memorias, revistas

El día que declaré mi amor a ‘Ruta 66’

En abril de 2012, la revista ‘Ruta 66‘ me propuso participar en una sección de su web llamada Espacio Exterior en la que distintos compañeros de profesión respondíamos al mismo cuestionario. Como no tengo medida, mis respuestas fueron quilométricas. Y aquí reproduzco la versión íntegra, algo más extensa de la que envié a los amigos ruteros. Que no os asuste la extensión: merece la pena leerlo de cabo a rabo.

¿Cómo empezaste a ejercer de crítico rock o de periodista musical? Todo fue una sucesión de casualidades. No decidí hasta el último momento estudiar Periodismo. En realidad, solo tenía claras dos cosas: que me gustaba escribir y que me gustaba el cine. Así que escogí esa carrera porque en esa época era la única que tenía una asignatura de cine (Historia del cine, con la que, por cierto, conseguí mi única matrícula de honor).

Cuando hacía cuarto de carrera, entré a trabajar como becario en el diario ‘Avui’: después de un mes en la sección de Sucesos, pasé a Espectáculos. Allí ya existían demasiados críticos de cine, pero se dio la circunstancia de que la periodista musical se marchó, y de pronto me encontré ocupando su puesto.

Recuerdo que mi primera crítica fue de un concierto de Ilegales en Studio 54. Pasé allí varios años, hasta que la presión ejercida por el infausto rock catalán y los métodos mafiosos de sus discográficas «facilitaron» mi salida, por decirlo de alguna forma.

Entrada del concierto de Ilegales de 1987, mi primera crítica

Cuando trabajaba allí empecé a frecuentar, como es natural, todo tipo de ruedas de prensa, desde The Cure hasta Raphael, por poner dos ejemplos extremos. En estos pesebres casi siempre coincidíamos los periodistas musicales de todos los medios de Barcelona, y más o menos nos conocíamos todos. Uno de estos personajes era el fotógrafo Francesc Fàbregas, en aquel momento director de ‘Rockdelux’. Él fue quien me propuso colaborar en esa revista. Mi primer trabajo, en 1988, fue un artículo compartido con Ramon Súrio, una entrevista con David Byrne.

Más tarde, después de un breve período como periodista y crítico musical en el desaparecido diario ‘Las Noticias’ (solo duró cuatro meses) y también de la mano de Fàbregas, que ya había dejado ‘Rockdelux’ y había entrado en TV3, en 1990 empecé a colaborar como redactor y guionista en el mítico programa ‘Sputnik’ y en sus múltiples variantes. Esa fue sin discusión la mejor época del programa, la más periodística y arriesgada temática y estéticamente (no lo digo yo: lo corrobora el premio Ciutat de Barcelona que conseguimos y las conclusiones de un reciente trabajo universitario).

Como responsable directo de una de las escisiones del programa, ‘Sputnik Cecília’, me encargué de monográficos sobre Willy DeVille, Stevie Ray Vaughan, el sello Sub Pop, las mutaciones de Elvis Presley (El Vez, Dread Zeppelin, Superelvis), reportajes sobre discográficas indies (Munster Records, Por Caridad Producciones) y sobre grupos alejados de lo más comercial (Subterranian Kids, Claustrofobia, Mercury Rev y muchos más). Fue esta vocación «alternativa» la que acabó alejándome del programa, cuando se originó una batalla interna que acabó apostando por los grupos más comerciales y la falta de rigor periodístico, con la entrada de nuevos redactores que no llegaban a la suela de los zapatos del equipo clásico.

Con el equipo del Festival de Blues de Cerdanyola

Después colaboré en varios medios: como presentador de mi propio programa musical en Cerdanyola Ràdio y, sobre todo, en Ràdio Ciutat de Badalona (con el programa de country y americana ‘Rústicos y renegados’, durante la friolera de ocho años); como redactor del Festival Internacional de Blues de Cerdanyola, y como comentarista musical en varios magazines de Canal 39 (la prehistoria de Barcelona TV), curiosamente dirigidos por Conrad Son, la estrella del porno catalán.

También ejercí como crítico en publicaciones como ‘Megapress’ (Virgin Megastore), ‘Disco 2000’, ‘El Periódico’, ‘El Triangle’, ‘Ritmosis’ (noticiario de Discos Castelló), ‘Buffalo Mail’, ‘Groove’ y, sobre todo, ‘La Guía de las otras músicas’ (el boletín de Discos Del Sur, una emblemática tienda madrileña cuya desaparición, por cierto, nadie lloró); como redactor multimedia en el portal Ritmes.cat, y, finalmente, como coautor del libro ‘Antología del country’ (Editorial Zeleste, 1995), con un capítulo dedicado a Dwigth Yoakam.

¿Qué futuro le auguras a la prensa musical en papel? ¿Acabaremos todos en una URL de internet? Bueno, yo no soy tan catastrofista como muchos apocalípticos que ven en internet el origen de todos los males. En primer lugar, cada vez que ha aparecido un nuevo medio de comunicación, el que le predecía se ha visto amenazado, con idénticos comentarios de los agoreros de turno: según ellos, la televisión debería haber acabado con la radio o incluso con el cine, y no fue así.

De la misma manera, internet no va a acabar con la prensa en papel. Llevo conectado a internet desde 1995, casi veinte años, y me resisto a leer cualquier artículo en una pantalla porque es algo innatural e incómodo; si me interesa, lo imprimo, y eso es lo que hace mucha gente.

Y ese es el verdadero problema de internet, no la presunta gratuidad de todo que muchos esgrimen. Internet no puede concebirse con lo que yo llamaría «mentalidad de imprenta», la causa real del fracaso de las versiones digitales de la prensa (diaria, sobre todo)… y no el hecho de ofrecer contenidos gratuitos.

Es decir, cuando internet se populariza, todos los periódicos (y muchas revistas) se empeñan en lanzarse a la red… sin red. Simplemente se dedican a volcar sus contenidos escritos, sin más. Algunos, incluso conservando la lectura en columnas como en el papel, algo totalmente aberrante.

¿Por qué pasa esto? Porque los directivos no tienen ni idea de las posibilidades de internet y lo dejan en manos de programadores que saben mucho de lo suyo, pero nada de comunicación. Siento personalizar, pero en 1999, cuando vislumbré las posibilidades del medio, cursé un posgrado de periodismo digital; no conozco a ningún colega (ni de promoción ni del sector musical) que haya hecho lo mismo.

Dicho esto, el desconocimiento del nuevo medio es lo que lleva al fracaso. Internet aglutina diversos elementos: textuales, visuales, sonoros e hipertextuales; además, tiene otras ventajas: la inmediatez (permite dar noticias en tiempo real), no es un medio lineal (gracias a los links), interrelaciona contenidos…

Gran parte de las webs de los medios, con su caduca «mentalidad de imprenta», se quedan solo en los textuales y piensan que internet solo sirve para facilitar el feedback de los lectores… craso error, por generar la ingente cantidad de ruido inútil que inunda las páginas de webs con comentarios totalmente innecesarios, porque todo el mundo se cree con derecho a opinar.

Otro de los errores es obsesionarse por el éxito de visitas: internet no es equiparable a la televisión, y por tanto no tiene sentido plantearse la lucha por la audiencia, porque hay tantos emisores que nunca se podrá alcanzar una audiencia máxima.

¿Cuál es, entonces, el futuro de la prensa musical? Un modelo híbrido, como el que creó hace años la que para mí es la mejor revista del ramo, ‘No Depression’. Cuando en 2008 cerró su versión en papel saltó a la red, incrementando sus contenidos exclusivos (vídeos, etc.), potenciando su carácter comunitario (incorporando blogs y permitiendo a los usuarios crear sus propias páginas, convertida así en «una comunidad de blogueros, fotógrafos, realizadores de vídeo, artistas, sellos, DJs, locales y fans de todo el mundo», según se definen) y, al mismo tiempo, editando libros y números monográficos.

En resumen: no sirve de nada colgar una crítica de un disco en internet si no se pueden escuchar las canciones y si no hay hiperenlaces. Es una forma de desaprovechar las posibilidades del medio, como si hiciéramos un periódico sin fotos o un programa de televisión mudo. Ni tampoco sirve utilizar una web como simple repositorio o cajón de sastre de material antiguo.

Por tanto, hay que ofrecer contenidos exclusivos y que aprovechen todas las posibilidades del medio, es decir, imagen y sonido, pero también hiperenlaces «reales», no enlaces endogámicos a la propia web. Y seguir editando en papel, eso sí, con un mayor rigor en el tratamiento de los temas (es decir, artículos más extensos y más profundos, de esos que nadie en su sano juicio leería en una pantalla de ordenador).

Lo mismo, pero referido a la industria. Que el negocio está cambiando es una realidad. Internet, las descargas, el soporte digital… ¿Cuál será en tu opinión el camino a seguir en los próximos años por las discográficas y los artistas? Creo que les ha ocurrido algo similar a la prensa escrita: por regla general no han sabido aprovechar las ventajas del nuevo medio. Para un aficionado a la música, internet ha sido absolutamente positivo: el hecho de poder acceder a cualquier disco de cualquier punto del planeta es algo que hace años era impensable. Creo que las discográficas se han cavado su propia tumba, insistiendo en errores que ya mantenían antes de internet. El talento y el amor por la música desaparecieron hace años de su filosofía, y se convirtieron en simples vendedores de productos cada vez más infumables, condenando al ostracismo a artistas verdaderamente interesantes. Y esto se agravaba en las sucursales españolas de los grandes sellos.

Pongamos un ejemplo: Lyle Lovett, antes de internet, era un don nadie en España (si le preguntabas a su compañía ni lo conocían ni, por tanto, editaban sus discos en nuestra amada patria). El problema es que con internet sigue pasando lo mismo, con una pequeña diferencia: antes podías (tenías que) recurrir a la importación, a la típica tienda que te lo traía en, con un poco de suerte, un mes, al «módico» precio de 20 o 22 euros. Ahora, lo puedes comprar en la red, a 11 euros (es lo que me ha costado el nuevo de Lovett, ‘Release Me’), sin gastos de envío y en una semana lo tienes en tu casa. Por no hablar de la posibilidad de comprar directamente a los artistas, cada vez más extendida.

Actualmente, los artistas ganan dinero en las giras y en los discos y merchandising que venden en los conciertos y en sus webs, no por la miseria que perciben por sonar en Spotify o similares, que no hacen sino repetir la figura de los intermediarios que todo lo encarecen. Prince fue el primero en verlo claro, en romper con la industria, lanzar gran cantidad de material inédito en su web y convertirse en uno de los artistas que más ganaba en directo.

En cambio, las ventas de vinilo no dejan de aumentar. ¿Nostalgia? ¿Fetichismo? ¿Llevar la contraria? Bueno, no voy a entrar en eso de si el vinilo suena mejor que el CD, porque no soy un ingeniero de sonido y, sinceramente, para el poco tiempo que tenemos actualmente, me da igual un formato que otro. Dicho esto, lo único que añoro del vinilo es que como objeto es más atractivo y que no te dejas la vista leyendo los créditos y las letras. Exceptuando a los coleccionistas maduros, creo que en general hay mucho esnobismo en todo esto: muchos de los que compran ahora vinilos desconocen lo que era, por ejemplo, un comediscos. Pero claro, ahora queda muy bien tener un tocadiscos en el salón. De todas formas, volvemos a los modelos híbridos: la mejor opción son los vinilos que incorporan, además, un código de descarga digital del álbum. Así lo tienes todo.

Venga, a bote pronto… Dinos un disco sin el que no podrías vivir. ‘Bring The Family’ (1987) de John Hiatt.

Y uno que, si no existiera, la vida sería mucho mejor para todos. Cualquiera de los Beatles en general, y de John Lennon en particular.

El artista más agradable y simpático que te has encontrado. Willy DeVille. Lo entrevisté en Madrid cuando publicó ‘Backstreets Of Desire’ (1992), y la experiencia fue inolvidable. En esa época vivía en Nueva Orleans, y conversar con él fue un placer, ya que sus respuestas eran torrenciales explicaciones sobre la historia de la música. Willy era un músico que sabía de música, algo que cada vez es más difícil encontrar. Solo por escuchar su demoledora crítica de los Beatles y el pop británico de los sesenta y cómo acabaron con los estudios de grabación de Nueva Orleans y llevaron a los músicos afroamericanos al paro y al rhythm’n’blues al olvido, ya mereció la pena.

La experiencia tuvo un aliciente añadido: yo estaba (y sigo estando) fascinado por la música y la cultura de Nueva Orleans, y pude compartir mi pasión con alguien que vivía allí. Recuerdo que, como un guiño a su versión mariachi de ‘Hey Joe’, le regalé un álbum de Las Águilas de Chapala. Poco después de emitirse la entrevista en ‘Sputnik’, recibí una carta de una espectadora que me felicitó porque, según ella, daba la impresión de que éramos dos amigos conversando de música.

Otro personaje de quien guardo muy buen recuerdo es Chris Isaak, quien a la mínima te improvisaba un unplugged con versiones de clásicos del rock’n’roll.

Henry Rollins, en modo calmado

El más arisco y difícil. Este es fácil, Henry Rollins. Acababa de editar el álbum de la Rollins Band ‘The End Of Silence’ (1992), y también el libro ‘Black Coffee Blues’. Para preparar la entrevista, estuve leyendo algunas, y me quedé impactado cuando en una de ellas decía que, si no se hubiera dedicado a la música, estaría en la cárcel por haber matado a alguien. Recuerdo que cuando llegué al hotel de la entrevista lo vi sentado en un sofá, escribiendo en un portátil (y creo que incluso llevaba gafas), y pensé que no era tan fiero como parecía. Me equivocaba.

La cosa empezó mal cuando la realizadora de ‘Sputnik’ que me acompañaba le pidió a Rollins que se quitara la camiseta para lucir sus bíceps y tatuajes. Él respondió con un «I’ll do anything for you, baby», pero la mala leche ya no se la sacó nadie. La situación fue tan tensa que, cuando el cámara se dio cuenta de que se había agotado la batería y no se había grabado casi nada, el responsable de promoción me «recomendó» que ni se me ocurriera pedirle a Rollins repetir la entrevista, porque el cantante ya estaba «caliente» y la cosa podía acabar a hostias.

Otras situaciones tensas que recuerdo: un malentendido idiomático provocó un ambiente cortante con Public Enemy en un escenario tan chocante como la sala de musculación del gimnasio de un hotel, cuando Flavor Flav interpretó una frase mía como «negros sin cerebro»; un personaje aparentemente simpático y accesible como Jonathan Richman demostró ser un borde integral cuando, para ‘Sputnik’, le propusimos hacer una entrevista como si fuera un casting, a lo que respondió que él «no tenía que demostrar nada a nadie» y, encima, se empeñó en responder en un castellano macarrónico, o Mick Hucknall de Simply Red, quien no se tomó demasiado bien responder ante un espejo y lo interpretó como una indirecta a su egocentrismo.

Hablemos un poco de nosotros… ¿Qué disco debería salir, pero crees que nunca saldrá comentado en ‘Ruta 66’? Uno de esos artistas de música electrónica que se esconden tras un alias estúpido, no conceden entrevistas ni se dejan hacer fotos a cara descubierta… aunque en realidad, no creo que mereciera salir.

¿Qué es lo mejor y lo peor de ‘Ruta 66’? Cuando era asiduo lector de ‘Ruta’, una vez escribí a la sección de cartas de los lectores, que en ese momento era bastante cañera con los comentarios de la gente. Creo que hice una puntualización sobre un bajista llamado Jamaaladeen Tacuma, y la respuesta me encantó. Fue algo así como: «Felicidades, pásate por la redacción a recoger tu premio, una patada en el culo». Me lo tomé bien, porque pensé que era una forma de reconocer que tenía razón en mis apreciaciones, y que en el fondo me lo decían con cariño. Con todo esto, quiero decir que aprecio los proyectos que, como este, tienen unos objetivos claros y no se dejan avasallar.

Por eso, prefiero su etapa clásica, cuando se editaba en blanco y negro, no hacía ninguna clase de concesiones temáticas y tenía, en fin, una voluntad de fanzine de lujo. Pero no me satisface tanto su evolución en los últimos años, con la introducción del color y, sobre todo, por la presencia de algunos artistas que nunca hubiera esperado ver en sus páginas y que habrían merecido, directamente, una patada en el culo. No quiero dar nombres, pero me refiero a algunos grupos españoles de pop que, sinceramente, son todo lo opuesto al espíritu clásico de la revista. Eso sí, por suerte sigue apostando por artistas que no aparecen en ninguna otra publicación (Hank III, por ejemplo) y por reportajes sobre otros medios (como el dedicado a David Simon, el creador de ‘The Wire’ y ‘Treme’.

¿Por qué razón escribirías en ‘Ruta 66’? Porque podría hablar de artistas o temas que realmente me interesan y, además, con la extensión que se merecen.

¿Por qué razón no lo harías? No se me ocurre ninguna.

Define en pocas palabras a ‘Ruta 66’. Empecé a leer ‘Ruta 66’ desde el primer número y, debo confesarlo, sentía más afinidad con ella que con cualquier otra revista porque trataba temas freak como las películas de Russ Meyer; era la cultura del rock entendida en su aspecto más global. Para mí, el ‘Ruta’ representa eso. Además, fue una de las primeras publicaciones españolas (si no la primera) en apostar por estilos ninguneados por la prensa de este país, como el country y el rock’n’roll.

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