Retrocedamos a 1992: justamente cuando empezaban los Juegos Olímpicos en Barcelona, decidí poner tierra por medio para huir de la euforia, del Amigos para siempre y de toda esa exaltación de júbilo. El viaje tenía el nombre en clave de «la ruta del rock’n’roll», aunque hoy sería más correcto denominarlo «la ruta de la Americana».
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