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k.d. lang, una voz desperdiciada

A los verdaderos amantes del country no les importó que fuera lesbiana o vegetariana. Lo que más les soliviantó fue ver cómo una cantante prodigiosa, que podía haber sacado al género del reino de las princesitas mainstream, se desperdiciaba en un pop que, con el tiempo, perdería toda garra y solo se salvaría, precisamente, por su voz. Seamos brutalmente sinceros: la canadiense es una gran intérprete de material ajeno, pero como cantautora flaquea.

Nacida Kathryn Dawn Lang el 2 de noviembre de 1961 en Edmont (Canadá), k.d. lang empezó su carrera a mediados de los ochenta al frente del grupo The Reclines. Adoptó una estética kitsch de cowgirl de chiste y flirteó con el cowpunk con su apisonadora honky tonk, una voz arrolladora y cortante y una banda hiperexcitada, para un repertorio que incluía polkas descerebradas, deslices rockabilly, versiones respetuosas y muestras de su sobrada capacidad para las torch songs apasionadas en álbumes como su debut, A Truly Western Experience (1984), y Angel With A Lariat (1987), producido por Dave Edmunds.

Una voz espectacular como la suya pronto llamó la atención, y en 1988 el legendario Owen Bradley –responsable de los mejores discos de Patsy Cline– le produjo Shadowland, un álbum de versiones de clásicos del country en el que lang llegó a compartir micrófono con grandes damas del género como Kitty Wells, Loretta Lynn y Brenda Lee.

De nuevo con los Reclines, la canadiense publicó Absolute Torch And Twang (1989), y empezó a notarse que se iba alejando progresivamente del country y de las versiones para adentrarse en sonidos más pop. Una tendencia que siguió en Ingénue (1992) y en el insulso All You Can Eat (1995).

Pero en 1997 llegó Drag, su segunda colección de covers. El tabaco era su leitmotiv, como una metáfora del amor adictivo. Los orígenes del disco se encontraban en la fascinación de lang por el Don’t Smoke In Bed de Peggy Lee y, en general, por las canciones sobre cigarrillos: anteriormente, ya había grabado Three Cigarettes In An Ashtray y I’m Down To My Last Cigarette.

Más allá de la anécdota, lo realmente importante es que Drag nos devolvió a la gran k.d. lang, la artífice de obras como Shadowland. Con la coproducción a la antigua de Craig Street, colaborador de Cassandra Wilson, y un repertorio de selectas versiones e invitados especiales (Joe Lovano, Jon Hassell, Wendy & Lisa) regresó por fin al camino correcto, el que le permitía lucir su portentosa voz, entre el susurro y el desgarro, la confesión íntima y la explosión de sentimientos.

Impecablemente vestida con un traje masculino, en Drag lang encarnaba, al mismo tiempo, al crooner y a la torch singer, y se centraba en el territorio de las baladas: The Air That I Breathe (The Hollies), Till The Heart Caves In (de Roy Orbison, con los crescendos dramáticos característicos del desgraciado cantante), Hain’t It Funny (de Jane Siberry, en la línea del jazz atmosférico de Mark Isham para los filmes de Alan Rudolph) y, especialmente, la angelical Smoke Dreams (lounge rancio para Jo Stafford) y la deliciosamente retro Smoke Rings (Les Paul & Mary Ford). Mención aparte merecía la sugerente recreación de The Joker de Steve Miller.

Por desgracia, Drag fue un espejismo: lang fue desperdiciando su talento y su voz en canciones cada vez más insípidas, indignas de su potencial. En sus siguientes álbumes ya apostó directamente por el pop: en Invincible Summer (2000), en el invernal Hymns Of The 49th Parallel (2004) –una colección de versiones de compatriotas canadienses como Neil Young, Joni Mitchell, Jane Siberry, Leonard Cohen, Bruce Cockburn y Ron Sexsmith– y en Watershed (2008).

Como ella misma explicó, este último disco fue “como una culminación de todo lo que he hecho: hay un poquito de jazz, de country, de toques brasileños. Representa la manera como escucho música, esta mezcla de géneros, y creo que refleja todos los estilos que le han precedido en mi catálogo”.

Si en 2006 editó Reintarnation, donde recopilaba sus inicios en el cowpunk –con una portada que homenajeaba la del álbum homónimo de Elvis Presley de 1956–, en 2010 apareció la caja de tres CDs y un DVD Recollection, una compilación que nos reconcilió con lo mejor de su etapa digamos pop.

En el primer CD encontramos una selección de sus álbumes, desde Shadowland hasta Watershed, en la que aún había resquicios country como Trail Of Broken Heart y el Western Stars de Chris Isaak, junto con sus joyas pop –esas sí– de Constant Craving y Miss Chatelaine, y sus grandes versiones de The Hollies (The Air That I Breathe), Neil Young (Helpless) y Leonard Cohen (Hallelujah).

El segundo CD reunía canciones incluidas en bandas sonoras –Ellas también se deprimen, La dalia negra, Happy Feet. Rompiendo el hielo, Salmonberries, Hasta el fin del mundo– y en discos de homenaje –Red Hot + Blue. A Tribute To Cole Porter (1990) y A Tribute To Joni Mitchell (2007)–, y aquí había verdaderas maravillas como el susurrante Hush Sweet Lover; el Crying de (y con) Roy Orbison, un epítome del melodrama; los increíblemente sensuales Love For Sale y So In Love de Cole Porter, y el baladón jazz Moonglow, a dúo con Tony Bennett –con quien en 2002 grabó el álbum compartido de versiones A Wonderful World–.

El tercer CD de Recollection estaba dedicado a las rarezas, y aquí aparecían de nuevo canciones para películas –el country retro de I’m Sitting On Top Of The World (La ganadora) y la magnífica torch song Skylark (Medianoche en el jardín del bien y del mal)– junto con ocho temas grabados en directo en 2008 en el concierto benéfico Sessions de la emisora KCRW en los que demostraba, de nuevo, que se supera con el material ajeno, en especial en cortes como Smoke Rings y The Right To Love.

Con Sing It Loud (2011) lang volvió al frente de una nueva banda, The Siss Boom Bang. El álbum no era ni mejor ni peor que sus discos más recientes. Siendo honestos, hay que reconocer que contenía algunas canciones más que destacables: I Confess, con la grandilocuencia melodramática que se podría esperar de Roy Orbison y frases del tipo «hold me in your arms and love me madly»; A Sleep With No Dreaming, con su guitarra a lo Twin Peaks y las notas alargadas para alardear de garganta; Sugar Buzz, con un acento soul más marcado, y la titular, una preciosidad con aires de bossa nova pese a la instrumentación country. Del resto, mejor no hablar, ni siquiera de la desangelada versión del Heaven de Talking Heads.

Su último trabajo hasta el momento es el proyecto case/lang/veirs (2016), junto con Neko Case y Laura Veirs.

Siempre es un placer escuchar a k.d. lang, pero se le debería exigir más, tanto a niveles de composición como de producción. Por eso, le haría falta que Joe Henry o T Bone Burnett le metieran mano (artísticamente hablando) para desinhibirse y entregarnos, por fin, el álbum que hace años nos debe.

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