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Country 90s: neorrealismo e híbridos urbanos

Freakwater, del punk a los Apalaches

A lo largo de su historia, el country ha sido un género turbulento que ha experimentado varias revoluciones… y no, esa broma pesada del country queer no cuenta. Aquí tenéis un informe que retrata un momento clave a finales de los años noventa: el lapso entre los nuevos tradicionalistas y el advenimiento de la americana.

Hoy en día, a cualquier cosa lo llaman country: no solo a los subproductos surgidos en Nashville que son más pop (malo) que otra cosa y que usan recursos para gente con poco talento como el Auto-Tune, sino también a los “indies” que se mean en la tradición con caricaturas de la estética cowboy pasadas por un filtro queer, como un update del falso vaquero de Village People.

Muchos aún creen que individuos como Garth Brooks representan el genuino country. Es como si dijéramos que Michael Bolton es el rey del soul o Kenny G un apóstol del bebop. Por eso es preciso aclarar las cosas: en nuestro país, ni los medios ni la industria tienen idea de lo que se cuece en el country, o solo aceptan una visión parcial y deformada o simplemente basada en los tópicos (es machista, conservador, blablablá).

Retrocedamos a mediados de los ochenta. Un grupo de jóvenes inquietos y descontentos –Dwight Yoakam, Steve Earle, Lyle Lovett, k.d. lang, Randy Travis y otros– crearon el neotradicionalismo, un movimiento concebido con el objetivo de recapturar la esencia original del género, actualizando los sonidos clásicos, para demostrar que el country puro y duro era tan excitante y apasionado como el rock.

Era la respuesta necesaria a la decadencia que sufría Nashville desde los setenta: imperaban los sonidos pop y AOR, y los reyes eran John Denver y Kenny Rogers. Ante tan deprimente realidad, los nuevos artistas de country emigraron a otras tierras: unos fueron a California, el feudo del sonido Bakersfield, el honky tonk potente destinado a los obreros petrolíferos y campesinos, y otros solo tenían que refugiarse en la rica tradición de su Texas natal.

¿Consiguieron los neotradicionalistas su propósito? Lo más realista sería decir que, diez años después, sus logros fueron solo parciales. Es decir, es innegable que grabaron una serie de discos que pueden considerarse piedras angulares del country moderno, pero no pudieron cambiar las cosas. Porque, si no, ¿cómo se explica que los medios de comunicación y la industria coincidieran en designar a Garth Brooks como el padre oficial del nuevo country?

Pasó lo que tenía que pasar: una vez más, quedó claro que lo radical nunca es aceptado, y lo cierto es que los detractores del neotradicionalismo tenían material para cebarse. A Yoakam lo perdieron sus declaraciones sobre la «basura de Nashville», a lang su doble condición de vegetariana y lesbiana, a Earle sus adicciones y a Lovett su aspecto extravagante. Solo Travis, el más purista del grupo, consiguió entrar en el mausoleo de Nashville, logrando además una tienda propia en Music Row.

A las puertas del 2000, los neotradicionalistas sobrevivieron pese a todo. Muchos creían que Steve Earle, tras su ingreso en prisión, había caído ya en la espiral del «vive rápido, muere joven y deja un bonito catálogo de canciones». Completamente rehabilitado, regresó triunfante desde las brumas del alcohol y las drogas por partida doble: Train A Comin’ (1995), un disco acústico que él se apresuró a desmarcar de los inventos unplugged, y I Feel Alright (1996). Su carrera ha adquirido tintes cada vez más reivindicativos (The Revolution Starts Now, 2004). También se ha acercado al bluegrass (The Mountain, 1999, con The Del McCoury Band) y ha rendido tributo a sus héroes (el más reciente, JT, de 2021, dedicado a su hijo Justin Townes Earle).

Otro superviviente, gracias a la fuerza de su trabajo, fue Dwight Yoakam. El directo Dwight Live (1995) y Gone (1995) lo confirmaron como el prototipo del artista country moderno. Encaró el nuevo siglo con ímpetu: colecciones de versiones (Under The Covers, 1997), acústicos (dwightyoakamacoustic.net, 2000), bandas sonoras (South Of Heaven West Of Hell, 2001)… Pero su ruptura con su productor Pete Anderson hizo que su propuesta perdiera fuelle. Su último disco es Swimmin’ Pools, Movie Stars (2016).

A Lyle Lovett, afortunadamente, su sonado y efímero braguetazo con Julia Roberts no lo dejó tocado, y su talento permaneció incólume, como demostró con I Love Everybody (1994), The Road To Ensenada (1996) y Step Inside This House (1998). Cada vez más lejos del country ortodoxo, acentuando el giro negroide y la riqueza de su herencia texana, su evolución fue para mejor, con formato de big band (Live In Texas, 1999) o más íntimo (Release Me, 2012). Por desgracia, lleva nueve años sin publicar un álbum, más centrado en sus caballos y en sus giras.

Por su parte, k.d. lang se embarcó en un estilo más cercano al pop, pero más frío e impersonal. All You Can Eat (1995) supuso su adiós definitivo al género. Tras el espejismo de Drag (1997), en el que volvió a encarnar a la crooner que todos amábamos, la canadiense recayó en una serie de álbumes insulsos donde desperdiciaba su gran voz. El último, Watershed (2008). Tampoco la redimió su reunión más reciente con Neko Case y Laura Veirs en case / lang / veirs (2016).

Finalmente, Randy Travis se convirtió en un clásico, a costa de rozar el country más edulcorado. Los dos mil han sido adversos para la mejor voz de los tradicionalistas. Primero, por su dedicación a los álbumes de góspel; después, por el derrame que sufrió en 2013, momento en el cual dejó de cantar y de grabar nuevo material.

Pero, si dejamos a un lado a los supervivientes del neotradicionalismo, la situación general reinante en Nashville a finales de los noventa era bastante similar a la que se produjo en los setenta. Aparte de Brooks, los artistas que dominaban las listas volvieron a la bastardización del género, creando un pastiche absolutamente melifluo: Billy Ray Cyrus, Faith Hill, Clay Walker, Ricky Van Shelton, John Michael Montgomery y un largo etcétera convirtieron las canciones country en una anécdota entre baladas soporíferas y sonidos cercanos al AOR.

Como ocurriera con el neotradicionalismo, la reacción de los artistas más inconformistas no tardó en producirse, y surgió, por un lado, una fuerte corriente de algo que podríamos llamar el country neorrealista, y por otro, una actualización de los postulados del country-rock. En estas corrientes alternativas se mezclaron los artistas jóvenes con veteranos que resucitaron.

Austin City Limits

Para hablar de la escena neorrealista, es imprescindible hacer escala en Austin, reconocida internacionalmente como una ciudad donde la gente hace música por puro placer. Pero este fenómeno no era nuevo: en los sesenta surgieron los outlaws, cuyos máximos exponentes fueron Waylon Jennings y Willie Nelson, encabezando un movimiento etiquetado torpemente como redneck rock o cosmic cowboy.

Austin se convirtió así en la capital del country contemporáneo alternativo y experimental, enfrentado al corsé creativo dictado por Nashville. Por otro lado, en los locales de la ciudad texana puedes escuchar country, rock, blues, hillbilly y jazz: es lo que originó el estilo de la Texas music, donde se funden estos y otros estilos.

La mayoría de representantes del movimiento neorrealista vivían en Texas, Austin en particular, y reproducían los sonidos de una ciudad abierta. Este era el caso, por ejemplo, de Jesse Dayton, un excelente guitarrista, compositor y cantante, maestro en todos los estilos clásicos texanos, a los que inyecta la energía del rock’n’roll con guitarras de alto octanaje. Tras su debut Raisin’ Cain (1995), participó en el homenaje a Willie Nelson Twisted Willie (1996).

Hoy es uno de los artistas actuales de americana más interesantes. Cantante y guitarrista versátil, nos ha entregado discos de country ortodoxo (Holdin’ Our Own, 2007, a dúo con Brennen Leigh), de versiones (Mixtape Volume 1, 2019) y explosivos directos (On Fire In Nashville, 2019). Gulf Coast Sessions (2020) es su trabajo más reciente. Además, presenta un programa en la emisora online Gimme Country y prepara una webserie.

La otra gran promesa de Austin era Wayne Hancock, un joven de voz nasal y lastimera fascinado por Hank Williams, el hillbilly y el rockabilly más primitivo, que prescindía de batería para construir un sonido rabiosamente vital. Thunderstorms And Neon Signs (1995) fue la carta de presentación de este texano sin pelos en la lengua.

El heredero de Hank Williams (con permiso de Hank III, amigo suyo, por cierto) alegró los primeros dos mil con álbumes donde combinaba el hillbilly y también se arrimaba al western swing, como Swing Time (2003) y Tulsa (2006). No publica material nuevo desde Slingin’ Rhythm (2016).

Igualmente polémico era Dale Watson, defensor a ultranza del honky tonk puro y duro, cargado de cervezas y guitarras Fender. Con su voz viril, recordaba a los grandes como Johnny Cash, y se confesaba «demasiado country para el country actual»: su debut Cheatin’ Heart Attack (1995) y Blessed Or Damned (1996) lo dejaron muy claro.

Tremendamente prolífico, se ha convertido en uno de los defensores actuales del subgénero de las trucker songs (con tres volúmenes de sus The Truckin’ Sessions), además de grabar discos de crooner (One More Once More, 2003), de góspel (Help Your Lord, 2008) y de versiones (Under The Influence, 2016). Call Me Lucky (2019) es su álbum más reciente.

Liderados por el cantante Tony Villanueva, The Derailers aunaban western swing y honky tonk con el ritmo rebelde del rockabilly clásico. Aunque su último disco en estudio, Guaranteed To Satisfy!, apareció en 2008, la banda texana sigue en activo y en 2020 estrenó una nueva web.

Jackpot (1996), su segundo álbum tras Live Tracks (1995), lo produjo Dave Alvin, el exguitarrista de Blasters, uno de los personajes más influyentes en la nueva escena del country, que ya hizo sus pinitos en el desarrollo de la música vaquera con la cantante y el bajista de X (Exene Cervenka y John Doe) en The Knitters.

Alvin también fue el productor de Loser’s Paradise (1995), el cuarto trabajo del cantante y acordeonista Chris Gaffney, una figura en la escena de rock con raíces, que vio revivir su carrera en manos del ex-Blasters, junto con la plana mayor de músicos de Austin. Curiosamente, Loser’s Paradise (1995) fue su último disco en solitario. En los dos mil pasó a formar parte de los Hacienda Brothers, hasta su muerte en 2008.

Uno de los amigos que le echaban una mano a Gaffney era Ted Roddy, un cantante y armonicista que tuvo su propia banda de rockabilly, Ted Roddy & The Talltops, con Reverend Horton Heat. En su debut, Full Circle (1995), alternó el blues y el country. Channelin’ E (2002) es su último trabajo hasta el momento, pero sigue actuando en directo con varios formatos, algunos más blues y folk (The One Man Trio) y otros dedicados a homenajear a Elvis (The King Conjure Orchestra).

Uno de los colaboradores de Roddy fue Stephen Bruton, un compositor y guitarrista que estuvo en la banda de Kris Kristofferson. Bruton contaba con una reputación en Austin como productor y session man, y en What It Is (1993) y Right On Time (1995) conjugaba rock’n’roll, country y rhythm’n’blues. Poco prolífico a la hora de grabar (el último disco fue From The Five, 2005), murió en 2009.

Otro veterano que vio reverdecer su carrera en la ciudad texana fue Tom Russell. Tras una decena de elepés en los que destacaba más como compositor que como intérprete, con The Rose Of The San Joaquin (1995) pudo dar el gran salto. Es uno de los artistas que mejor ha aprovechado el nuevo siglo, con un ritmo de publicación de casi a disco por año. El más reciente, October In The Railroad Earth (2019).

En la escena de Austin no faltaban las mujeres. Rosie Flores era, desde mediados de los ochenta, una figura clave en la escena de country alternativo. En su cuarto LP en solitario, Rockabilly Filly (1995), compartió micrófono con dos estrellas de los cincuenta, Wanda Jackson y Janis Martin. Con una intensa carrera en la que ha alternado el country, el rockabilly y el blues, Simple Case Of The Blues (2019) es su última referencia.

Otra dama de la ciudad texana era Toni Price, una cantante dotada de una gran voz, evocadora de Bonnie Raitt, que debutó con Swim Away (1993), y que en su segundo álbum, Hey (1995), desarrolló su ejercicio de blues, folk y country. Aunque desde Cherry Sunday Orchestra (2010) no ha publicado nada, sigue en activo.

A pesar de que se la considera más una artista de tex-mex, Tish Hinojosa era otra de las atracciones de club más queridas de Austin. Calificada por algunos como la nueva Linda Ronstadt, Tish combinaba las letras sociales con la tradición musical con la que creció (corridos, country y western swing), con trabajos como Frontejas (1995) y Cada niño Every Child (1996). Su disco más reciente como solista es My Homeland (2019), y en 2020 formó el grupo The Texicana Mamas con Stephanie Urbina Jones y Patricia Vonne.

Siguiendo con las propuestas fronterizas, abundantes en una tierra tan fértil como la texana, teníamos a Joel Nava, quien en su debut homónimo (1995) pretendía fundir a Bob Wills con Flaco Jiménez. Solo grabó un segundo álbum, Soy otro (1996), con el grupo The Border, enteramente en castellano.

También estaba Emilio Navaira, el artista más popular de Tejano music. Life Is Good (1995) fue su debut en inglés. Después, solo volvería a grabar en esa lengua en It’s On The House (1997). Murió en 2016.

Y si aún hay alguien que duda de la efervescencia musical de Austin, existe incluso un álbum que documentó su escena, Austin Country Nights. Rising Stars From The Heart Of Texas (1995). En el disco, junto con Dale Watson, Ted Roddy y The Derailers, aparecían Cornell Hurd Band, Libbi Bosworth, Bruce Robison y la afroamericana Mary Cutrufello.

Road movie en busca de raíces

Paralelamente al movimiento neorrealista que estalló en Austin, en todo el territorio norteamericano surgieron diversas propuestas con algo en común: partir de las premisas del pop y el rock para bucear en las raíces en busca de un híbrido que vendría a ser una evolución del country-rock.

Nuevamente, hay que hablar de Texas: Old 97’s procedían de la escena punk de Dallas, y contaban con los álbumes Hitchhike To Rhome (1994) y Wreck Your Life (1995). Muy fructíferos durante los dos mil, en 2020 publicaron Twelfth.

Los Rainravens sonaban como si pertenecieran a la escena country-rock del sur de California de los setenta, y por su primer LP homónimo (1996) los compararon a los Eagles. Su último disco fue el directo Rattle These Walls. Live At The Rockpalast Crossroads Festival (2010).

Y The Shivers reflejaban la América oscura de Faulkner en sus discos The Shivers (1994) y The Buried Life (1996), ganándose la etiqueta de «country gótico». Sin rastro de ellos tras sus dos álbumes.

Minneapolis, aparte de ser la ciudad de Prince, también tuvo mucho que decir en el campo del nuevo country-rock. Con su pop inspirado por Gram Parsons, The Jayhawks fueron los pioneros de la nueva hornada del country-rock, en especial desde su tercer LP, Hollywood Town Hall (1992), y su continuación, Tomorrow The Green Grass (1995). Aunque han sufrido varios parones y cambios de formación tras su etapa más fructífera (1995-2004), desde 2014 han vuelto a la carretera con el liderazgo de Gary Louris. En 2020 publicaron XOXO.

Más en la vena de The Replacements y del country a lo The Rolling Stones, estaban The Honeydogs, con su debut homónimo (1995). Todavía en activo, han evolucionado a un sonido más art pop y su último trabajo es Love & Cannibalism (2016).

Y reuniendo a Jeff Tweedy (Wilco), Dan Murphy (Soul Asylum), Gary Louris (The Jayhawks) y otros músicos de The Jayhawks y The Honeydogs, Golden Smog era un supergrupo que, tras un EP de covers en 1992, editó Down By The Old Mainstream (1996). Actualmente ya no está Tweedy, pero sí Louris, y han pasado por varios cambios de formación y etapas de parón. Su última reencarnación fue en 2019, y en 2020 tenían algún concierto previsto que tuvieron que cancelar.

Ya que hemos citado a Wilco, no podemos olvidar que, al igual que Son Volt, procedía de una formación disuelta en 1994, Uncle Tupelo. Liderado por Tweedy, Wilco era otra promesa del country-rock, con el debut A.M. (1995). Desde entonces, el grupo ha evolucionado alejándose de las raíces e introduciendo elementos más experimentales para convertirse en una banda de pop-rock indie. Ode To Joy (2019) es su trabajo más reciente.

La otra mitad creativa de Uncle Tupelo, Jay Farrar, encabezaba a los Son Volt. Su presentación, Trace (1995), considerado como un diamante en bruto, acaparó las influencias de Bob Dylan, Hank Williams y Neil Young. A diferencia de Wilco, y a pesar de los cambios de formación y períodos de descanso, siguen con su sonido country-rock/americana. En 2020 publicaron el directo Live At The Orange Peel.

La soleada California también dio sus frutos de country-rock alternativo. En San Francisco teníamos a Tarnation, con una Paula Frazer al frente que sentía predilección por Patsy Cline, Billie Holiday, Roy Orbison y Ennio Morricone y las canciones sobre noches solitarias y amantes enloquecidos. Tras tres álbumes –I’ll Give You Something To Cry About! (1994), Gentle Creatures (1995) y Mirador (1997)–, el grupo se disolvió. A pesar de la separación, su cantante siguió actuando y grabando como Paula Frazer And Tarnation, y publicó Now It’s Time (2006) y What Is And Was (2017).

Otra banda de Frisco era el cuarteto The Buckets, con un debut homónimo (1996); desaparecieron en 1998 tras grabar solo tres álbumes. Y en Los Ángeles, The Geraldine Fibbers, con una cantante, Carla Bozulich, cuya voz encajaba perfectamente en el country, aunque su visión se acercaba más al estilo de X o Gun Club, como demostró su segundo LP, Lost Somewhere Between The Earth And My Home (1995). Se separaron en 1997 tras tres álbumes. Bozulich ha seguido grabando en solitario discos de corte más experimental y art rock. El más reciente, Quieter (2018).

Incluso en Seattle, la capital del grunge, el country alternativo tuvo cabida. The Picketts aparecieron en 1990 haciendo versiones vaqueras de Should I Stay Or Should I Go (The Clash). El grupo lo integraban la cantante Christy McWilson y el batería Leroy Sleep, junto con el guitarra John Olufs y el bajista Walt Singleman (ambos en Red Dress), y el guitarra Jim Sangster (Young Fresh Fellows). Tras Paper Doll (1992), editaron The Wicked Picketts (1995) y Euphonium (1996).

De un lugar aparentemente tan distante de todo lo que representa el country, Nueva Jersey, procedían The Delevantes, dos hermanos expertos en grandes melodías y en el country-rock de armonías vocales a lo The Everly Brothers. Pese a no lucir estética vaquera, causaron sensación en Nashville. Su primer álbum, Long About That Time (1995), fue producido por Garry Tallent, bajista de la E Street Band. Solo grabaron un disco más, Postcards From Along The Way (1997). Tras un hiato de más de diez años, volvieron a la carretera.

Y desde otro estado aparentemente antagónico a los cowboys, Florida, Mary Karlzen había estado flirteando con el country y el rock durante años. Curtida en la misma escena de clubes que produjo a The Mavericks, con su segundo disco, Yelling At Mary (1995), se acercó al rock, aunque mantenía firmes sus raíces. Su último trabajo hasta el momento es The Wanderlust Diaries (2006).

Como Dwight Yoakam, Freakwater procedían de Kentucky, y sus dos cantantes, Catherine Irwin y Janet Beveridge Bean (de Eleventh Dream Day) se conocieron en un club punk. Influidas por The Carter Family, The Louvin Brothers y las baladas montañesas de Bill Monroe, su cuarto largo, Old Paint, apareció en 1995. Siguen en activo, y tras fichar por el sello Bloodshot editaron Scheherazade (2016).

La road movie por tierras norteamericanas en busca de las nuevas propuestas de country-rock también tuvo paradas en Mississippi, con el grupo Blue Mountain, liderado por Cary Hudson (guitarra) y Laurie Stirratt (bajo), hermana del guitarrista de Wilco, John Stirratt, con su LP Dog Days (1995). Tras varios álbumes publicados en los dos mil, se disolvieron en 2013. Aun así, mantienen un perfil en Facebook y Hudson sigue en activo.

En Carolina del Norte teníamos a Jolene, un quinteto que citaba entre sus influencias a Buck Owens y Gram Parsons, y contaba con el álbum Hell’s Half Acre (1996). Después de cuatro LPs, se separaron en 2001.

En Missouri, encontramos el rock sureño de The Bottle Rockets, despachando canciones con contenido social en The Brooklyn Side (1994). Siguen vivitos y coleando, y ya han grabado cinco álbumes para el sello Bloodshot; el más reciente, Bit Logic (2018).

Y en Chicago, el supergrupo The Waco Brothers, integrado por componentes de los británicos Mekons (su líder, Jon Langford), de The Bottle Rockets y del grupo de noise rock Wreck, con su debut … To The Last Dead Cowboy (1995). También en el sello Bloodshot, en 2020 editaron RESIST!, una recopilación de sus canciones de protesta.

Independencia contra la bestia

Al margen de las grandes compañías, existían multitud de pequeños sellos que nos dieron a conocer lo mejor del nuevo country: Hightone, Antone’s, Bloodshot, Dejadisc, Rounder, Justice, Watermelon, etc. Algunos de ellos incluso fueron creados por los propios artistas que, asqueados tras su paso por las multinacionales, decidieron arriesgar su dinero para gozar de libertad: es el caso de Dead Reckoning y Little Dog, por citar dos de los ejemplos más interesantes.

Dead Reckoning fue fundado en Nashville por Kieran Kane, Tammy Rogers, Kevin Welch y Harry Stinson, con la intención de ofrecer el material más interesante surgido en las propias entrañas de la bestia (es decir, Nashville).

En su escudería de fichajes encontramos a los propios fundadores. Kieran Kane había formado parte de The O’Kanes con Jamie O’Hara, y puede calificarse sin ninguna duda como uno de los mejores compositores de americana. Sus discos Find My Way Home (1993), Dead Rekoning (1995) y, sobre todo, The Blue Chair (2000), así lo atestiguan. Su álbum más reciente es When The Sun Goes Down (2019).

Kevin Welch era otro de los grandes talentos, compositor para Waylon Jennings, Trisha Yearwood y Ricky Skaggs. Tras Kevin Welch (1990) y Western Beat (1992), con Life Down Here On Earth (1995) encontró en su propio sello el escenario idóneo para su mezcla de folk, rock y country. Dust Devil (2018) es su último disco.

Tan buen compositor como guitarrista especializado en honky tonk y blues, al servicio de John Hiatt y Emmylou Harris, tras su debut Country Music Made Me Do It (1993) Mike Henderson también recaló en Dead Reckoning con Edge Of Night (1996). If You Think Its Hot Here… (2014) es su última referencia, al frente de The Mike Henderson Band.

Y Tammy Rogers, violinista y cantante, colaboradora de Maria McKeee, The Jayhawks y Victoria Williams, eligió el mismo sello para su debut In The Red (1995), junto con Don Heffington, exbatería de Lone Justice. Tras tres álbumes en solitario, formó el grupo de bluegrass The SteelDrivers, que en 2020 entregó Bad For You.

Y si Dead Reckoning estaba ubicado en el centro de la industria del country, Little Dog se encontraba en la Costa Oeste, en California. Fundado por Pete Anderson y Dusty Wakeman, este sello no dejaba de ser una prolongación del sonido popularizado por Dwight Yoakam.

De hecho, Anderson, el productor y guitarrista habitual de Yoakam, lo escogió para su debut discográfico Working Class (1994). Otros artistas que editaron en Little Dog fueron Anthony Crawford (Anthony Crawford, 1993) y el canadiense Jim Matt (All My Wild Oats, 1995). El sello sigue en marcha: en 2020 lanzó los álbumes de Adam Hood (Different Groove) y Jeff Finlin (Highway Diaries).

Patsy, una vacante por cubrir

Aunque muchos piensen que el country es un estilo de machos, para camioneros en celo que ahogan sus penas en cerveza, históricamente se demuestra lo contrario, con nombres ilustres como los de Patsy Cline, Loretta Lynn y Tammy Wynette. Y aunque el puesto de gran dama del country ostentado por Patsy aún sigue vacante, han seguido apareciendo nuevas voces buscando su lugar en el universo de los cowboys.

Hablando de Patsy, Mandy Barnett estuvo interpretando durante dos años a la desaparecida cantante en un espectáculo teatral. Esto no la intimidó para publicar su presentación, Mandy Barnett (1996), con solo 20 años. A Nashville Songbook (2020) es su disco más reciente.

Otra jovencita era Alison Krauss, quien a sus 24 años ya había obtenido varios premios y la aceptación en mercados crossover, a pesar de proceder del bluegrass, al frente del grupo Union Station. Durante los dos mil tuvo su momento de gloria cuando grabó con Robert Plant el exitoso Raising Sand (2007). Su último trabajo es Windy City (2017).

Destacando entre las clones de Linda Ronstadt, la canadiense Terri Clark era oriunda de la misma ciudad que k.d. lang, Alberta, aunque hay que reconocer que el sombrero le sentaba mucho mejor. Esta honky tonker femenina, con algo de Loretta Lynn y Kitty Wells, coescribió casi todos los temas de su debut homónimo (1995). En 2020 publicó el navideño It’s Christmas… Cheers!

Igualmente destacables por su talento como por su atractivo físico encontramos a la rubia de Baton Rouge Amie Comeaux en cuyo debut, Moving Out (1994), se atrevía con una versión del You Belong To Me de Patsy Cline. Murió en accidente de coche en 1997, tras lo cual aparecieron dos álbumes póstumos.

La pelirroja Bobbie Cryner, a pesar de rozar el country más dulzón, ofrecía una impagable lectura del Son Of A Preacher Man en su segundo y último álbum, Girl Of Your Dreams (1996).

Shelby Lynne volvía a la ortodoxia tras su experimento western swing en Temptation (1993) con un quinto LP, Restless (1995). Ha evolucionado hacia un sonido más contemporáneo, sin moverse de la americana, como demuestra Shelby Lynne (2020).

Dejo para el final a la cantante más sorprendente de esa época, Kim Richey. Aunque sus siete años como compositora y corista para Pam Tillis, Radney Foster y Trisha Yearwood la avalaban, no era una artista country típica: además de ser una fan devota de Expediente X, lucía un aspecto de lo más neoyorquino. Aunque la compararon con Mary Chapin Carpenter, no se cortó en afirmar que su debut homónimo (1995) no era “country tradicional». A Long Way Back. The Songs Of Glimmer (2019) es su obra más reciente.

Nuevos pistoleros en el saloon

Si bien Austin era el vivero de los nuevos cantantes de country más interesantes, hay algunas excepciones. En primer lugar, Jim Lauderdale, un cantautor de rock con raíces al estilo de John Hiatt, forjado en grabaciones de artistas como Dwight Yoakam. Por eso, no es de extrañar que su segundo y su tercer elepé, Pretty Close To The Truth (1994) y Every Second Counts (1995), fueran producidos por Dusty Wakeman. Muy prolífico durante los dos mil, a disco por año (a veces incluso dos), y sin perder un ápice de cualidad, en 2020 nos trajo When Carolina Comes Home Again.

Siguiendo el patrón del «guapito trajeado» popularizado por The Mavericks, Stacy Dean Campbell recurría a las atmósferas trágicas a lo Roy Orbison y a las versiones de Jerry Lee Lewis, Jim Ed Brown y Steve Earle para contar sus cuentos de rupturas y corazones rotos. Tras el debut Lonesome Wins Again (1992), volvió en plena forma con Hurt City (1995). En 2001 dejó la música para dedicarse a escribir una novela. También es guionista y director de documentales de televisión.

Este rápido repaso a las propuestas del country de finales de los noventa quedaría incompleto sin una reseña de las bandas más representativas de ese momento. Dejando a un lado a The Mavericks, nos encontramos nuevamente a dos formaciones californianas con la impronta de la producción del omnipresente Dave Alvin.

Billy Bacon & The Forbidden Pigs ofrecían una combinación de tex-mex, blues, rockabilly y honky tonk, y su tercer trabajo, The Other White Meat (1995), estaba editado por el sello de Mojo Nixon, Triple X. Cloven Grooves (2003) fue su último disco. Bacon grabó en solitario LPs como High, Wide & Handsome (2016), hasta su muerte en 2019.

Producidos también por Alvin, Big Sandy And His Fly-Rite Boys suponían un cruce entre la Sun Records primitiva y Bob Wills. Su éxito en Inglaterra los llevó a realizar giras con Morrissey. What A Dream It’s Been (2013) fue el adiós del grupo. En solitario, Big Sandy ha editado varios trabajos y también ha colaborado con Los Straitjackets.

Y en el capítulo de los veteranos, no se puede olvidar a Shaver, el potente grupo formado por Billy Joe Shaver y su hijo, el guitarrista Eddy Shaver. Tras muchos años como compositor de éxitos para Kris Kristofferson, Waylon Jennings y Johnny Cash, y algunas grabaciones fallidas, este texano volvió a la primera plana con Tramp On Your Street (1993), seguido del directo Unshaven. Live At Smith’s Olde Bar (1995). Tras la muerte de Eddy en 2000, en 2001 apareció el último disco del grupo, The Earth Rolls On. Billy Joe siguió grabando varios álbumes como solista; el último de ellos, Long In The Tooth (2014). Murió en 2020.

Epílogo

En este informe hemos visto cómo gran parte de los artistas citados siguen en activo –con algunas excepciones por causas mayores como la muerte– e incluso han evolucionado. Y, a pesar del paso de los años, sirve para establecer paralelismos entre ese momento de la historia –finales de los noventa y principios de los dos mil– y la situación actual del género, en la que un puñado de francotiradores que enarbolan la bandera de la tradición –algunos desde una perspectiva “moderna”– se enfrenta a la maquinaria de Nashville que ha convertido el “country” en algo irreconocible y de pésima calidad.

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