos los conceptos del rock, y Gay Mercader, porque abrió una de las grandes puertas a Europa a través de Barcelona. Es importante recordar estas cosas. Aquí se trató muy mal el rock, sobre todo por culpa del rock laietà. Entre 1974 y 1982 no se dejó entrar a ninguna banda de pop, ya fuera de Madrid o Barcelona. Era un búnker cerrado. Y eso hizo mucho daño, sobre todo al rock que se hacía en Barcelona”.

Otro de los enemigos confesos de Flowers es el rock catalán. “Yo soy catalán, pero sus planteamientos no me gustan nada. Ves cosas injustas. Ves la televisión, según qué periódicos… Parece que ya apesta que esté pagado por la Generalitat. A mí, cuando me dicen que los Manels (sic) han llenado el Palau de la Música y me preguntan ‘¿Qué te parece?’, les respondo: ‘Perfecto, porque en los sesenta el Palau era un templo sagrado, ahora ya no’. ¿Qué significa? Como necesitan dinero, puede entrar de lo más tirado a lo más grande. La categoría del Liceu es otro ejemplo: se ha perdido desde que entró la Pantoja y toda la encarnación putrefacta de la canción española. Aquí se ha cometido la injusticia más grande: recordemos, por ejemplo, que en Barcelona se tuvo que suspender el concierto de los Who; la entrada valía cuatro mil pesetas. Y en cambio, los Sopa de Cabra están tres días en el Palau Sant Jordi. Cuando veo estas cosas me pongo enfermo. La cultura de este país es para masas borregueras. Por eso no pueden venir grandes figuras, has de traer lo que le gusta a la carnaza: Miguel Bosé, el rock catalán… Aquí estamos a años luz”.

¿Y cómo se ha llegado a esta situación? Dejemos que Flowers nos ilustre: “Hay muchas cosas que han perjudicado. Por ejemplo, ahora existe el ‘Mundo bobo’, que es el ‘Mondo Sonoro’, estas publicaciones gratuitas que están por el suelo y la gente se agacha para cogerlas… Los ingleses tienen las revistas en estanterías: ‘Uncut’, ‘Mojo’… Allí mantienen el estatus de la cultura. Aquí se han desperdiciado muchas cosas. Tienes el caso del Primavera Sound: todo lleno. ¿Lleno de qué? Tienes lo de la música electrónica, la cosa más nefasta que hay… En los ochenta en Madrid surgieron muchas bandas y quedaron deslucidas. ¿Cuál ha quedado? Un hombre que se desmarcó de todo eso fue Santiago Auserón. Te puede gustar o no, pero hace lo que le apetece. Hay un error muy grande: si eres sincero parece que seas malo, y es mentira”.

Otra de las cosas que Flowers reivindica es el respeto al pasado. “Las bandas inglesas nunca hablan mal de los grandes padrinos del rock, se sienten muy orgullosos. Aquí, por ejemplo, hablas de Los Brincos y te dicen: ‘¿Y estos quiénes son? Están pasados de moda’. Hay músicos que evolucionan poco a poco: si tienes treinta o cuarenta discos grabados, llega un momento en que no puedes hacer lo mismo que cuando tenías 20 años, te adaptas a las circunstancias y cambias con moderación, con calidad. También puedes hacer porquerías, como Neil Young en los ochenta con aquel disco horrible –se refiere a Trans (1982)–, pero siempre te va bien cambiar; y después vuelves a tus propias raíces. Pero aquí van de intelectuales cuando no lo son. Y ahora todos son escritores, todos escriben libros. A mí me afectó especialmente un caso, un tío de unos 40 años, y no digo el nombre porque es vergonzoso. Me preguntó: ‘¿Qué te ha parecido el libro que he escrito sobre Brian Jones?’. Es nefasto. Para escribir de Brian Jones has de tener cincuenta y pico años y haber vivido esa época. Ahora todos saben por las revistas gratis, internet…. Y vienen con esa pretensión de ‘gran escritor’ y copian y copian. Pretenden saber más que tú. Ven algo en internet y dicen ‘mira qué he descubierto’. No lo has descubierto: lo asimilas y lo copias. Yo me lo he tragado todo, lo he vivido, y puedo contarte cosas importantes”.

¿Miles Davis? No, Flowers himself

Y sique disparando sus dardos a diestro y siniestro. Nadie escapa de sus valoraciones: ni los sellos discográficos (“los directivos de las discográficas podrían haber vendido patatas, garbanzos o sujetadores”), ni los grandes festivales (“el Primavera Sound… ¿quién recuerda ahora el de hace diez años? En cambio, hablas de Woodstock y vas sacando enciclopedias, discos, archivos, de todo. Lo mismo con Monterey y Wight”) ni las superestrellas como Bono (“reivindica amnistía y tal, y en un concierto dice ‘Que suenen los móviles, llama al número tal’, para cobrar dinero; es el farsante, el burro y el carota más grande que hay en el rock”) o Bruce Springsteen (“todo el mundo aclamándolo. ¿Por qué? Porque va y suelta ‘Visca Barcelona, visca Catalunya’ y saca la bandera catalana. Y todo el mundo: ‘¡Ahhh!’. Esto es de borregos”).

Con la autoridad que le da haber presenciado más de cuatro mil conciertos –“ahora ves al Canto del Moco (sic), a Sopa de Cabra… ¿quién se acuerda de ellos? ¿No veis que todo esto es una pantomima? Ry Cooder actuó hace unos años con Nick Lowe en Barcelona ante doscientas personas, porque todo el mundo estaba en el concierto de U2. Aquí defines la diferencia de una cultura y otra. Llevo desde el año 1967-1968. He visto todo lo grande y lo de ahora, y hay un abismo. Sé diferenciar lo que es bueno y lo que es malo. Comparas una cosa y la otra y ves que ahora hay muchos fallos”–, contra todo pronóstico tiene buenas palabras para grupos más “recientes”, como Oasis: “Es una banda que ha llenado tres Wembleys, tres… Hacen música inglesa al cien por cien, y de calidad. El tiempo les dará la razón”.

Con el material que tienes (discos, flyers, pases de prensa, etc.) podrías montar una exposición… ¿Qué piensas del hecho de llevar el rock a los museos? Bueno, hicimos una exposición con Gay en Bilbao, y fue un éxito. Pero ahora todos presentan fotos, etc. Es una moda; antes era algo marginal. Ahora todos escriben libros.

Eso pasa con el punk, que han salido un puñado de libros sobre ese estilo en España, como si no existieran otras cosas en esa época… Aquí todo llega tarde. Lo mejor del punk fue en 1977. Pero aquí llegó en 1981 o 1982, cuando ya estaba en decadencia. La gente está muy equivocada. El punk inglés no iba contra las bandas de 1969, iba contra el rock sinfónico y esas canciones largas que te dormían. La prueba es que los Damned tienen versiones de los Who; Eddie And The Hot Rods, también; los Sex Pistols hacían el ‘My Generation’; los Stranglers versionaban a los Kinks y Sham 69 a los Yardbirds. O sea que el punk inglés era inteligente. Los Ramones no eran punk, sino surf acelerado; hacían adaptaciones de Burt Bacharach, de Brian Wilson, de los grandes del jazz y del blues. Aquí ibas a ver a La Polla Records y era basura. En Barcelona se hizo el festival Nicaragua Rock. Aquello era nefasto: no era ni punk, eran las cloacas, eran pieds noirs. El punk inglés venía de una base. Yo vi cómo crecía entre 1976 y 1977: Stranglers, Buzzcocks, Undertones, Cherry Vanilla, Sham 69… Aquí todo estaba equivocado. El punk de aquí de los ochenta era lo más tirado. Lo entendían cuatro personas; en Inglaterra era una cultura.

Young Flowers

¿Cómo empezaste en esto? ¿Qué día decidiste consagrar tu vida al rock? Mi familia trabajaba en el textil y viajábamos a Francia y al sur de Inglaterra, porque mi abuelo era ingeniero textil. Era un crío y me llevaban de vacaciones aquí y allá, y me eduqué en la disciplina inglesa, en la forma de vestir… Y así fui descubriendo cosas. A los 18 años me independicé y empecé a ver las bandas que había en los sesenta. Era muy amigo de Joselín (Vercher) de Los Cheyennes. Y me fui a Inglaterra. Vi muchos grupos y empecé a comprar cámaras, pero hacía fotos para otra persona. Hasta que me independicé. Me pagaban y vivía bien, y veía conciertos y festivales que nunca se han visto aquí. En 1969-1970 conocí a Martin J. Louis y empezamos a colaborar. Y aquí, cuando Gay aún no montaba conciertos, trabajaba con Frank Andrada, que organizaba viajes para ir a ver conciertos, como el de Pink Floyd en París, los Who, Bowie… todo lo que no llegaba. Salían los autocares de la Plaça Universitat.

¿De dónde sale el sobrenombre de Flowers? ¿Te lo puso alguien o fuiste tú mismo? Es un homenaje a Denis Flowers, jugador del Mánchester, una de las promesas del fútbol inglés, muy fan del Merseybeat y The Dave Clark Five. Llevaba melena. En su casa, jugando a golf, un rayo lo electrocutó y murió. Además, también indirectamente, era un homenaje a toda la revolución cultural inglesa, al flower power y las chicas que se pintaban flores en la cara.

(Aquí su memoria mezcla varias cosas. Solo he encontrado a un futbolista que murió a consecuencia del impacto de un rayo en 1964 mientras jugaba al golf, el escocés John White, jugador del Tottenham… y ni siquiera llevaba melena. Eso sí, hay varios jugadores británicos apellidados Flowers: Ron Flowers, Tim Flowers, John Flowers, Paul Flowers, George Flowers… pero ninguno jugaba en el Manchester. Quien si lo hacía era Denis Law. Y no hay que olvidar que se llamó The Flowers Of Manchester a los jugadores del equipo que perecieron en un trágico accidente aéreo en 1958 en Múnich. De todo este batiburrillo es posible que surgiera su alias).

¿Recuerdas cuál fue la primera foto que hiciste? ¿Y la última? Una de las primeras fue de los Who en el Hammersmith Odeon en 1968-1969, que le di a Martin J. Louis. Después hice de los Yes, de los Roxy cuando iban de glam, de Marc Bolan… Y las últimas, de los Beach Boys y de Dylan. Pero ya no quedan figuras.

¿Cómo has visto la evolución de la fotografía de conciertos? Ahora, cuando hablo con un promotor, ya no pido un pase de fotógrafo; lo hago desde atrás. En la actualidad ser fotógrafo en un concierto es muy fácil. Primero, te hacen pasar por un pasillo. Antes era lo contrario: podías entrar y salir del backstage. Todo esto viene porque en 1977, en el concierto de Eric Clapton en Badalona, un periodista de ‘El Periódico’ se me acercó y me preguntó si tenía fotos, porque no dejaba hacer. Le dije que yo no trabajaba para ningún medio y que lo que Clapton había dicho era que no se hicieran fotos con flash. Como yo no utilizo flash, a mí no me lo prohibió. Y parece ser que eso provocó una polémica y los managers decidieron que, a partir de la tercera canción, todos los fotógrafos se fueran a la calle. Ahora, cuando vas a un concierto, te hacen pasar por el tubo: pagas la entrada y no tienes ningún derecho. Te registran el bolso, lo que llevas… Antes no: pagabas doscientas pesetas y podías entrar con un bocadillo y una botella de cerveza o de whisky y nadie te decía nada.

Mucha gente desconoce que también tienes una carrera musical, con el grupo Palo. Eran unos amigos del Club Tennis de La Salut. Un día, en 1975-1976, me dijeron que querían montar un tributo a los Doors y a la Costa Oeste. Hicimos unos ensayos. Era la época punk. En 1978 hice un concierto en La Orquídea como un homenaje a ‘Disco Expres’, ‘Star’ y ‘Sal Común’ y a Pamela, la reina de la autopista, que era una amante de Jim Morrison. Hicimos otro homenaje a Flamin’ Groovies y otras cosas. Pero fue algo pasajero. La prueba es que solo triunfaron en Gràcia.

La célebre perfomance de Flowers con Wilson Pickett. Foto: Francesc Fàbregas

Mucha gente también te conoce por tus performances, junto a Wilson Pickett, Solomon Burke, Chris Isaak… ¿Por qué saltas al escenario y te conviertes en protagonista? Eso pasa porque, como me identifico tanto, subo al escenario. Si os fijáis, a Solomon Burke no le cojo el micro, me lo da él; Wilson Pickett también, porque yo interpreto con él una canción. Cuando subo, el artista ve que no soy un cualquiera, por la forma de hablar, de cantar; se da cuenta de que no soy un borrego. Lo hice también con los Trolls, con los Flamin’ Groovies en Madrid… Lo hago porque me gusta y lo siento, no por esnobismo, sino porque me da fuerza y electricidad.

Creo que consideras que el rock es un arte. ¿Puedes explicarlo? Solo te diré una cosa. Mira: Steve Winwood, accionista principal, o el segundo, de Island; Ian Anderson, uno de los principales inversores de Chrysalis; Frank Sinatra en Reprise Records; Herb Alpert en A&M; Stewart Copeland en IRS; en Chiswick, Lee Brilleaux y Elvis Costello; en Demon, Nick Lowe… Todos ellos forjaron una cultura. Los Jefferson Airplane, en 1966, hacían parodias insultando a Hitler; hacían política, educaban. Eran más auténticos que los políticos, que son unos mentirosos. Los artistas predicaban, no robaban. O sea que el rock era importante. Fue una revolución intelectual cien por cien. Pero tú vas a un concierto ahora y no tiene nada que ver. Antes el artista podía tocar tres horas; ahora, cuarenta y cinco minutos. Has pagado ochenta euros y has visto una mierda. Antes pagabas 225 pesetas y veías los boicots que sufrían los músicos: Rory Gallagher, Frank Zappa, Chicago… bajaban el volumen y cerraban, porque les daba miedo la gente que iba a los conciertos, porque el artista te abría los ojos. Ahora no. Si escuchas Sopa de Cabra o algo así no aporta nada a la humanidad, es un agujero muy pequeño. Pero si escuchas a Leonard Cohen, Frank Sinatra, Elvis Costello, Nick Lowe, Phil Ochs, Johnny Cash o Ray Charles, verás que se abren muchos caminos.

De todas las estrellas que has conocido, ¿cuál ha sido la mejor? ¿Y cuál ha supuesto una decepción? He conocido a muchos artistas, y yo no quiero ponerme a su altura, sino que ellos se pongan a la mía. Cuando charlo con un artista me interesa su faceta musical, no lo que hace en su vida privada. Con Dylan, por ejemplo, hablo de libros, de pintura, de arte, y el tío queda sorprendido porque nadie le habla de esas cosas. Y así tienes una comunicación con ellos, que piensan: “Este tío no es un idiota, no me pregunta lo que me preguntaría todo el mundo”.

En el libro Visiones del rock decías esta frase: “Quizá un día estaré muy convencido de que la basura está muy metida en el negocio”. ¿Ese día ya ha llegado? Sí, sí, hace muchos años que ha llegado. Antes el rock era un escenario pequeño, pero con música grande; ahora es al revés: música mala y un gran escenario. Los directores de las discográficas son los que han hundido la industria en España. Ibas a la CBS… putrefacto. A la EMI… putrefacto. Los discos de calidad los tiraban, los escondían. Los de Flamin’ Groovies no llegaron nunca a las tiendas; los de Graham Parker y Elvis Costello, escondidos. ¿Cómo se explica esto? El negocio era hacer dinero, y se pagaban viajes de lujo a los periodistas para que promocionaran a determinados artistas.

Para el final, Flowers no puede dejar de hablar de su admirado Robert Zimmerman. “El día que falte, todos dirán que Dylan era grande. Ahora queda muy bien ser fan suyo, queda como intelectual. Que me vengan a mí ahora a hablar de él es una pantomima, y queda muy esnob. ‘Qué bonito’. ‘¿Y qué discos tienes?’. ‘Tengo uno, el ‘Modern Love’’. Dylan es el hombre más grande, el pedestal del rock. Tuvo contrato vitalicio con la CBS y es el único artista que hizo sentar en una silla al director de la CBS. Esto es una estrella de verdad, estos son los grandes que te pueden educar hoy y mañana. La prueba más grande es que las bandas actuales siguen haciendo versiones de Dylan”.

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